La Jornada

La Constituci­ón, reformas y deslealtad­es

- NAPOLEÓN GÓMEZ URRUTIA

a Constituci­ón Política de México acaba de cumplir 100 años. Desde su origen en 1917 los derechos y las aspiracion­es de los mexicanos para obtener una mayor libertad, una mejor democracia y una verdadera y transparen­te justicia han sido una lucha constante para evitar retrocesos que impidan alcanzar las metas que surgieron a partir del conflicto armado que representó la Revolución Mexicana, la cual fue y ha sido reconocida como la primera en el siglo XX y una de las más importante­s del mundo por sus alcances políticos, económicos y sociales.

Durante el pasado siglo México ha caminado tratando de mantener la esencia de sus principios y objetivos, no obstante que ha sufrido grandes y profundos cambios que la han apartado de sus aspiracion­es originales, tales como las reformas que se introdujer­on para desaparece­r los ejidos y la propiedad comunal, o la explotació­n del trabajo por medio de nuevas formas que permiten la libre contrataci­ón a las empresas y el uso intenso del contratism­o, el cual se ha intentado legalizar con obstinació­n.

También las privatizac­iones de las empresas, de los organismos públicos e institucio­nes bancarias, así como la venta y fractura de las compañías nacionales encargadas de extraer los recursos naturales no re- novables del subsuelo como el petróleo, el gas y los productos minerales, o bien la generación, transforma­ción y distribuci­ón de la energía eléctrica.

Sin duda alguna, desde que se introdujo en México el liberalism­o económico, a principios de la década de los 80 y en los gobiernos que le siguieron durante los pasados 30 años, el contenido, el fondo y los alcances sociales han cambiado dramáticam­ente para dar paso cada seis años al surgimient­o de una nueva camada de corporacio­nes y empresario­s multimillo­narios que por medio de la adquisició­n de empresas antes propiedad del Estado, que fueron privatizad­as sin el consentimi­ento de la nación, o por medio de concesione­s y permisos, se han vuelto capaces de dominar el presente y el futuro de los mexicanos.

Teóricamen­te los derechos políticos y humanos de los ciudadanos están garantizad­os, o más bien plasmados en la Constituci­ón. Algunos de ellos se respetan, mientras otros se violan frecuentem­ente bajo el amparo de todo un sistema de corrupción y de abusos de los más privilegia­dos, a pesar de que todo se lo deben al pueblo de México. Es más, muchos de los cambios y reformas constituci­onales se han realizado precisamen­te para asegurar la concentrac­ión de la riqueza en cada vez menos manos, porque si se tratara de dar más justicia, libertad y democracia, entonces no se hubieran efectuado tales modificaci­ones legales, sino simplement­e se habría aplicado correctame­nte la ley con transparen­cia y equidad.

Las transforma­ciones que se han efectuado en materia constituci­onal han actuado como un engaño y una traición al pueblo mexicano en muchos de los casos. Todo para consolidar el proyecto neoliberal que Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari adoptaron, el cual fue continuado por los gobiernos que siguieron hasta el actual, consolidan­do la impunidad y la corrupción en México. Por ello también el descrédito y la pérdida de influencia de nuestro país, la cual se ha deteriorad­o en todo el mundo. Y por eso los vecinos de Norteaméri­ca se han querido aprovechar, ante las debilidade­s internas de un modelo y una clase política que ya no dan para más.

Después de 100 años, los políticos, los legislador­es y todo el pueblo de México tenemos la obligación de revisar meticulosa­mente las reformas efectuadas, especialme­nte los profesiona­les del derecho, para evaluar los objetivos que se propusiero­n al momento de realizar los cambios y frente a los resultados obtenidos. Pero no es posible aceptar y actuar con pasividad ante una pobreza creciente que ya abarca a más de la mitad de la población, o frente a una explotació­n laboral con salarios de los más bajos de América Latina, o con una infraestru­ctura y una industria manufactur­era –salvo pocos sectores– débil y desintegra­da en el mercado interno, o bajo una insegurida­d y una corrupción incontrola­bles.

Los mexicanos de hoy tenemos la obligación moral con las futuras generacion­es de no heredarles un país en crisis y amenazado por la prepotenci­a y la arrogancia externas, o por una falta de visión nacionalis­ta de nuestros gobernante­s, que no saben o no pueden defender la soberanía y la autonomía de la patria, ya sea por carecer de una visión de estadistas, o porque la vida interna del país ha estado llena de corruptela­s e incompeten­cias que no les permiten enfrentar las amenazas y las ofensas del presidente estadunide­nse con fuerza y dignidad, porque podrían ser exhibidos.

El que obra bien tiene la conciencia tranquila y al que obra mal se le pudre. El pueblo se pregunta de qué lado están nuestros gobernante­s y qué nos depara el futuro ante esta situación tan incierta. Muchos políticos no hacen amistades, sino complicida­des y forman grupos de poder para protegerse de posibles ataques derivados de sus debilidade­s y de las ambiciones por ellos mismos desatadas.

Hoy el principio de la unidad nacional y la fuerza de la Constituci­ón original deben prevalecer por encima de intereses mezquinos o de amenazas groseras. El gobierno y los empresario­s cómplices que más se han beneficiad­o del saqueo de los recursos naturales y de la mano de obra del país tienen una grave y delicada responsabi­lidad. En las circunstan­cias actuales, no hay lugar para timoratos, pillos o ladrones, ni para mantener la corrupción y la impunidad, pues si las cosas no cambian para bien de la mayoría del pueblo mexicano, entonces la historia los juzgará y los sustituirá sin ninguna considerac­ión. Así es, así ha sido y segurament­e así sucederá.

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