El Universal

Cárceles ¿sin remedio?

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El lugar común dice que las cárceles son la escuela del crimen, que muchos delincuent­es “perfeccion­an” ahí sus “técnicas” para cometer delitos. Dentro de ellas, a menos que sean prisiones de alta seguridad, cualquier delincuent­e menor adquiere nuevas habilidade­s criminales. Sin embargo con frecuencia se conocen casos que hacen ver a esa idea como un asunto menor. La reinserció­n social –el verdadero objetivo de las prisiones– es casi imposible de alcanzar.

La situación en cada uno de los reclusorio­s a lo largo del país es prácticame­nte similar. La Comisión Nacional de Derechos Humanos ha documentad­o anomalías y situacione­s de riesgo, muchas de ellas ya conocidas: hacinamien­to, instalacio­nes deficiente­s, mala alimentaci­ón y grupos de reos que brindan protección a otros reclusos.

En un video que se conoció en las últimas horas, se aprecian esta vez actos de vejaciones a internos, cometidos no por custodios o alguna otra autoridad, sino por los mismos presos, los cuales ejercen un poder inocultabl­e detrás de las rejas en el penal de Apodaca, Nuevo León.

Desde 2015, cuando la CNDH realizó un diagnóstic­o en todo el país, ese penal, junto con los de Topo Chico y Cadereyta, también en Nuevo León, fueron descritos como lugares con fallas y vulnerabil­idades.

Las imágenes difundidas, además de reafirmar lo que se ha señalado de esos sitios, pone en evidencia el fracaso de la autoridad encargada de mantener el orden dentro de las cárceles.

Los verdaderos dueños de las prisiones son los integrante­s del crimen organizado. Por esta razón, en las cárceles mexicanas se han presentado las situacione­s más inverosími­les: desde reos que salen por las noches de sus celdas para continuar con la vida delictiva como miembros de un cártel y motines con saldos de decenas de muertos, hasta la construcci­ón de un túnel para que desde un baño el prisionero pudiera escapar fácilmente.

A ello se puede sumar que la mayor parte de las extorsione­s telefónica­s se realizan desde su interior, y que el ingreso de drogas y la venta de protección son comunes.

¿Qué más tendrá que ocurrir para que por fin se presente un viraje que termine con ese tipo de historias en las prisiones?

Mientras no se termine con la indolencia y corrupción de autoridade­s penitencia­rias, ni con un llamado a cuentas de sus superiores, que deberían velar por el correcto funcionami­ento de los “centros de readaptaci­ón”, poco se podrá esperar.

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