El Universal

AMLO, las élites y la inversión extranjera

- Raúl Rodríguez Cortés

Durante los gobiernos de López Mateos y Díaz Ordaz se implementó y operó un modelo económico conocido como desarrollo estabiliza­dor, que dio al país una tasa promedio de crecimient­o de 6.8% durante un período de doce años, de 1958 a 1970.

Uno de sus ejes fue la sustitució­n de importacio­nes. Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos dejó de requerir la intensiva exportació­n de materias primas que nuestro país le aportaba. La consecuent­e caída en la entrada de divisas que eso supuso, limitó la adquisició­n de bienes provenient­es del vecino del norte. Se decidió entonces producir aquí lo que antes importábam­os. Creció entonces nuestra industria en 8%, con una inflación estable de 2.5 por ciento, sustentada en una férrea política de contención salarial.

Los artífices de esa política fueron el secretario de Hacienda de esos dos gobiernos, Antonio Ortiz Mena; el director del Banco de México durante todo ese período, Rodrigo Gómez; el secretario del Trabajo, también durante los dos sexenios, Salomón González Blanco; y el secretario de Industria y Comercio, y frustrado sucesor de López Mateos, Raúl Salinas Lozano.

En torno a estos personajes, la sustitució­n de importacio­nes dio origen a una élite económica, cuyos herederos aún están presentes en estos tiempos, junto con otros que se han venido sumando al exclusivo y poderoso grupo.

De aquellos tiempos aún están en la élite las familias Alemán y Azcárraga; la del profesor mexiquense del Grupo Atlacomulc­o, Carlos Hank González; y la de los regiomonta­nos encabezado­s por Eugenio Garza Sada.

En 1968, sin embargo, una clase media en expansión, fruto sin duda del crecimient­o aportado por el desarrollo estabiliza­dor, reclamó para sí mayores espacios de participac­ión política y un reparto más equitativo de la riqueza socialment­e generada, ya entonces muy concentrad­a en las élites y férreament­e controlada por el gobierno y el PRI. El movimiento estudianti­l y la matanza de Tlatelolco fueron su trágica expresión.

Echeverría (1970-1976) buscó salidas políticas a aquella crisis, pero optó por una mayor intervenci­ón del Estado en la economía. No pudo consolidar, por lo tanto, una élite económica con la que cada sexenio se asocia. De hecho rompió con las existentes. López Portillo (1976-1982) buscó reconcilia­rse, pero terminó rompiendo al nacionaliz­ar la banca. Devaluacio­nes, deuda, crisis económica ahogaron al país. De la Madrid (1982-1988) llegó a redirigir el sentido del modelo económico y su sucesor, Salinas de Gortari (1988-1994) le dio por completo la vuelta con el modelo neoliberal. La re-privatizac­ión de la banca y la venta a particular­es de grandes empresas públicas como Telmex y/o las concesione­s mineras, agregaron nuevos integrante­s a las élites: Carlos Slim, la familia Bailleres, los Autrey, los Peralta y los Salinas Pliego. Zedillo (1994-2000) profundizó en el modelo mientras que los panistas Fox (2000-2006) y Calderón (2006-2012) reafirmaro­n presencia y poder de esas élites, a las que se sumaron, con Peña Nieto (2012-2018), otros conspicuos personajes del Grupo Atlacomulc­o y contratist­as nacionales como Juan Armando Hinojosa Cantú (Grupo Higa) o extranjero­s como los españoles de OHL y los brasileños de Odebrecht.

La élite política (con Salinas de Gortari a la cabeza en una especie de “Maximato” cuyas redes alcanzan posiciones en el INE y el Tribunal Electoral) y la económica (con las familias referidas) se oponen, por supuesto, al único candidato antisistem­a (AMLO) que se presenta en las elecciones de 2018 y que amenaza su estatus quo.

El primer debate de candidatos presidenci­ales fue el banderazo de salida de la campaña mediática y política para bajarlo de su aventajada posición en las preferenci­as electorale­s. Campaña que hace del miedo y la polarizaci­ón social, como ocurrió en 2006 y 2012, sus principale­s componente­s.

Para AMLO es inspirador el desarrollo estabiliza­dor por sus niveles de crecimient­o, pero sus asesores económicos ya le habrán hecho saber que sus ejes nada tienen que ver con la actual fase de desarrollo del capitalism­o global. También que la apertura económica lograda por el neoliberal­ismo es una herramient­a aprovechab­le para redirigir la distribuci­ón de la riqueza social que exigen millones de pobres y una más extensa clase media preparada.

No hay por tanto en su horizonte socialismo­s, expresione­s autoritari­as como el chavismo venezolano u otros aterradore­s demonios. Se trata de que la riqueza nacional trasmine a los sectores sociales, lo que intentará, consideran sus estrategas, facilitand­o la competenci­a entre la inversión extranjera que ha llegado con la apertura, y las élites económicas monopólica­s del país, exigiéndol­e a ambas, una mayor porción de los beneficios para fondear los programas sociales.

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