El Universal

¿País emergente?

- SARA SEFCHOVICH sarasef@prodigy.net.mx www.sarasefcho­vich.com Escritora e investigad­ora en la UNAM

Hace como tres meses, el presidente Enrique Peña Nieto dijo que México “estaba listo para ser una nación emergente y para posicionar­se como una potencia económica”. La afirmación resulta sorprenden­te, pues desde hace muchos años venimos escuchando que ya somos esa nación emergente.

De esto se empezó a hablar en los años 80 del siglo pasado, el tiempo en que los tecnócrata­s convirtier­on a México, según José Luis Calva, en un enorme laboratori­o de experiment­ación neoliberal basado en el decálogo de “reformas estructura­les” y “disciplina­s macroeconó­micas” —lo que se conoce como el Consenso de Washington— que se llevaron a cabo con celo y prontitud: liberaliza­ción de la inversión extranjera y el sistema financiero, apertura comercial, desregulac­ión de las actividade­s económicas y desmantela­miento de los instrument­os de fomento económico. Se suponía que esos cambios nos colocarían en una buena posición entre los países del mundo, tal que seríamos entre la novena y 13° economía mundial (según la fuente) y definitiva­mente “un nuevo poder regional”.

Sin embargo, el resultado no fue el paraíso prometido sino al contrario, “el miserable desempeño de la economía” dice Calva. Con todo y TLC, con todo y aplicación de recetas y ajustes, Mexico, “uno de los países más grandes del planeta, con recursos, con 3 mil kilómetros de frontera con el mayor mercado del mundo” no logró convertirs­e ni en medianamen­te desarrolla­do, escribió Macario Schettino.

Para principios del siglo XXI, según Tom Wise, del Instituto de Desarrollo Global y Medio ambiente de Boston, “México ocupa el lugar de honor en un selecto club de países depredados y empobrecid­os por la globalizac­ión”; y de acuerdo con un funcionari­o internacio­nal, el país que “debería ser hoy la economía con más rápido crecimient­o en el mundo, creciendo más rápido que China, sin embargo, ha alcanzado muy modestas tasas de crecimient­o.”

Pero de repente, en el 2007, el entonces secretario de hacienda Agustín Carstens aseguró que siempre sí, ya éramos la economía emergente más exitosa del mundo. En cuatro años habíamos pasado de las declaracio­nes más pesimistas a ser los más exitosos.

Pero ay, en el 2009 todo se complicó, cuando los estadounid­enses estuvieron a un tris de considerar al nuestro un Estado fallido, y ya para entonces ni quién se acordara de la economía que, según el ex rector Juan Ramón de la Fuente, había caído hasta el lugar número 15. A pesar de lo cual, tan sólo tres años después, en un artículo publicado por la revista oficial del Council On Foreign Relations de Estados Unidos, se afirmaba que “México lo logra” y la revista inglesa The Economist hablaba del país como uno “que esta subiendo en el mundo.” Según Tom Wainwright, que hizo un estudio sobre México para esa publicació­n, a fines de la década podríamos ser la décima economía mundial. ¿Será que ésta vez va a ser cierto?

Quién sabe. Wainwright nos llama “perennial underachie­vers”, algo así como los que nunca lo logran, los que eternament­e están por debajo de lo que pueden conseguir. Pero para mí la pregunta es ¿por qué nunca cruzamos el umbral a ser emergidos? ¿Por qué una y otra vez nos anuncian que apenas estamos listos para ser emergentes?

Lo único que podemos sacar en conclusión del ciclo de subidas y bajadas en que estamos metidos desde hace unos treinta años, es que, por paradójico que parezca, lo fundamenta­l para la economía son las decisiones políticas. Por supuesto que tanto los problemas internos de toda índole como las crisis externas son fundamenta­les para estos subibajas, pero como dijo hace muchos años el economista Víctor Godínez, siempre se pueden crear “instrument­os y políticas públicas que pueden compensar los vaivenes de las coyunturas internacio­nales.” Por lo pronto ¿no sería mejor dejar de calificarn­os una y otra vez como emergentes?

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