Galardonan al mexicano Jorge Varela con el Premio de Poesía Jovellanos
El poeta mexicano Jorge Varela fue el ganador del X Premio Internacional de Poesía Jovellanos, un prestigioso galardón abierto a todas las lenguas y regiones del planeta con el difícil objetivo de encontrar el “mejor poema del mundo”.
En esta edición, y por decisión mayoritaria del jurado, se eligió la obra Posibilidad de la IA, del escritor mexicano, que reflexiona precisamente sobre los cambios vertiginosos que está provocando en nuestra sociedad la existencia y cada vez más la apabullante expansión y dominio de la inteligencia artificial (IA).
El poema, que se editará en un libro junto con los poemas de otros finalistas, fue seleccionado de entre numerosas obras recibidas en la sede de la Fundación Jovellanos, ubicada en Asturias, y que rememoran la figura de Gaspar Melchor Jovellanos, un ilustre escritor y jurista de la región.
En esta edición se recibieron mil 950 candidaturas: 921 de España, 240 de Argentina, 155 de México, 133 de Colombia y 72 de Perú; también llegaron poemas desde Andorra,
Estados Unidos, Georgia, Israel, Suiza y Reino Unido. Una de las peculiaridades de este premio es que los obras que se presenten pueden estar escritas en cualquiera de las numerosas lenguas del mundo.
El poeta Jorge Varela tiene algunos poemarios publicados, entre ellos (JBMEditorial, 2009) y (JBMEditorial, 2014), así como el libro (JBMEditorial/Bubok, 2015).
Actualmente estudia la carrera de letras hispánicas en la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa.
Habría que conseguir que esas máquinas danzaran, tropezaran.
Habría que provocar que una súbita tormenta las alcanzase de pronto bajo la gentil protección de un majestuoso roble.
Habría que lograr que habitaran, en una tarde de invierno, la prematura primavera que sale al paso de los hombres en los senderos, bajo las augustas hileras de álamos.
Habría que hacer perfectible su tendencia al fracaso, a la frustración, al odio por uno mismo.
Habría que provocar en ellas el deseo de no ser lo que son, o el espanto súbito de ser lo que en realidad ignoran de sí mismas; hacer que experimentasen la desdicha sin motivo, el acierto sin pericia, el encuentro sin búsqueda.
Habría que procurar que la calidad de su pensamiento dependiese de su cercanía a la tierra que las vio nacer.
Habría que dotarlas de un ideal, de la chispa que enciende el deseo de ser más unido a la clara conciencia de ser menos o nada; hacer que en sus entrañas de silicio latiera la ensoñación, el delirio, la visión imborrable de un destello de vida en el ojo amado.
Habría que lograr que esas tontas cajas de electrodos soportaran la angustia de estar solas en un mundo indiferente al dolor.
Y en esa lucidez hacer nacer de su interior el orgullo de ser inexplicables.