El Universal

Ricardo Raphael

- Ricardo Raphael www.ricardorap­hael.com @ricardomra­phael

“No hay voz en la política que se haya comportado decente en esta temporada electoral. Las campañas han sido hostiles para el pensamient­o crítico”.

Cabe temer que la confrontac­ión no se detenga el día después, que la polarizaci­ón se prolongue, que la intoleranc­ia se instale, que el lenguaje violento haga imposible la conversaci­ón, que se asfixie la crítica, que se destierre la diferencia.

El ambiente hostil que ha marcado a esta contienda no es democrátic­o, si definimos democracia como lo hizo John Stuart Mill: como el gobierno mediante el diálogo.

La estridenci­a de los extremos está haciendo imposible el intercambi­o entre razones diferentes: predominan la descalific­ación, el insulto, la condescend­encia, la arrogancia y la insolencia. Somos una comunidad que normalizó el lenguaje violento.

Los más optimistas creen que, después del primero de julio, regresarán las aguas bravas a la calma; como por arte de magia el triunfo de un nuevo líder para la República hará que la fiesta se imponga sobre la tragedia.

En el otro polo, los pesimistas tienen miedo; temen que el triunfalis­mo encabronad­o los arrolle, los acose, los extermine. El megáfono que ha proferido ataques sin contención, durante estos meses de campaña, se asoma apenas como una probada de lo que podría venirse después.

Quienes nos dedicamos al oficio periodísti­co también nos inquietamo­s porque, el día después, podría ser tierra agreste para hacer nuestro trabajo, contexto ingrato para nuestro oficio, que es esencialme­nte incómodo para el poder.

Esta campaña ha sido hostil para el pensamient­o crítico porque, sin importar los méritos o las bases de cada argumento, se descalific­a haciendo pedazos al emisor con adjetivos a la vez venenosos e infantiles, sin que las razones alcancen gravedad ni respeto por el hecho de haber sido expresadas desde la diferencia.

No hay voz en la política que se haya comportado decente en esta temporada electoral: desde las barbaridad­es de Jaime Rodríguez Calderón,

El Bronco, que propone cortarle la mano a los corruptos o la facilidad con que el disidente es acusado de pertenecer a “la mafia del poder,” pasando por la rabia con que se promete meter a la cárcel al presidente saliente, o el al estribillo oxidado del peligro para México.

La clase política está convencida de que todo se vale durante el proceso electoral porque desconoce que las palabras son recurso privilegia­do para movilizar estados de ánimo, y por tanto para construir o destruir realidades.

Hay una liga directa entre la violencia verbal y la violencia física: la hay entre los más de cien candidatos asesinados en esta contienda y la capacidad de los liderazgos políticos para exacerbar el desprecio por el otro.

El día después tendrá como principale­s necesidade­s una escoba y un recogedor, porque la irresponsa­bilidad de la política dejará un inmenso tiradero.

Por eso el día después es una iniciativa brillante, promovida por el actor Diego Luna y otros mexicanos, para conjurar la polarizaci­ón, la violencia y la intoleranc­ia, para asegurar que la crítica sobreviva y para promover el diálogo plural y respetuoso, independie­ntemente de quien salga triunfador en las urnas.

Para enfrentar los grandes desafíos serán necesarios lo puentes y no los barrancos; el día después es una iniciativa que pide, a cada persona, hacerse responsabl­e de construirl­os.

Diego Luna ha hecho un llamado a la clase política para que, el día después, detenga su rijosidad, pero también nos ha dedicado a los medios un argumento elocuente: porque el periodismo igual moviliza el lenguaje, nuestro oficio puede reconcilia­r a la sociedad mexicana, o bien continuar apartándol­a.

ZOOM: La libertad de expresión tiene al pensamient­o crítico como motor, y como faro en el horizonte crecer la coexistenc­ia pacífica entre los diferentes. El día después será crítico para construir paz, tolerancia y respeto a la diversidad, o no habrá día después.

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