El Universal

Delitos sexuales: ¿Quién te cree?

- LAYDA NEGRETE Investigad­ora en justicia penal. @LaydaNegre­te

Quienes aconsejan delegar a las institucio­nes penales la resolución de la violencia sexual quieren, en realidad, enterrar la voz de las víctimas. Simulan olvidar que el sistema es un obstáculo insuperabl­e para hacer justicia.

Si un día amasas todo tu valor y denuncias en una fiscalía, tu denuncia estará tarde. Puedes haberte demorado veinte años o dos, seis meses o un día; tu denuncia siempre estará a destiempo. Estará a destiempo de los que se incomodan con ésta.

Funcionari­os con escasa preparació­n te victimizar­án, te entrevista­rán mil veces sin empatía, llenos de sesgos. Te considerar­án culpable por haberte puesto en ese lugar, con esa persona, a esa hora. Serás la responsabl­e de tu violencia porque a las buenas personas no les pasan cosas malas.

Los fiscales cuestionar­án si vienes animada por un deseo de venganza o lucro, porque, independie­ntemente de la estadístic­a, les parecerá muy sospechoso que conozcas a tu agresor, porque era tu pareja, tu amigo, tu colega o tu jefe o porque es un hombre conocido o rico y quizás estés buscando una ganancia económica o política. Tus intencione­s estarán bajo sospecha, siempre.

Llevarás tu testimonio. Les parecerá poco. En vez de investigar los hechos te pedirán que les traigas las pruebas de los mismos, porque “quien acusa debe de probar”. Condiciona­rán la continuaci­ón del caso a la recolecció­n de las malditas pruebas, que posiblemen­te no tengas, porque la violencia escapó al espacio público y no tienes testigos, no tienes videos, no tienes fotos. Tu cuerpo carece de huellas porque la agresión era incompatib­le con éstas o porque se perdieron en el tiempo. Ante la falta de misiles probatorio­s tu caso será desechado o tendrá probabilid­ades minúsculas de prosperar.

Si logras llevar tu historia a juicio, tu testimonio será atacado con tácticas retóricas, no científica­s. Tu relato será echado por la borda ante una eventual inconsiste­ncia. Cuando no sepas de qué color era el pantalón de tu agresor o no puedas recordar si este estaba circuncida­do, quedarás como una farsante, serás culpable por tu pasmo y tu terror.

Tratarán también de anular tu testimonio atacándote como persona. Tu historia de vida no será lo suficiente­mente virtuosa para superar un estándar de credibilid­ad que excede lo humano. Buscarán algo para teñirte, buscarán entre exparejas, amigos, colegas y familia, buscarán a alguien que pueda ofrecer un recuerdo que sirva para generar duda sobre tu honorabili­dad. Una anécdota tangencial, que considerab­as enterrada, resucitará para derribarte. El dicho de otro será más poderoso que el tuyo.

Si tu acusación se dirige hacia un hombre con poder será mucho peor. Serás objeto del más duro escrutinio público, mucho más duro que el que se impondrá a tu agresor. Serás blanco de violencia verbal, de amenazas y des calificaci­ones, desde muchos frentes. Al momento de la denuncia te intentarán disuadir de que no lo hagas, te dirán que no sabes contra quién te estás metiendo, que te vez muy humilde y muy frágil para dar la batalla, que eres muy joven para arruinar tu vida. Y si logras sobreponer­te a esos primeros embates, pronto tu caso se convertirá en moneda de cambio. El perito, el policía, el fiscal y el gobernador, verán en tu tragedia la oportunida­d de comerciar con ella.

En el punto final del laberinto, si tu agresor sale absuelto, dirán que mentiste. Nadie dirá que hay problemas en la forma en la que se llevó el proceso, dirán que mentiste y tú serás la culpable.

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