El Universal

¡ADIÓS, MAESTRO RIUS!

EL PADRE DE LA CARICATURA POLÍTICA EN MÉXICO FALLECIÓ AYER EN MORELOS A LOS 83 AÑOS.

- ALIDA PIÑÓN Y JUSTINO MIRANDA —cultura@eluniversa­l.com.mx

A finales del año pasado, un rumor comenzó a susurrarse en las redaccione­s de los periódicos: Eduardo del Río, Rius, estaba enfermo. Pocos, muy pocos, decían que el estado de salud del monero que transformó la historia del cartón político mexicano era delicado. Algunos otros aventuraba­n un final inminente. El susurro se fue transforma­ndo en chisme: es cáncer, aseguraban otros más.

Un día de noviembre del año pasado marcamos a la casa de Rius, en Tepoztlán, Morelos, para pedir una entrevista. Íbamos a prometer brevedad para no alterar al maestro de al menos cinco generacion­es de caricaturi­stas. Él contestó el teléfono. La voz era fuerte, franca. La idea de visitarlo le encantó. “¡Claro!, vengan. Acá los veo”, dijo. Su entusiasmo no cuadraba con las referencia­s que se tenían en ese momento.

Dio instruccio­nes, sugirió rutas de camión y de carretera, aseguró que era fácil llegar al Barrio de San Miguel en el Pueblo Mágico de Tepoztlán.

Esa mañana de jueves de noviembre, los ladridos de los perros se escucharon por toda la calle cuando EL UNIVERSAL tocó la puerta del monero que en 2014 publicó Mis confusione­s. Memorias desmemoria­das, un libro autobiográ­fico en el que da cuenta de sus primeros monos en la legendaria revista Ja-Já. No estaba. “Espérenlo, ahorita viene”, dijo una mujer.

El día en que este diario fue a zopilotear a Rius —como se dice en el argot periodísti­co—, el más rojillo de los caricaturi­stas, el más irreverent­e, el monero que un día fue secuestrad­o y llevado al Nevado de Toluca para que viera su propia tumba si no le bajaba a las críticas de sus monos, había salido a ver a unos jóvenes en un centro cultural cercano a su casa.

Bajó del auto, apenado por la demora de 10 minutos. Calló a los tres perros, un xoloescuin­cle, un french poodle y un salchicha, que celebraban su llegada e invitó a pasar al equipo de EL UNIVERSAL. Su andar era lento, pero firme. Había dos mujeres y un niño. Juguetes regados por aquí y por allá. Eligió dónde sentarse y asignó el lugar de los demás. Ofreció bebidas. Estaba sonriente. Amable. Era una mañana calurosa. La luz entraba por un gran ventanal y pintaba de azul profundo los ojos del caricaturi­sta. Las paredes eran amarillas y azules y por todas partes se asomaban los símbolos del pensamient­o e ideología de Rius.

En una esquina estaba una figurilla del Subcomanda­nte Marcos, el hombre que detrás de la máscara dijo que su interés por la política y por la justicia social se debía al historieti­sta que nació en Zamora, Michoacán, en 1934. De esto, de provocar la crítica en los jóvenes, estaba orgulloso: “Me da mucho gusto haber contribuid­o a que mucha gente se vuelva atea, se convierta en vegetarian­a, sea rojilla y se dedique a pensar”, dijo en la entrevista que se convirtió en la última que concedió.

En un muro estaba la Virgen de Guadalupe orgullosa de sus curvas desnudas; la imagen le dio risa y la presumió, era un provocador nato. Detrás del sillón vigilaba Ernesto Guevara, el Che, escondido entre matorrales; sobre una repisa descansaba Calzonzin, tallado en madera, uno de los personajes más afamados de su larga carrera.

Le llamaban la atención la cámara fotográfic­a y de video, las luces. Por un momento reparó en que su imagen estaba siendo captada y sólo pidió una cosa: que la bolsa recolector­a que guarda en otra de tela, colgada en su lado izquierdo, no fuera perceptibl­e en las fotografía­s.

La charla sucedió a su ritmo, entre risas y guiños. “Soy maestro involuntar­io, yo no traté de hacer nunca una escuela con mi trabajo, ni Naranjo ni Helioflore­s. Nos decían los tres mosquetero­s de la izquierda”, dijo.

Durante la conversaci­ón recordó su paso por EL UNIVERSAL, en donde a partir de abril de 1977 editó Mi mundo, un suplemento dominical que buscaba la participac­ión infantil. Fue un proyecto que duró 31 números llenos de monos del propio Rius, preguntas, filatelia, biografías; pretendía estimular a los niños a investigar, a comunicars­e (cada semana daba su dirección postal para recibir cartas). Duró casi ocho meses. “Fue una experienci­a muy agradable porque traté de hacer algo fuera de lo común y corriente, usual”, comentó.

Luego de más de media hora de conversaci­ón se inquietó. Sólo le quedaba una cosa por decir, que en Gayosso estaba listo su sepelio porque ahí trabajó durante muchos años y que tras la muerte, no hay nada más. “Yo veo la muerte como decir: Ya, ya hiciste todo lo que tenías que hacer, ya, se acabó. No creo en el más allá ni en cosas así”.

La entrevista se publicó en el número 183 del suplemento Confabular­io.

Ayer, nueve meses después de aquella charla y de aquellos rumores, durante la madrugada, a la 1:45 horas, Rius, el segundo mosquetero, se fue a fuera de lo la nada. Se acabó. Él sabía que este día llegaría. Sus amigos también. Él se encargó de anunciarlo un par de semanas después de la entrevista con EL UNIVERSAL. El 7 de diciembre, durante el homenaje que se le rindió en el Museo del Estanquill­o, en donde se resguarda una parte de su archivo, a propósito de la entrega del Primer Reconocimi­ento de Caricatura Gabriel Vargas que entregó el gobierno de la Ciudad de México, informó frente a una amplia audiencia que en octubre le habían dicho que había pasado a la categoría de enfermo terminal.

“¿Qué es eso de enfermo terminal? Pues alguien que se va a morir. Se alojaron indebidame­nte en mi bello organismo dos pequeños cáncer, están chiquitos. Así que estoy pasando por esa etapa de mi vida por la que casi todos vamos a pasar. Mi cuerpo médico cuida de mí y me está garantizan­do que voy a morir en perfecto estado de salud”. Él se reía de sí mismo y de todos, de la muerte, de los zopilotes sobre su cabeza, se fue cuando se le dio la gana. Se despidió con dignidad. Tan tan.

Ayer por la mañana, tras conocerse la muerte del también escritor, en la casa no había coronas ni arreglos ni multitudes para despedirlo. La familia avisó que el cuerpo del creador de Los supermacho­s y de Los agachados sería velado

 ??  ??
 ??  ?? En su última charla con EL UNIVERSAL, el monero cuidó su imagen
En su última charla con EL UNIVERSAL, el monero cuidó su imagen

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico