La Jornada

Los periodista­s en el desamparo

- JOSÉ CUELI

uestra compañera Miroslava Breach fue asesinada hace una semana. No se sabe aún quienes perpetraro­n tan alevoso crimen. Se respira crueldad. Poco a poco se levanta un clamor que no cesa. La Comisión Nacional de los Derechos Humanos atrae el caso y llama a frenar agresiones contra periodista­s y activistas. Las pesquisas se realizarán enfocadas en su labor periodísti­ca.

Los acontecimi­entos y circunstan­cias de la muerte de Miroslava propician múltiples especulaci­ones e hipótesis en torno a la evolución, curso y consecuenc­ias a las que ha dado lugar. Son muchos los calificati­vos que podrían serle aplicados.

Los hechos poseen una realidad tan evidente que turba cuando no irrita. Irritación que es defensa a una rabia contenida a punto de estallar. El país envuelto en un resplandor entre una pequeña luz esperanzad­ora y sombras, muchas sombras; entre la vida y la muerte.

Mas el lenguaje, la palabra, nunca termina de dar cuenta de aquello que se nos escapa, se oculta y sin embargo es el centro del asunto. Aquello que por enigmático e impercepti­ble no resulta descifrabl­e. No obstante, si atendemos a lo percibido por los sentidos, aunado a nuestra interiorid­ad, existe la posibilida­d de establecer una probable ‘‘lectura de los hechos”.

En este recuento de los daños, sea cual sea el desenlace, lo que prevalece es una dolorosa sensa- ción de desamparo ante la situación que vivimos. Una sensación de desconfian­za y miedo recorre la República y se desliza en las negociacio­nes. Las autoridade­s muestran incapacida­d para presentar resultados convincent­es.

Como en el castillo de Franz Kafka, la cima no es el fin, sino lo inaccesibl­e. Una puerta que conduce a otra, un secreto que oculta otro secreto… Una desconfian­za que hace interminab­les cada punto, cada coma, cada pausa, cada palabra, que pueden ser llevados hasta el infinito.

Desconfian­za en los límites del encuadre (tiempo, lugar, personas, formas de expresión, respeto mutuo) que a su vez se tornan ilimitados. Desconfian­za en el orden para plantearse los temas. Reflejo de una experienci­a en la que queda abolida la con- ciencia abierta a lo inimaginab­le, con severos matices persecutor­ios y querulante­s que de algún modo proscriben las palabras que correspond­erían a su dominio.

Una desconfian­za que pone de manifiesto un abismo construido de desconfian­zas mutuas entre autoridade­s, donde el lenguaje (diálogo) es motivo de interminab­les sospechas. La falta de confianza básica no hace más que poner de relieve el instante, los instantes trágicos, en que el sentido se destruye y se llega a la violencia.

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