En el Zócalo,
Los trajeados guardaespaldas de Carlos Aceves del Olmo, secretario general de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), y simultáneamente presidente del Congreso del Trabajo (CT), no quieren fotografías: todo el país lo ha visto en silla de ruedas, pero el dirigente no quiere salir en imágenes con bastón.
Pero él mismo alude a su salud cuando toma la palabra en el templete del mismo Zócalo en el que su antiguo antecesor, Fidel Velázquez, presumiera largos años el desfile de un millón de trabajadores: ‘‘Tenemos que enseñar el músculo constantemente, aunque ahora me falle la pata izquierda’’.
Un músculo fofo, decrépito incluso, pero dueño de la mayor cantidad de contratos laborales en el sector automotriz, el más ‘‘dinámico’’ del ahora en peligro Tratado de Libre Comercio (se calcula que Aceves detenta unos 200 contratos por medio de una treintena de sindicatos y quizá ello explique que muchos empleos en ese sector son vía subcontratación).
‘‘Don Carlos’’, como le dicen todos los cetemistas, termina su breve e improvisado discurso con una crítica a los sindicatos otrora conocidos como independientes, que se manifestarán horas después aquí mismo: ‘‘Dicen que van a hacer, pero hacen que hacen y no hacen lo que deberían hacer’’.
La contundente claridad discursiva del líder le gana una catarata de aplausos, aunque sólo de los trabajadores que están cerca del templete –los ferrocarrileros y los afiliados a la sección 15 de la CTM–, pues en el resto de la plaza el mitin transcurre entre selfies, albures y algunos alcoholes, aunque apenas van a dar las nueve de la mañana.
El máximo líder se despide y se lleva con él a la plana mayor de los jefes de los sindicatos oficialistas. Todos van a Los Pinos en sus grandes camionetas que han estacionado frente al Palacio Nacional. Se quedan algunos líderes segundones que celebran: ‘‘¡Estamos aquí más de 50 mil trabajadores!’’ El millón de ‘‘Don Fidel’’ es nostalgia pura.
El ‘‘músculo’’, en todo caso, no está en las calles ni en la tasa de sindicalización del país (apenas nueve de cada cien trabajadores pertenecen a un sindicato), sino en los contratos que detentan dirigentes. El poder de Aceves está fuera de toda duda, al grado de que el resto de los dirigentes lo hizo presidente del Congreso del Trabajo en una votación de la que ni siquiera estuvo enterado.
El orador oficial es Fernando Salgado, secretario de Acción Política de la CTM. Es el brazo derecho de Aceves y un jilguerillo de los antiguos, aunque es, también, el más joven de la cúpula: apenas tiene 51 años. Su mérito inicial es que el extinto sucesor de La Güera Rodríguez, Joaquín Gamboa Pascoe, fue su padrino de bautismo.
Salgado escupe lugares comunes y promete a la base trabajadora ‘‘establecer estrategias para aumentar el salario’’. Simulación pura. La CTM ocupa dos posiciones en los órganos encargados de fijar el salario mínimo y ahí no ha movido un dedo para lograr un aumento.
Lo que importa, en todo caso, es que los líderes se van a ver al Presidente para escuchar un