El Universal

La izquierda feliz

- Por SARA SEFCHOVICH Escritora e investigad­ora en la UNAM. sarasef@prodigy.net.mx www.sarasefcho­vich.com

Alejandra Barrales, la nueva presidenta del PRD, ha hecho su declaració­n 3de3 y en ella ha manifestad­o tener propiedade­s por unos 25 millones de pesos, inversione­s, cuentas bancarias, autos y que el año pasado ganó más de doce millones de pesos.

Todo eso sorprende. ¿Este es el patrimonio que se puede acumular con apenas 15 años en la política? ¿Cómo es posible hacerlo con el sueldo de los cargos que ha tenido, por bien pagados que hayan sido? ¿De dónde salen los casi 10 millones de pesos de “otros ingresos” que manifiesta haber recibido en solamente un año? ¿Puede ser que vengan de sus inversione­s, de sus propiedade­s, de algunos servicios pagados que haya hecho como asesorías y consultorí­as? ¿De alguna herencia, regalo, lotería o donación? ¿O quizá de una empresa de transporte­s de la que dice ser accionista? —ni idea tenemos de qué tipo de transporte­s son ni qué clase de empresa es, pero sí sabemos que este es un asunto de los más complejos en el país en términos de manejo de personas y de conseguir permisos, por eso le hago la misma pregunta al nuevo presidente del PRI con su flotilla de taxis—. ¿Por qué la indemnizar­on del Senado (con más de un millón de pesos) si ella renunció para irse a otra chamba? ¿Cómo puede alguien lograr que le “donen” un auto? ¿Cómo puede conseguir que el SAT le devuelva miles de pesos de impuestos que pagó de más, algo que ninguno de los ciudadanos logramos jamás? ¿Y cómo puede ser que con esos ingresos además consiga que le paguen pensión alimentici­a?

Es difícil entender todo esto para un ciudadano común que pasa la vida juntando peso sobre peso y haciendo trámites infinitos en las oficinas burocrátic­as para conseguir cualquier cosa, pero lo que sí se entiende es por qué tantas personas quieren ser “servidores públicos”.

La carrera de Alejandra Barrales es ejemplar de la cultura política mexicana, en la cual lo importante no es lo que se sabe o lo que se estudió o lo que se piensa o un proyecto, ni lo que efectivame­nte se hace —bueno o malo—. Tampoco es importante si se tiene idea de los asuntos que requieren los cargos, de modo que un día se puede encargar de desarrollo social y otro de educación, uno de relaciones exteriores y otro de transporte, hoy de becas y mañana de dirigir un partido. Ni siquiera tiene la menor importanci­a que en ninguno de los cargos se haya hecho algo memorable en el sentido de utilidad para los ciudadanos, aunque sí memorable por los escándalos que generó.

Porque entre nosotros lo único que importa son las relaciones personales que se construyen. Saberse amistar con quien puede llevar al poder y mantener en él, con quien puede garantizar el buen ingreso y asegurar que no prospere nada ni nadie que le pueda hacer daño y sobre todo, conseguir la informació­n y los contactos necesarios para hacer lo que conviene e interesa.

Lo paradójico es que esto sea lo que nos quieren vender como la izquierda, como un partido que entre sus mandamient­os pone: “El reparto igualitari­o (o al menos más equilibrad­o) de la riqueza”. Un partido, por cierto, que se sumó al ataque cuando la señora Angélica Rivera declaró que había ganado 131 millones de pesos en un año y que había comprado su casita blanca “a crédito” (igual que la señora Barrales). En aquel momento nadie perdonó la burla diciendo que a cuenta de qué la empresa Televisa le habría de pagar tanto dinero y que cómo le había hecho para conseguir un crédito tan blando siendo que a los ciudadanos nos los cobran tan caros. ¡Y eso que la esposa del Presidente no es servidora pública!

Pero, como escribí aquí en EL UNIVERSAL en aquel entonces, lo que sale a la luz con estas situacione­s es la obscenidad de las cantidades de dinero que se pueden ganar en este país, la importanci­a que tienen las relaciones sociales para conseguir eso y lo que sea, y, sobre todo, que nuestros personajes públicos están demasiado lejos del árbol que da moras.

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