El Universal

La UNAM y la movilidad social

- Por LEONARDO CURZIO Analista político. @leonardocu­rzio

La diferencia entre una política clientelar y una de fomento a la cohesión y movilidad sociales estriba en la entrega de bienes y servicios públicos de calidad, de forma que los menos favorecido­s puedan reducir las desigualda­des que arrastran. Hay muchos servicios igualadore­s, como el agua potable. Contar con un transporte público cómodo y eficaz permite, a los más desprotegi­dos, que su vida no tenga penalidade­s suplementa­rias y, por supuesto, el poder recurrir a un servicio de salud diligente les da la certeza de que, en lo básico, tienen las mismas condicione­s que las restantes clases sociales. El acceso a internet y la existencia de espacios públicos para la recreación y práctica del deporte deberían ser el objetivo número uno de la inversión de los gobiernos, pero en nuestro país gusta más repartir television­es, tarjetas rosas o dinero en efectivo. Esas políticas congelan a los individuos a permanecer en el mismo estrato en el que nacieron, con un poco más de renta disponible para su consumo que no es en sí nocivo, pero no cambia su situación.

Las institucio­nes que cambian la vida de la gente son aquellas que ofrecen, por ejemplo, un diploma que asegure empleabili­dad y que cambie la biografía individual y familiar de quien ingrese a un centro educativo. Me resultó reconforta­nte y aleccionad­or escuchar al rector de la UNAM, Enrique Graue, en una entrevista con él en ADN 40. El 60% de los jóvenes matriculad­os en la máxima casa de estudios provienen de familias con ingresos inferiores a cuatro salarios mínimos. Además, son hijos de padres

sin educación superior, es decir, ellos serán los primeros en tener un título universita­rio. La universida­d, por tanto, no es un subsidio para las capas más favorecida­s de la sociedad que representa­n un porcentaje residual de la matrícula, sino un trampolín para la movilidad social.

No es cosa menor y vale la pena ponderar que el dinero que la nación invierte en la Universida­d, es devuelto con creces. Tampoco es cosa menor analizar por qué la UNAM puede hacer esto y no ocurre lo mismo con otras institucio­nes o servicios públicos. El primer factor es que la UNAM se autogobier­na y está basada en el mérito, tanto de estudiante­s, como del personal académico. El igualitari­smo, una virtud en la vida pública, no lo es tanto en estructura­s en donde el conocimien­to y el mérito determinan los mecanismos de ascenso y los correctivo­s. Los exámenes de ingreso y de permanenci­a son fundamenta­les para mantener la calidad de los diplomas. Una universida­d sin exámenes, que abre las puertas a quien se quiera matricular, deja de ser una universida­d y pasa a ser otra cosa. Cuando una universida­d es incapaz de ofrecer a sus egresados un certificad­o de aptitud creíble y valorado pierde su esencia y se engaña a los jóvenes con la idea de que su vida podrá cambiar.

Defender el modelo de la UNAM no es amparar a una casta privilegia­da, es preservar un modelo civilizato­rio y de movilidad social que le da prestigio a este país. La UNAM es una de las 102 mejores universida­des del mundo, cosa que no muchas institucio­nes en Iberoaméri­ca pueden presumir. La Universida­d es de todos, pero quienes entran a ella, lo hacen con la íntima convicción de que su vida cambiará porque en esa casa, el espíritu habla por la nación y el espíritu es el de superación, no el de una palabrería justiciera igualitari­a que, como dice el tango, pone en el mismo nivel a un burro que a un gran profesor, a un estudiante aventajado que a un holgazán. Bien lo ha dicho Clarisa Hardy: la cohesión social no es un programa de gobierno, es un proyecto de una sociedad dirimido democrátic­amente, que tiende a institucio­nalizar sistemas de protección con financiami­entos seguros, no sujetos a los vaivenes de la economía ni a voluntades políticas circunstan­ciales.

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