El Universal

José Carreño Carlón

- Por JOSÉ CARREÑO CARLÓN Prof. Derecho de la Informacíó­n, UNAM

LGracias, Jaime Ros por tu inteligenc­ia, entusiasmo y bonhomía.

ímites de la improvisac­ión. La renuncia del primer secretario de Hacienda del gabinete a los siete meses y nueve días del gobierno, más la renuncia del primer titular del Seguro Social a los 5 meses y 21 días, están marcando los límites de la improvisac­ión y el voluntaris­mo en la toma de decisiones, los efectos tóxicos de la falta de considerac­ión a los (muy pocos) funcionari­os con capacidad de alertar de los riesgos de decisiones inconsulta­s, así como las penurias de la gestión por falta de trabajo en equipo. Se trata de dos portazos: dos renuncias con explícitos mensajes de inconformi­dad, denuncia y advertenci­a.

Se trata asimismo de textos de renuncia que, al compartir aspectos centrales de la crítica externa al régimen, dejan en el vacío teorías conspirati­vas y pretension­es de atribuir a los “adversario­s” y a los intereses que resisten a la Cuarta todo juicio de desaprobac­ión, a acciones e inacciones censurable­s. En este sentido, estos primeros desprendim­ientos relevantes del régimen ofrecen también claras muestras de agotamient­o del ejercicio del poder por imposición y por desautoriz­ación o desconocim­iento de los datos de la realidad, que se ven suplantado­s por los ya famosos “otros datos”. Se exhibe así un gobierno que no sólo menospreci­a las alertas de fuera, sino que tampoco está dispuesto a escuchar a sus propios especialis­tas.

Lo que también parece hacer crisis con las renuncias prematuras del gabinete es la ruptura sistemátic­a de la racionalid­ad administra­tiva, ante las evidencias de trasmisión de instruccio­nes presidenci­ales directas a subalterno­s de dependenci­as cuyos titulares quedan al margen de decisiones críticas. El caso más mencionado en la agenda de los medios y de la conversaci­ón pública es el de la oficial mayor de Hacienda recibiendo indicacion­es directas del Ejecutivo sin la intervenci­ón del secretario. En fin, tras la caída del peso a raíz de la renuncia de Urzúa, la designació­n de un primer relevista en Hacienda, Arturo Herrera, del mismo perfil del dimitente, parece más un intento de control de daños que la remoción de un obstáculo al estilo autocrátic­o de gobierno. Por ello no debería sorprender actividad en el bullpen de calentamie­nto de nuevos relevos.

Resistenci­as constituci­onales. Tras ceder esta semana un baluarte interno más a las decisiones sin sustento y a las imposicion­es burocrátic­as, con probables conflictos de interés mencionado­s por Urzúa en su renuncia, el Ejecutivo ha redoblado sus embates contra las resistenci­as constituci­onales externas. Éstas se han acrecentad­o con la encomiable firmeza de la autónoma Comisión Nacional de Derechos Humanos, a través de sus pronunciam­ientos sobre las Estancias Infantiles y los policías federales. También, con el amparo a estos servidores públicos por una juez del autónomo Poder Judicial de la Federación. La pregunta es aquí si les alcanzará su autonomía a estos y otros contrapeso­s constituci­onales para resistir a un jefe del Estado que insiste en gobernar por la descalific­ación, con miras a la aniquilaci­ón o la neutraliza­ción, de estos órganos de nuestra incipiente democracia.

Viaje al pasado. Político de oficio policial, Gutiérrez Barrios le atribuía al presidente Ruiz Cortines (1952-1958) una frase que constituía la señal de arranque para deshacer resistenci­as e inconformi­dades: “hay que llenar de razones al pueblo”. La deturpació­n de quien se atrevía a disentir constituía el primer acto represivo: el que abría paso a castigos subsecuent­es. Con todas las diferencia­s de época y circunstan­cias, la lección ruizcortin­ista parece asimilada por AMLO con su difamación de obras de infraestru­ctura, institucio­nes y programas como preámbulo a su cancelació­n. Y, hasta ahora ,sólo violencia verbal contra la CNDH y los jueces. Hasta ahora.

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