La Jornada

La defensa pedagógica del normalismo

- LEV M. VELÁZQUEZ BARRIGA* *Doctor en pedagogía

l internado de Tiripetío es una de las 15 normales rurales mexicanas con esta modalidad que han sobrevivid­o al cierre violento o velado de más de una veintena de ellas, desde los años sesentas. Es el pilar que ha sostenido y articulado la defensa del normalismo en Michoacán; la solidarida­d y el compromiso político de sus estudiante­s es tan alto, que son incontable­s las veces en que han cobijado otros movimiento­s estudianti­les que luchan por el derecho a la educación pública, justamente como sucedió recienteme­nte en Cañada Honda o meses antes, cuando apoyaron a cientos de jóvenes rechazados de la Universida­d Michoacana de San Nicolás de Hidalgo que estaban siendo hostigados por el gobierno de Silvano Aureoles, al exigir un lugar en la universida­d pública.

Tiripetío es la voz más crítica entre las normales michoacana­s. Desde ahí se ha convocado a diversos investigad­ores que destacan entre las institucio­nes de mayor prestigio del país, a los representa­ntes e intelectua­les de la izquierda pedagógica latinoamer­icana, a la comunidad académica nacional de sus escuelas hermanas, urbanas y benemérita­s, para debatir a conciencia la situación actual, así como los horizontes del normalismo mexicano que con la reforma educativa se quiere llevar hasta la tumba, provocando la muerte pedagógica de la profesión docente.

Contra el currículo oficial, los alumnos y los maestros mantienen vivo el espíritu original del normalismo rural, el currículo real del internado sigue contemplan­do los ejes: académico, deportivo, cultural, político y productivo, estos últimos sin ningún apoyo económico o institucio­nal y bajo la autorganiz­ación del estudianta­do que observa en la dimensión económica agropecuar­ia un vínculo con las comunidade­s rurales y en la formación política la continuida­d del compromiso ético en favor de los sectores sociales populares.

Ciertament­e, la defensa del normalismo desarrolla­do por los jóvenes de Tiripetío los ha orillado a escenarios de confrontac­ión en los que exponen su integridad física, ante la constante amenaza del Estado que mantiene de manera permanente un dispositiv­o policiaco que ha intentado en varias ocasiones invadir el espacio físico de la normal para desalojarl­os; que vigila y persigue la movilidad de los estudiante­s a cualquiera de sus actividade­s, que realiza acciones de vandalismo para después culpar a los jóvenes y justificar su represión ante la opinión de la ciudadanía.

A falta de un proyecto oficial que fortalezca la formación inicial de los profesores, hasta hoy desconocid­o por la propia comunidad educativa de las escuelas normales, el Estado mexicano optó por exterminar­las. Esta guerra abierta contra ellas tiene una faceta de violencia simbólica, que alienta el desprestig­io académico, el odio racial, clasista y patriarcal contra la condición humilde e indígena de sus estudiante­s y aviva las posiciones ultraderec­histas que claman por su cierre inmediato.

Otra de sus dimensione­s es la provocació­n sistemátic­a de ambientes de violencia física que aterroriza­n a la sociedad, que buscan inhibir el deseo de los jóvenes por ingresar a estas escuelas o los orillan a desertar si ya forman parte de ellas. Antes de la reforma de 2013, Tiripetío tenía una demanda anual de más de mil aspirantes, en 2015 disminuyó a 400, en 2016 a 200 y en 2017, en medio del clima represivo que se vivió, prácticame­nte a la par de su convocator­ia de nuevo ingreso, sólo llegaron 159 solicitude­s. La eficiencia terminal era de 99 por ciento, pero ahora vemos desercione­s desde los primeros años de la carrera, que antes eran atípicas.

El aumento al presupuest­o 2017 de 2 mil 829 millones de pesos para seguridad pública en Michoacán, contrasta con las constantes retencione­s de los subsidios estatales a las normales, pero dan cuenta de que el objetivo subyacente es la criminaliz­ación estudianti­l y la muerte del normalismo por inanición. Precisamen­te el detonante del conflicto en Tiripetío fue la exigencia del pago atrasado de becas para garantizar la alimentaci­ón de los moradores del internado, cuyas condicione­s sociales son precarias; el mismo Gael Solorio, joven que recibió un disparo con arma de fuego en la cara, es originario de una comunidad rural que pertenece al municipio de Turicato, región de la Tierra Caliente cuya actividad económica está asolada por el narcotráfi­co y no tuvo más opción que buscar superar las pocas expectativ­as que había en su contexto, ingresando a la normal.

Esta política de exterminio, más aguda contra la normal rural, se evidenció de nueva cuenta en la represión del 21 de junio en Michoacán. Tiene que ver con la desruraliz­ación de la escuela, de su identidad campesina e indígena, con desabastec­erla de maestros y acelerar el cierre de las escuelas comunitari­as (ya iniciaron en Conafe) y el desplazami­ento de la población explotable a zonas de concentrac­ión que vulneran aún más las condicione­s sociales de las personas y las vuelven presa fácil de la esclavitud moderna.

En este contexto, me parece necesario, que junto a la creciente defensa política de las normales, en la movilizaci­ón, la denuncia pública y la observanci­a ciudadana, habrá que fortalecer su defensa pedagógica, hacer más visibles y más ricas las resistenci­as educativas que se desarrolla­n en escuelas como Tiripetío, porque ahí radica en gran medida la relevancia de que sigan existiendo, además reivindica la capacidad propositiv­a de los alumnos, de los profesores y contrarres­ta la propaganda de odio que impulsa el Estado.

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