¿LA FIESTA
Nacionalismo de emergencia
sted ya puso su banderita tricolor? En redes sociales, en la ventana de su casa, alrededor del tinaco del agua, no importa, póngala. Se trata de demostrarle al nuevo coco gringo que amenaza al mundo en general y a nuestro México lindo y querido en particular, que somos un pueblo unido, sobre todo en momentos en que osados enemigos intenten profanar con sus plantas nuestro suelo. Estas reacciones fugaces, que no actitudes conscientes y cotidianas a nivel nacional, me recuerdan a esas jóvenes que, cada día, son exhortadas a llegar vírgenes al matrimonio –también martirmomio o martirio con algún provecho–, y un día antes de la boda la madre cambia de canal para decirle que de ahora en adelante flojita y cooperando, que el sexo no es malo si lo suscribe un sacramento y lo bendice un ministro de culto, y que ya ves cómo nos ha ido a tu papá y a mí, etcétera. ¿Cuántos sexenios llevamos de abier- ta postración ante el gobierno de Estados Unidos y su nefasta ideología del nuevo orden mundial, el pensamiento único y la economía neoliberal a ciencia y paciencia de todos? ¿Quién nos convenció de suplantar las leyes con el dinero y de poner todos los huevos en la misma canasta? ¿Cuándo desechó el Estado mexicano conceptos como independencia, soberanía, autodeterminación? Quizá cuando nos tragamos la piña de que globalización era solución, de que se podía ser moderno y competitivo por decreto no por congruencia, y de que era mejor importar y consumir que producir, a cambio de mal exportar recursos humanos y naturales. El nacionalismo bien entendido, no la patriotería, se construye a diario por gobernantes y gobernados, no se improvisa ante amenazas. Taurinos, ¿de verdad quieren defender a la fiesta de los toros? Exijan en- tonces a las empresas que descubran, apoyen y promuevan, con agresiva imaginación no con temor, a los toreros de su país; que éstos, debidamente estimulados, compitan entre sí y, sin dejarse relegar por los importados que figuran, enfrenten al toro cuatreño. Ahora, si nadie quiere pagar este toro y ninguno lo quiere torear, entonces dejen de culpar a antitaurinos, a públicos fastidiados, a autoridades sometidas y a legisladores extraviados. El problema es primordialmente interno, y resulta idiota, o cínico, pedir a la gente que asista a un espectáculo tedioso, de apoteosis predecibles y con toreros muy vistos ante el toro “artista”, preferido por las figuras de menguado sentido ético y corresponsables de esta crisis. Ayer se despidió de los ruedos en la Plaza México el matador Eulalio Ló-