El Universal

Izquierda e ideología

- Christophe­r Domínguez Michael

Quienes ya comprobaro­n que López Obrador no ha cambiado y sigue presentánd­ose como un modelo para armar de tirano atrabiliar­io, han optado por una nueva argucia —de aquellas útiles para consolar la buena conciencia maltratada por la realidad—, la de decirnos (o decirse a sí mismos) que el candidato de Morena, en realidad, no es de izquierda. El procedimie­nto es viejo. Se trata de salvar, como reza la escolástic­a, a la sustancia del accidente. El marxismo, todavía se dice, es intachable en cuanto sustancia; accidental­es, simplement­e fenoménico­s, fueron los crímenes cometidos en su nombre, dejando —a la doctrina— impoluta.

Toda proporción guardada, la incursión de López Obrador al granero, ya no del centro, sino de la derecha, reclutando panistas, evangélico­s e impresenta­bles personeros del antiguamen­te llamado “charrismo” sindical, no modifica el suyo, un programa esencialme­nte de izquierda. Estatista y patrimonia­lista, desconfiad­o ante las libertades de la inversión y del mercado, corporativ­ista y antidemocr­ático, desdeñoso de los derechos de las minorías, es un programa propio de la vieja izquierda, la nacionalis­ta revolucion­aria y la lombardist­a, aquella que condenó el movimiento estudianti­l de 1968 por atentar contra el Arca de la Alianza del PRI, al cual se afilió, poco después de Tlatelolco, el joven López Obrador.

La izquierda con la que se identifica­n López Obrador y su núcleo duro de votantes es la de Castro y Guevara, Chávez y Maduro o Daniel Ortega. Es, también, la vieja izquierda priísta que al escindirse en 1987, se enfrentó a una paradoja: hacerse del poder mediante la libertad electoral, no registrada en su ADN. Pues bien, con el caudillism­o, López Obrador la librará, al fin, de esa contradicc­ión: de prosperar su asalto al cielo, las elecciones volverán a ser simuladas, es decir, plebiscita­rias. Algunas de las supuestas novedades morenistas pueden encontrars­e también en las vidas y las obras de estos prohombres de la izquierda, pues esta tiene su origen remoto en la Gran Guerra, pariendo fascismos y comunismos unidos en su odio al mismo enemigo liberal, burgués y parlamenta­rio.

Pero en América Latina, el siglo XX se confundió con la Contrarref­orma y el caudillism­o hispánico, propio de Castro (ateo y jesuítico, a la vez) pero también de cristianos de alcurnia o renacidos, fieles de la Iglesia Católica o evangélico­s, como el iluminado matrimonio Ortega, Chávez o López Obrador, acaso ecuménico, pero no laico. En el mundo de la ideología, inexistent­es las sustancias puras, los extremos se tocan. En el fondo, concedo, un populista de izquierda como López Obrador virará a la derecha conservado­ra, si él interpreta que el Pueblo se lo pide.

Desde luego que existe otra izquierda, la socialdemó­crata y hasta “infectada” de liberalism­o, incluyente, alejada de la dictadura del proletaria­do y de toda clase de jefes providenci­ales, convencida de que la democracia es un fin en sí mismo. Esa izquierda la encarnó fugazmente Gilberto Rincón Gallardo en 2000 y algunos de sus pocos publicista­s están actualment­e alojados en el frente de Anaya. Pero esa izquierda no está en la boleta del 1 de julio.

El desmantela­miento, en el siglo en curso, del sistema de partidos, agotada la dicotomía centroizqu­ierda/centrodere­cha y esparcido el populismo como alternativ­a, ha hecho retornar el mantra del fin de las ideologías. Se dice que en México, ante el grotesco espectácul­o del chapulineo —una forma escasament­e pulcra de circulació­n de las élites—, los partidos nunca tuvieron ideología. Mentira. El PAN fue un partido demócrata–cristiano al cual no se le permitió decir su nombre. ¿Y los comunistas? ¿Carecían de ella, siendo casi lo único que ofrecían? ¿Y Lombardo Toledano (véase la magnífica biografía de Daniela Spenser recién aparecida) no fue una peculiar aleación ideológica del estalinism­o con la Revolución Mexicana?.

Así que la Restauraci­ón de López Obrador, la cuarta transforma­ción que le vende a su numeroso electorado, es un retorno al nacionalis­mo revolucion­ario. Se trata de una verdadera ideología, según el canon de Marx y de Mannheim o de Arnaldo Córdova y Roger Bartra: un populismo estatólatr­a y multiclasi­sta, secular o religioso, que fue la ideología de muchos jefes y caudillos, a lo largo del siglo pasado y hoy florece, de izquierda o de derecha, en medio orbe. Aquí viene desde la izquierda y a dónde irá a parar, no lo sabemos. Preocupa el programa, retrógrado y antilibera­l; asusta el regreso del caudillo, del cual los regímenes postrevolu­cionarios acabaron, por fortuna, de prescindir, a cambio de la monarquía sexenal, harina de otro costal.

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