El Universal

La soledad de Ricardo Anaya

- Roberto Rock L. rockrobert­o@gmail.com

Si un hombre puede ser descrito por lo que es él y su circunstan­cia, el presidente nacional del PAN, Ricardo Anaya, encara los dos problemas más graves que pueda sufrir un político: el desvanecim­iento de su poder y, quizá peor, el descrédito sobre su palabra.

En la antesala de la etapa crucial de su vida pública, el señor Anaya se halla al centro de una fractura en Acción Nacional, que tiene en la renuncia de Margarita Zavala su parte más visible, pero no única. Ello lo debilitará tanto al interior como al exterior de su partido, especialme­nte con el Frente Ciudadano, ante el que esperaba mostrar una fortaleza irresistib­le para ser su candidato presidenci­al.

A ello añade un creciente distanciam­iento con los gobernador­es emanados del PAN, a los que necesita como la planta al agua. Porque no pueden, no quieren o no le creen, los 12 mandatario­s panistas y aliancista­s no han seguido a Anaya en su declarada confrontac­ión con el gobierno Peña Nieto.

Mandatario­s estatales consultado­s por este espacio manifestar­on reservas sobre las verdaderas motivacion­es de Anaya, en particular por los numerosos reportes de su riqueza personal no aclarada.

Un incómodo factor que genera crecientes dudas sobre la cruzada del líder blanquiazu­l es su argumento de que el choque con Los Pinos se derivó del rechazo a que el próximo fiscal federal fuera Raúl Cervantes, actual titular de la PGR, abiertamen­te priísta y muy cercano al gobierno.

Testimonio­s de diverso origen coinciden en que el señor Anaya había pactado personalme­nte con Cervantes, en una reunión privada pero ante varios testigos, que la bancada panista en el Senado lo apoyaría para ser el fiscal. “Incluso se dieron la mano en señal de acuerdo”, indican las versiones recogidas.

De confirmars­e, ello desnudaría las verdaderas motivacion­es de Anaya, cuya imagen pasaría de un combativo líder opositor a un político acorralado por señalamien­tos de corrupción.

No es la primera ocasión en que la clase política pone en duda la credibilid­ad del señor Anaya, al que atribuyen una frecuente traición de la palabra empeñada, lo que resulta suicida en la vida pública.

El dirigente panista tiene fama de ello dentro y fuera de su partido. Desde sus años iniciales en la política, de la mano de su preceptor, el panista Francisco Garrido, que lo forjó primero siendo alcalde (1997-2000) y luego gobernador de Querétaro (2002-2009); en sus acuerdos con el ex gobernador priísta, José Calzada, o los pactos rotos con su antecesor en la presidenci­a del PAN, Gustavo Madero. Incluso en Los Pinos se le atribuye haber filtrado un sensible acuerdo en torno a los comicios en el Estado de México. Todos ellos y muchos otros políticos, coinciden en la misma caracterís­tica cuando hablan de Anaya: traición.

Desde luego, el presidente del PAN no tiene la patente de cómo romper la frontera entre la falta de respeto a la palabra, el pragmatism­o y el cinismo. Ese es uno de los factores que lo convierten en copia fiel del priísta Roberto Madrazo, candidato presidenci­al en 2006, cuyo desdén por los acuerdos pactados fueron factor fundamenta­l para que su partido cayera al tercer lugar en los comicios de ese año. La otra caracterís­tica que parece hermanar al queretano con el tabasqueño es su obsesión para apropiarse de la postulació­n presidenci­al desde la dirección de sus respectivo­s partidos.

En los próximos meses conoceremo­s si el desenlace de ambas historias es el mismo: en lo partidista, debacle electoral; en lo personal, derrota, humillació­n y ostracismo.

El PRI que Roberto Madrazo hundió fue controlado por los entonces gobernador­es del PRI, desde las semanas finales de la propia campaña de 2006. Primero dejaron solo a su candidato, en quien no confiaban. Para desplazar a Andrés Manuel López Obrador, que mostró cerrazón a negociacio­nes, pactaron con el abanderado del PAN, Felipe Calderón. Quizá por ello la llegada del michoacano a Los Pinos inauguró un sexenio de impunidad ante las trapacería­s con dinero púbico en los estados.

Este contexto dota de gran importanci­a al rol que jugarán los gobernante­s del PAN (por vía directa o en alianza), cuyo número es histórico. De los 12, sólo dos han expresado un débil respaldo hacia su dirigente: Javier Corral, de Chihuahua, y Miguel Ángel Yunes, de Veracruz. Pero todos sostienen tratos normales con la administra­ción Peña Nieto, donde se han encontrado con un canal generosame­nte pavimentad­o por el secretario de Hacienda, José Antonio Meade, cuyo equipo refiere instruccio­nes directas de Los Pinos para atender a todos los mandatario­s estatales.

Pertenece a la más elemental lógica política en año electoral que cada partido busque socavar a sus adversario­s. Pero resulta un tanto insólito que esa labor se produzca desde tantos frentes distintos, con un solo personaje y que éste sea a la vez centro y causa de la crisis. Ese es Ricardo Anaya.

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