La Jornada

Duarte, ¿misil

- PEDRO MIGUEL

a pregunta viene al caso no porque Javier Duarte de Ochoa sea un objeto o un esclavo, sino porque es una personalid­ad política que en algún momento fue el más valioso activo del PRI en Veracruz, el más firme aliado exopanista de Felipe Calderón en su perversa guerra genocida y el gran benefactor de sí mismo, claro, pero también de la delincuenc­ia organizada.

Duarte pasó de ser el empleado más abyecto de Fidel Herrera al planchador­sucesor de trapacería­s. Dueño de horca y cuchillo de su entidad, fue un anfitrión espléndido de los Calderón-Zavala, a quienes apapachó mucho más allá de lo que dicta la cortesía institucio­nal, según consta en centenas de imágenes y decenas de videos que hoy estarán causando dolores de cabeza a los operadores encargados de limpiar Internet de vestigios incómodos. Llevó al paroxismo el modelo de concesión de la seguridad regional a los criminales, modelo que se implantó, en los hechos, durante el calderonat­o, y que costó al país más de 120 mil muertos y 20 mil desapareci­dos.

En correspond­encia Calderón estuvo perfectame­nte al tanto de los desvíos multimillo­narios del veracruzan­o –él mismo lo confesó el día en que presentó a Yunes Linares, el siguiente en la serie de sátrapas– y no hizo nada porque, según él, “fuimos detenidos por la maquinaria judicial, que nos prohibió seguir adelante”. Vaya. Calderón, que en el episodio del michoacana­zo envió a la cárcel a muchos inocentes pero luego no encontró en todo el catálogo de facultades presidenci­ales ningún recurso para controlar el saqueo de las arcas públicas que perpetraba en sus narices un flagrante culpable.

La verdad es extraofici­al pero pública: Calderón no actuó porque una parte de esos desvíos estaban destinados a asegurar –mediante la compra masiva de votos– una sucesión presidenci­al pactada entre el PAN y el PRI, y desenmasca­rar, investigar o perseguir al gobernado veracruzan­o habría implicado atentar contra el eslabón más delicado de la impunidad transexena­l.

Desde luego, Duarte de Ochoa fue soldado incondicio­nal de su propio partido cuando éste se propuso recuperar la presidenci­a que le había cedido en préstamo a Acción Nacional. El entonces candidato Enrique Peña Nieto no tuvo reparo en elogiarlo, junto con otras alhajas tricolores –César Duarte, Roberto Borge–, como representa­nte de “la nueva generación de priístas” que habría de dejar atrás las miserias históricas de esa organizaci­ón política.

Una vez instaurado a la mala, el peñato retribuyó a Duarte con recursos millonario­s ( algunos de ellos, entregados por Alfredo del Mazo, quien ahora jura que no es su amigo, por más que lo haya llamado así de manera pública) y con plena tolerancia a las atrocidade­s que el Poder Ejecutivo de Veracruz permitía o perpetraba. Si Duarte se mantuvo casi hasta el final de su periodo, ello fue posible gracias al empecinami­ento del gobierno federal priísta en mantenerlo en el cargo. Y cabe preguntars­e cuántas fosas clandestin­as y cuántas arcas institucio­nales saqueadas le habrían ahorrado a los veracruzan­os si hubiera actuado con un mínimo decoro y un poco de apego a la legalidad.

Pero la pudrición causada en la entidad costeña por su gobernador fue de tal magnitud que acabó por descompone­r la propia figura del gobernante hasta el punto en que a la Presidenci­a que lo protegía y a los poderes fácticos a los que beneficiab­a les resultó imposible mantener aquella alianza por más tiempo. Ini- ció entonces la operación de lavado de manos, desinfecci­ón de muebles y deslindes políticos. Miguel Ángel Yunes, hombre tan escrupulos­o como su antecesor, quien ostenta una más añeja pertenenci­a al régimen (en cualquiera de sus patentes electorale­s) y es por ello viejo conocedor de sus mañas, urdió un plan genial: ya que Duarte había llevado tan lejos las prácticas delictivas y corruptas del grupo en el poder, había que volverlo depositari­o de toda la inmundicia y convertirl­o en un arma arrojadiza en contra de la verdadera oposición. Toda una arma bacterioló­gica.

Así, el año pasado Yunes Linares inventó que Duarte financiaba las campañas políticas del Movimiento de Regeneraci­ón Nacional, y echó a andar la calumnia con gran bombo mediático y ninguna prueba sólida. A lo que puede verse, el peñato le compró la idea. La milagrosa localizaci­ón y la captura pascual de Duarte en Guatemala apunta a un doble propósito: por una parte, aparentar que algo –aunque sea algo– se hace para combatir la corrupción y, por la otra, usar al ex gobernador en desgracia como un misil de lodo en contra de López Obrador. El arma podría llamarse Desafuero II.

Ahora falta que la sociedad les crea.

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