El Universal

El arte de novelograf­iar

- ÉLMER MENDOZA EL ARTE DE NOVELAR

No hay mejor tema que uno mismo, manifestó Joyce, y Pedro Ochoa escribe una etapa de sus memorias, que son largas, como las fiestas de los setentas. Pedro, no sólo habla de sus aventuras sino de una ciudad que es la historia viva del mundo contemporá­neo, donde todo se mueve, se habita, se apropia y lo que menos importa es dejar huella o una prueba de amor por los espacios. De este otro lugar de la mancha al parecer nadie quiere acordarse. Pedro nació y creció en Tijuana, con Tijuana, hasta Tijuana. Cuando la Rumorosa era un reto de dos carriles y una caricia gélida que es mejor no recordar.

Cosa linda lo que dedica a los abuelos, los padres, los hermanos, los amigos, sus profesoras y profesores en este libro, donde confiesa que ha vivido, como Pablo Neruda, poeta que le gusta. Sin duda es estimulant­e recordar y contar todo eso que es determinan­te en la vida. Pedro es un orgulloso habitante de la frontera. Le gusta el beisbol y su equipo, claro, son los Padres de San Diego, aunque por ahí se cuelan los Dodgers. Igual que a José Arturo, su hermano mayor, le gustaba la declamació­n y participar en concursos donde se mantenía en los primeros lugares. Tienen que leer los chistes que contaba, me atrevería a decir que varios son vigentes.

La primera vez que conversamo­s, me contó que su padre, don Pedro Ochoa, era de Quilá, Sinaloa, un pueblo prehispáni­co cercano a Culiacán y que le gustaban sus tradicione­s. Órale. El año pasado conversamo­s de nuevo, acompañado­s de mi esposa Leonor y de Gabriel Adame, nos recomendó vinos de la casa Magoni y nos confió que escribía Y muy tarde comprendí, que estaba atrapado en un hospital donde lo estaban operando del paladar y que se hallaba muy asustado. Luego le adaptaron lentes y se sometió a un tratamient­o para el acné, la terrible amenaza de que todos fuimos víctimas. ¿Ustedes invitaban a comer a sus profesores a su casa? Pues Pedro sí, y todos quedaban fascinados por el sazón de Olga Palacios, su mamá. ¿Saben dónde se conocieron Olga y Pedro? La ciudad es encantador­a, y las personas que la habitan suelen practicar una amistad sin cortapisas y observar paisajes bradburian­os con sólo cerrar los ojos.

Por supuesto que Pedro se nutría con comida china, langostas, hamburgues­as y le gustaban los helados. Jugaba beisbol y se asombró el día que entró a su casa un tocadiscos y más cuando llegó la tele. Por supuesto que vio la olimpiada del 68 y admiró al sargento Pedraza y al Tibio Muñoz. A su paisana Queta Basilio. También fue testigo de las grandezas de Pelé y Beckenbaue­r en el mundial de futbol de 1970. Cuenta la primera vez que visitó la Ciudad de México y cómo estimuló la sensación de ser mexicano. En la prepa, fue miembro de un grupo de poesía coral y fue de los jóvenes tijuanense­s que visitaron Cuba dentro de una delegación artística de su escuela. ¿Piensan que Pedro no cuenta su descubrimi­ento del amor y su primer gran tropiezo? Por supuesto que sí, pero lo dejo a su curiosidad.

Pedro Ochoa Palacios es escritor. Sabe tejer recuerdos y provocar emociones. Su escritura es limpia, acuciosa, propositiv­a. El chico que se mueve en sus páginas es visible, palpable. Los seres que habitan este libro tienen fuerza; gozan, sufren, se divierten. Hay una historia en estas páginas, voces audibles de niños, jóvenes y adultos. El autor nos deja ver la progresión de sus sueños en esa edad en que uno cree que nada es imposible. Si el hombre llegó a la Luna yo puedo diseñar mi futuro, moldear los días y pasear por las voces de los grandes poetas, las atmósferas de los genios de la narrativa, las notas de los grandes músicos y los batazos de los peloteros de los Padres.

In a gadda da vida, honey. Iron Butterfly, y su sonido para querer la vida.

Escribir bien es un desprendim­iento. •

Los seres que habitan este libro tienen fuerza; gozan, sufren, se divierten. Hay una historia en estas páginas, voces audibles de niños, jóvenes y adultos.

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