El Sol de Toluca

CARAL, PERÚ Destruyen ciudad sagrada para sembrar

Aprovechan­do la pandemia, pobladores invaden zona arqueológi­ca y acaban con vestigios de hace cinco mil años para cultivar aguacates y frutales

- CARLOS MANDUJANO /AFP

a pandemia en Perú acecha a la ciudad sagrada de Caral, cuna de la civilizaci­ón más antigua de América con cinco mil años. Sus tierras son invadidas por agricultor­es que invocan el hambre y la necesidad, mientras su descubrido­ra, Ruth Shady, recibe amenazas de muerte para que abandone el lugar.

Las invasiones y la destrucció­n de sitios arqueológi­cos comenzaron durante el confinamie­nto que el país tuvo entre marzo y junio para frenar los contagios de Covid-19, señalaron arqueólogo­s durante una visita a Caral.

“Existen pobladores que vienen a invadir este sitio, que es propiedad estatal, y lo usan para sembrar”, describió indignado el arqueólogo Daniel Mayta.

“Es un gran daño porque están destruyend­o evidencia cultural de cinco mil años”, agregó bajo el sol abrasador de Caral, situada en el valle del río Supe, 182 km al norte de Lima y a poco más de 20 km del Océano Pacífico.

Desarrolla­da entre los años tres mil y mil 800 antes de Cristo, la cultura Caral es la madre de América. Contemporá­nea de las de Mesopotami­a y Egipto, esta civilizaci­ón surgió 45 siglos antes que la inca en una meseta desierta y árida.

Poco de eso importa a los invasores, quienes, aprovechan­do la poca vigilancia policial en los 107 días de cuarentena, invadieron unas diez hectáreas del sitio arqueológi­co Chupacigar­ro para sembrar aguacates, frutales y pallares, un tipo de frijol peruano.

“Las familias no desean retirarse”, dijo Mayta, “Se les ha explicado que este lugar es patrimonio de la humanidad y lo que están haciendo es grave y podrían irse a la cárcel con una gran sanción”, añadió el experto de 36 años, en referencia al daño

Lcausado a los restos arqueológi­cos.

BAJO AMENAZAS DE MUERTE

La arqueóloga Ruth Shady, directora de la zona arqueológi­ca Caral y quien dirige las investigac­iones desde que en 1996 inició las excavacion­es, sostiene que detrás de los invasores se encuentran traficante­s de terrenos.

“Estamos recibiendo amenazas de personas que se están aprovechan­do de las condicione­s de pandemia para ocupar los sitios arqueológi­cos e invadirlos para establecer cabañas, pasar maquinaria­s por las tierras... destruyen lo que encuentran”, dijo Shady durante una entrevista virtual por razones de biosegurid­ad.

“Un día llamaron al abogado que trabaja con nosotros y le dijeron que lo iban a matar junto conmigo y nos iban a enterrar cinco metros debajo del suelo” si persistían los trabajos en el lugar, denunció.

Shady, de 74 años, ha pasado el último cuarto de siglo en Caral con la misión de recuperar el legado y la historia social de esta civilizaci­ón, como las técnicas que usaban para que sus construcci­ones resistiera­n los sismos.

“Esas estructura­s de hace cinco mil años permanecen estables hasta el presente y la tecnología la van a aplicar ingenieros estructura­les de Perú y Japón”, indicó Shady.

Los habitantes de Caral eran consciente­s de que habitaban un territorio sísmico. Por ello sus edificacio­nes tuvieron, en su base, unas canastas conocidas como “shicras”, rellenas de piedras, que disipaban los movimiento­s telúricos y evitaban el colapso de la construcci­ón.

Las amenazas han obligado a esta mujer, hija de un checoslova­co que emigró a Perú al final de la Segunda Guerral Mundial, a vivir en Lima bajo vigilancia.

El gobierno peruano la condecoró hace unas semanas con la Orden al Mérito por servicios distinguid­os a la nación por su obra en Caral.

“Estamos haciendo lo posible para que no corra peligro ni su salud, ni su vida por efectos de estas amenazas que está recibiendo usted”, dijo en la ceremonia de entrega el presidente de Perú, Francisco Sagasti.

PATRIMONIO MUNDIAL

La UNESCO declaró Caral patrimonio cultural de la Humanidad en 2009.

La ciudad ocupa una superficie de 66 hectáreas y está dominada por siete pirámides de piedra que parecen iluminarse cuando las golpea el sol.

La civilizaci­ón ha sido reconocida como pacífica y se ha descartado que haya usado armas o murallas.

Caral reabrió en octubre sus puertas a los turistas, que todavía llegan a cuentagota­s debido a la pandemia. El ingreso es de unos tres dólares por visitante.

Durante el confinamie­nto, hubo algunos saqueos de bienes arqueológi­cos en la zona y en julio la policía detuvo a dos personas por destruir parcialmen­te un sitio que contenía tumbas con momias y cerámicas en el Cerro Centinela.

“Existen pobladores

que vienen a invadir este sitio, que es propiedad estatal, lo usan para sembrar” y

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El gobierno peruano la condecoró hace unas semanas con la Orden al Mérito por servicios distinguid­os a la nación por su obra en Caral.

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