Tradición que no muere
José Diego del C. Cahuich: “Seguimos chambeando”
Este es Campeche, señores, la tierra del pregonero, se levanta con el sol y se oye con los luceros, afirma una de las canciones más emblemáticas de la entidad que entrelaza identidad, cultura e historia; valores que permanecen vivos a pesar de la modernidad y la transculturación.
Si bien los pregoneros de Campeche hoy han adoptado otras estrategias de venta que difieren a la forma como se hacía en el siglo pasado; hoy compartiremos la historia del aguador y no precisamente el que está en el parque Las Banderas, sino de don José Diego del Carmen Cahuich Cahuich; quien mantiene viva la tradición de los expendedores de agua de lluvia, la cual está casi extinta. ¿Qué edad tiene?
“Normalmente debería tener 75 años, pero mi tarjeta del Seguro aparece que tengo 80 años de edad. Nací en un barrio o un anexo de Campeche que en aquel tiempo se llamó Hacienda Las Flores; hoy es la Unidad Habitacional Solidaridad Urbana”. ¿Cómo le ha ido a sus 80 años?
“Gracias a Dios sigo vivo porque exactamente hace 12 años me dio una trombosis cerebral, también conocida como derrame cerebral. Me vi mal, pero poco a poco con esfuerzo se puede salir adelante. Yo no sentí nada, eso me sucedió como a las 12 o 1 de la mañana, en lugar de caminar me caía y así estuve un rato, hasta que mi esposa se despertó. Llamaron a una de mis hijas y me llevaron al Seguro. Hasta cuando salí de mi casa estaba consciente, pero no vi cuando me atendieron. Desperté a los 24 días, perdí la memoria y no conocía a nadie. Cuando me trajeron a la casa no podía caminar, me bañaban y atendían. A los 4 días pedí que me amarraran una soga y yo mismo hacía mis cosas. Claro, eso fue difícil, pero empecé a ver mejoría y como al año y medio ya podía hacer todo normal, no como antes, porque me quedaron secuelas, pero hasta recobré la memoria”. ¿Cuánto tiempo tiene vendiendo agua de lluvia?
“Tengo aproximadamente 35 años. Antiguamente a esta carreta se le llamaba pipa o barriles”. ¿Cómo se inició en este negocio?
“Vivíamos en el ejido Pustunich, alejados más de 100 kilómetros de Campeche, donde vivíamos de la agricultura y la apicultura, pero siempre estuve preocupado por la educación de mis hijos y por eso los mandé con mi esposa a la ciudad para que estudiaran. Me quedé trabajando en el ejido, pero en ese entonces hubo una mortandad de abejas que mermó mi producción, ya que era mi principal sustento. Sólo sabía la agricultura y por eso no me decidía ir a la ciudad. Ya de ahí una de mis muchachas se casó y mi consuegro me propuso la venta de uno de sus barriles, el derecho del sindicato y hasta mostrarme la clientela porque según él era fácil y así le hicimos. La cuestión es que le di mi pipa a mi yerno y él empezó bien, pero de momento empezó a faltar a la chamba y después que faltó varios días, entonces fue que me llevé a uno de mis hijos que lo acompañaba y desde ese día lo he hecho por 35 años”. ¿Qué tal ha estado la venta actualmente?
“La venta de agua es marchante. Mucha gente grande se ha ido acabando. Hoy normalmente las parejas trabajan y en las mañanas no hay nadie, pero sí se vende su poco. Trabajo en esto porque a mi edad nadie me da trabajo, tampoco me desenvuelvo como antes”. ¿Dónde consigue el agua para vender? “Tengo un aljibe de 45 mil litros de capacidad, prendo mi bomba y lleno media pipa. Cuando se me gasta, voy a San Francisco donde una señora tiene dos aljibes más grandes y así sigo trabajando”. ¿Cómo transporta la pipa?
“Con una bestia, pero ésta sólo la mueve, no carga nada porque está bien calibrada. He tenido más de seis animales, pero el que hoy tengo es una mula. La compré sin preguntar el nombre, una niñita le puso Betty La Fea”, terminó.