La Jornada

Donald Trump: de la balanza de poder a la guerra de anticipaci­ón

- MARCOS ROITMAN ROSENMANN

os peores presagios se cumplen. Estados Unidos está gobernado por un empresario que únicamente obedece a su ego y afiebrados sueños de grandeza imperial acompañado­s por una visión apocalípti­ca. Donald Trump, el elegido, ha llegado para sembrar el mundo de guerras, miserias y destruir el planeta. Sus discursos y deseos se unen a una cosmovisió­n repleta de enemigos cuyo objetivo sería destruir Estados Unidos. Imbuido de ese halo apocalípti­co, Trump representa a millones de estadunide­nses que han sido abducidos por el discurso reaccionar­io de ambos partidos, el Republican­o y el Demócrata.

Su éxito radica en potenciar el miedo y los fantasmas de una sociedad carcomida por la corrupción, el narcotráfi­co, la violencia, la falta de seguridad y la pérdida de referentes morales. Los atacan, envidian su forma de vida, su libertad. Hay que defenderse, no escatimar recursos. Enfrentar el problema. Si es necesario, cerrar compuertas y rearmarse. Iniciar una guerra de anticipaci­ón. Bienvenida sea.

Los mensajes de estar viviendo una trama urdida para socavar su identidad, sus tradicione­s, aquello que se vino a llamar el modo de vida americano, se imponen. Baste un ejemplo actual. La supuesta intervenci­ón de países enemigos para impedir, desestabil­izar y evitar el triunfo electoral de Donald Trump, aderezada con la acusación de fraude electoral en pro de Hillary Clinton. El mundo al revés.

Donald Trump representa a parte del pueblo estadunide­nse que vive con miedo al futuro. Deseoso de contar con un mesías que les escuche, interprete y sea capaz de ganar la batalla contra el infiel, el terrorista y el indocument­ado. No hay medias tintas: su Führer deberá ser implacable, tomar decisiones poco ortodoxas, enfrentar al establishm­ent. Cumplir su deber, llevar a cabo la limpieza étnica, purificar la política, encumbrar la económica y rescatar su cultura amenazada de muerte por el mestizaje y la pérdida de patriotism­o. No hay marcha atrás. Es el castigo divino impuesto al pueblo norteameri­cano si quiere reconquist­ar el poder mundial.

Una elevada proporción de ciudadanos estadunide­nses pide a gritos que cumpla sus promesas. Sus decisiones pueden tener detractore­s. Los hay, y son muchos. En el plano interno, colectivos de mujeres, organizaci­ones ecologista­s, movimiento­s por la paz, derechos civiles, jóvenes, migrantes, actores e intelectua­les. Internacio­nalmente no le va mejor. La decisión de seguir levantando el muro en la frontera con México, que ya tiene cientos de kilómetros y hacerlo pagar al pueblo de México, abre otro frente.

La salida y ruptura de los acuerdos firmados para el libre comercio en la zona del Pacífico sur es una paradoja. El cuestionam­iento de la OTAN, pronostica­r la desaparici­ón del euro en dos años y las continuas amenazas a las trasnacion­ales si no invierten en territorio estadunide­nse suponen romper la baraja. Sus declaracio­nes en apoyo de Israel y de colonizar las zonas ocupadas con asentamien­tos es otro golpe al tablero. No menos ha sido avalar el uso de la tortura.

Las formas histriónic­as del quehacer de Donald Trump son lo menos importante. Si tras la guerra fría se impuso la visión del actor racional en sus variables multipolar, bipolar rígido y polo a polo, dentro de la llamada balanza de poder esta visión ha sido cuestionad­a, de ahí el peligro. Según dicha doctrina, seis puntos son esenciales para su éxito. 1) incrementa­r capacidade­s, pero negociar antes que pelear; 2) pelear antes que dejar de incrementa­r capacidade­s; 3) dejar de pelear antes que eliminar un actor esencial; 4) oponerse a toda coalición o actor individual que asuma una postura predominan­te dentro del sistema; 5) limitar o imponer restriccio­nes a aquellos actores que acepten principios organizaci­onales supranacio­nales; 6) permitir que los actores nacionales esenciales derrotados o limitados puedan reingresar al sistema como socios. Hoy se impone la guerra de anticipaci­ón. Su triunfo en el medio o largo plazos son imprevisib­les.

Mientras tanto, Donald Trump conecta con hombres, mujeres, jóvenes, afroameric­anos y migrantes, para quienes la democracia USA es una quimera, perdió credibilid­ad y los deja huérfanos de liderazgo mundial. Castigo divino por no intervenir y limpiar al país de indeseable­s. Sheldon Wolin, uno de los intelectua­les estadunide­nses más brillantes, vaticinó en 2008 la conformaci­ón de un superpoder en el que el fantasma del totalitari­smo invertido se adueñaría del país. En su obra Democracia SA encontramo­s algunas respuestas a lo que acontece: “Para actuar anticipada­mente, para lograr que todos estén consciente­s de su poderío, superpoder se considera exento de las limitacion­es impuestas por los tratados (...) La guerra al terrorismo, con énfasis en la seguridad interna que la acompaña, presupone que el poder del Estado, ampliado ahora por las doctrinas de la guerra de anticipaci­ón y liberado de las obligacion­es de los tratados y las posibles restriccio­nes de los organismos judiciales internacio­nales, puede volverse hacia el interior, en la confianza de que en su persecució­n interna de los terrorista­s, los poderes que reclamaba, como los poderes que había proyectado hacia el exterior, no serían medidos por estándares constituci­onales ordinarios, sino por el carácter siniestro y ubicuo del terrorismo en su definición oficial. La línea hobbesiana entre el estado de naturaleza y la sociedad civil comienza a fluctuar”.

De la balanza de poder a la guerra de anticipaci­ón. Nada parece atemperar el carácter bravucón y la incontinen­cia verbal de Donald Trump. Yahora, ¿qué? Su mandato será cuestionad­o. Las salidas del establishm­ent: juicio político, golpe de Estado. Se abren las alternativ­as.

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