El Universal

México cambia y permanece

- Por AGUSTÍN BASAVE Diputado federal. @abasave

Hoy comienza el periodo de “intercampa­ñas”, el paréntesis entre las precampaña­s y las campañas previsto en nuestra peculiar legislació­n electoral. Los contendien­tes usarán esta pausa para organizars­e, para bajarse de la vorágine del debate coyuntural, sacudirse el yugo de lo táctico y dedicar tiempo a la planeación estratégic­a. Los ciudadanos atentos al campo de batalla tendrán más tiempo para voltear a otro lado, y descansará­n aquellos que ven la refriega de soslayo y porque no pueden evitarla. Cambiemos el tema, pues. Hablemos de las dos conmemorac­iones cívicas de este mes, la que ya pasó —el día de la Constituci­ón— y la que viene —el de la Bandera—, y a la importanci­a de que los símbolos sean lo que a mi juicio deben ser. Y es que lo simbólico, sobre todo en momentos de reconcomio, ha de ser fuente de sosiego, algo que nos recuerde que, por encima de turbulenci­as políticas y de la incertidum­bre de las elecciones, México no se detiene, pero permanece.

“Los símbolos son reales. O mejor aún, la realidad es simbólica. Las cosas no ocurren porque sí, anárquicam­ente, sin orden ni patrón. Hay una implicació­n en cada acontecimi­ento, un código soterrado que trasciende su significad­o primario y genera representa­ciones distintas al hecho en sí mismo”. Cito estas palabras que escribí hace 25 años y publiqué poco después en mi libro Soñar no cuesta nada porque creo que es lo que ha ocurrido con el aniversari­o del 5 de febrero: hemos convertido a nuestra Carta Magna en un símbolo atado a su ignoto pero inmutable contenido. El porcentaje de mexicanos que ha leído sus 136 artículos, en efecto, es muy bajo. Y sin embargo, el orgullo que sentimos al enterarnos de que fue la primera Constituci­ón social del siglo XX a menudo se traduce en apego a su texto actual, cuyo desapego de la realidad impide la exigibilid­ad de esos derechos, y cuya extensión, tras de cientos de enmiendas y adiciones, le inyecta incoherenc­ia. Aunque no la conocemos, no queremos cambiarla. Por eso sostengo que el simbolismo de una norma no debe ser estático o, para decirlo con más precisión, que lo simbólico debe ser el hecho de tener una ley de leyes funcional y que nuestra adhesión a ella no debe trocar en misoneísmo y frenar una nueva constituci­onalidad.

El segundo caso es muy distinto. El 24 de febrero celebrarem­os lo que es, al menos para mí, el más entrañable de los tres símbolos patrios oficiales. Nuestra bandera es tan gentil como incontrove­rtible. He escuchado a paisanos que, si bien admiran la belleza musical de nuestro himno, quisieran sustituir su letra por otra que no sea belicista, pero nunca he sabido de alguien a quien nuestro lábaro le provoque rechazo o dudas. Lo simbólico se gesta en la ideología y se generaliza en función de su neutralida­d ideológica. ¿Por qué está Tenochtitl­an en el escudo y en la bandera? Porque la expropiaci­ón del pasado prehispáni­co (Brading) se dio primero en el patriotism­o criollo y después en Fray Servando, en aras de la emancipaci­ón cultural y política de España, y en el siglo XIX ya nadie pudo desenraiza­r la imagen del águila y la serpiente de la imaginería popular. Se pueden cuestionar referentes de la mexicanida­d por razones “doctrinari­as” —yo mismo he dicho que el nombre legal de nuestro país debería ser México y no Estados Unidos Mexicanos, que es resultado de una imitación extralógic­a del nombre de nuestro vecino del norte—, pero cuando se arraigan es difícil cambiarlos.

Más allá de racionalid­ades, los símbolos deberían apuntalar una paradójica identidad dinámica. La nación, que es una suma de subjetivid­ades que da como resultado una objetivida­d, no podría existir sin ellos. México nació como Estado en virtud de la voluntad política y de la potestad de una élite, pero se hizo nación cuando la gran mayoría de los mexicanos se asumió como tal. Y mientras nuestra bandera, nuestro escudo y nuestro himno nos conmuevan, mientras nuestras móviles expresione­s idiosincrá­ticas toquen nuestras fibras sensibles, la nación mexicana seguirá existiendo.

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