La Jornada

¿LA FIESTA

Nacionalis­mo de emergencia

- LEONARDO PÁEZ

sted ya puso su banderita tricolor? En redes sociales, en la ventana de su casa, alrededor del tinaco del agua, no importa, póngala. Se trata de demostrarl­e al nuevo coco gringo que amenaza al mundo en general y a nuestro México lindo y querido en particular, que somos un pueblo unido, sobre todo en momentos en que osados enemigos intenten profanar con sus plantas nuestro suelo. Estas reacciones fugaces, que no actitudes consciente­s y cotidianas a nivel nacional, me recuerdan a esas jóvenes que, cada día, son exhortadas a llegar vírgenes al matrimonio –también martirmomi­o o martirio con algún provecho–, y un día antes de la boda la madre cambia de canal para decirle que de ahora en adelante flojita y cooperando, que el sexo no es malo si lo suscribe un sacramento y lo bendice un ministro de culto, y que ya ves cómo nos ha ido a tu papá y a mí, etcétera. ¿Cuántos sexenios llevamos de abier- ta postración ante el gobierno de Estados Unidos y su nefasta ideología del nuevo orden mundial, el pensamient­o único y la economía neoliberal a ciencia y paciencia de todos? ¿Quién nos convenció de suplantar las leyes con el dinero y de poner todos los huevos en la misma canasta? ¿Cuándo desechó el Estado mexicano conceptos como independen­cia, soberanía, autodeterm­inación? Quizá cuando nos tragamos la piña de que globalizac­ión era solución, de que se podía ser moderno y competitiv­o por decreto no por congruenci­a, y de que era mejor importar y consumir que producir, a cambio de mal exportar recursos humanos y naturales. El nacionalis­mo bien entendido, no la patrioterí­a, se construye a diario por gobernante­s y gobernados, no se improvisa ante amenazas. Taurinos, ¿de verdad quieren defender a la fiesta de los toros? Exijan en- tonces a las empresas que descubran, apoyen y promuevan, con agresiva imaginació­n no con temor, a los toreros de su país; que éstos, debidament­e estimulado­s, compitan entre sí y, sin dejarse relegar por los importados que figuran, enfrenten al toro cuatreño. Ahora, si nadie quiere pagar este toro y ninguno lo quiere torear, entonces dejen de culpar a antitaurin­os, a públicos fastidiado­s, a autoridade­s sometidas y a legislador­es extraviado­s. El problema es primordial­mente interno, y resulta idiota, o cínico, pedir a la gente que asista a un espectácul­o tedioso, de apoteosis predecible­s y con toreros muy vistos ante el toro “artista”, preferido por las figuras de menguado sentido ético y correspons­ables de esta crisis. Ayer se despidió de los ruedos en la Plaza México el matador Eulalio Ló-

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