¿‘Primavera’ iraní? Las lecciones de la Primavera Árabe
En 2011 el mundo árabe vivía una ola de protestas masivas. A la de Túnez se le llamaba la Revolución de los Jazmines. El término Primavera Árabe fue empleado pocas semanas después. En la mayor parte de medios, esos primeros meses eran leídos como el “despertar” de la “calle árabe”, masas de jóvenes que usaban redes sociales para organizarse y “deshacerse de las cadenas impuestas por gobiernos autoritarios y represivos”. Dos dictadores caían de manera veloz; pronto seguirían otros, se pensaba. Sólo unos meses después algunos se empezaron a percatar de que no todo marchaba según el relato construido. De modo que si algo aprendimos de la Primavera Árabe, fue a tratar de analizar las cosas con más calma. Hoy, cuando muchos medios ya empiezan a hablar de la Primavera iraní, vale la pena aprender de aquellas lecciones.
Para poder comprender lo que en cada país sucedía en aquel 2011, había que observar elementos como las condiciones económicas, las condiciones políticas, la corrupción, el acceso a internet, el grado de disposición del gobierno a ofrecer cambios, y el comportamiento de las fuerzas de seguridad ante las protestas. Y sí, también otros factores como los actores internacionales y su posicionamiento. Pero era indispensable no minimizar el descontento real. Es esa combinación de factores que, al encender una mecha, puede terminar en protestas masivas. Así que, en el caso de Irán, ¿en dónde están los factores estructurales y en dónde la mecha?
Irán no es un país árabe, pero sí se trata de una sociedad con alto componente juvenil, golpeada por años de sanciones a raíz de su proyecto nuclear. Es por ello que el presidente Rouhani subió al poder en 2013 con la promesa de reformar, de intentar recomponer las relaciones con Occidente y así, liberar al país de las sanciones que lo asfixiaban, lo cual consiguió, al menos en parte. Dos años han transcurrido desde la firma del acuerdo nuclear entre Teherán, EU y otras potencias, pero las expectativas que la población tenía quedaron demasiado altas. Estas circunstancias ocurren en un país que gasta sumas millonarias para empujar sus intereses geoestratégicos en la región, además de ser una nación en donde la democracia y las libertades son muy limitadas, con altos niveles de represión y corrupción.
Ante esas condiciones, sólo falta iniciar una llama. En este caso, la coyuntura parece haberse detonado a partir de la disputa entre el presidente Rouhani, considerado un pragmático, y las fuerzas opositoras de línea dura. Según el
NYT, lo que enciende el conflicto es la filtración, por parte del gobierno de Rouhani, de una propuesta de presupuesto, el cual estaba demasiado desequilibrado a favor de las fuerzas de seguridad, las fundaciones y élites religiosas, con el fin de generar presión sobre esos actores. Como respuesta, hace unos días, los opositores de línea dura organizan protestas anti-Rouhani, pero estas se salen de control, se expanden a decenas de pueblos y ciudades, y se trasladan de lo económico a lo político. Por tanto, hay que observar hasta dónde llega la situación actual. Por ahora, la elevada dispersión de las protestas y su baja presencia en las ciudades mayores parece estar permitiendo su contención. Las fuerzas de seguridad permanecen absolutamente leales a la élite del país, encarnada sobre todo en el líder supremo. Y desde acá, vale la pena aprender de lo que sucede cuando las débiles condiciones económicas, las limitadas libertades políticas y la elevada corrupción se cruzan con la frustración de las capas de jóvenes cuyo futuro, a veces, decidimos ignorar.