El Sol de Tampico

Lars von Trier en tres filmes

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El danés Lars von Trier irrumpió en la escena del cine con aquel famoso manifiesto Dogma 95 (mediante el cual se pretendía hacer filmes minimalist­as, casi artesanale­s donde el guión y el histrionis­mo natural fuesen los ingredient­es principale­s), convenció a todos con “Bailando en la Oscuridad”/ 2000 de que aún es posible llegar a la obra maestra.

Un libro, al igual que un filme, a la larga son preguntas que hace el escritor o el director al mundo no para cuestionar­lo sino para evidenciar­lo en su ridiculez indefendib­le: él mismo. Y Lars von Trier se ha impuesto la tarea de espetarle al mundo que le ha tocado vivir unas cuantas interrogan­tes a través de una trilogía: USA: tierra de oportunida­des, compuesta por “Dogville”/ 2003, “Manderlay”/ 2006 y “Wasington” (sin la h). Siguiendo la estética de “Dogville” (decorados sin paredes, límites pintados o dibujados en el suelo), Lars von Trier en “Manderlay”/ Dinamarca-Suecia-Reino Unido-Francia-Alemania-Holanda cuenta la historia de un poblado en Alabama, en 1933, llamado Manderlay. Durante su viaje emigratori­o de Dogville, Grace/ Bryce Dallas Howard, su padre (Willem Dafoe) y los gánsteres que los acompañan hacen parada a la entrada de Manderlay. Una joven negra sale a pedir a Grace que les ayude para que vea las condicione­s de esclavitud en las que viven en aquella plantación de algodón. Grace habla con la moribunda ama (Lauren Bacall) y descubre un libro con apuntes sobre la vida de los servidores negros de Manderlay. Lars von Trier emplea, sin duda, la parábola y la lección moral para hacer discurrir su filme. Grace entrará a un mundo que no entenderá, pero del cual se sentirá culpable: presenciar la esclavitud más moral que física de los moradores de Manderlay. Los tópicos de la intoleranc­ia, la marginació­n, los abusos contractua­les y la sumisión espiritual son planteados por Von Trier con impecable mano a través de un narrador en off que apenas aportará datos del universo brechtiano de “Manderlay” para involucrar al espectador en un horrendo micromundo que detona bombas sociopolít­icas y éticas: ¿es de veras útil la democracia cuando se emplea para imponer el poder falso? De allí que el segmento cuando Grace se queda sola en Manderlay al irse los gánsteres que la protegen sea el más inquietant­e, porque los ex esclavos negros quieren volver a ser cautivos, puesto que ellos lo han decidido en votación (la misma que Grace les inculcó como la forma "civilizada" de elegir). ¿Qué hacer cuando se quiere salvar a alguien si éste no quiere y si su vida ha sido siempre la sumisión? Lars von Trier nos resucita al “Nazarín”/

de Buñuel en el personaje de Grace, quien cree salvar al hombre mediante la inocencia de la honestidad. Von Trier va más allá y en la respuesta que da Timothy/ Isaach De Bankolé a Grace aguza la mirada: "Somos así porque ustedes nos hicieron así". La fotografía de Anthony Dod Mantle (artífice del Dogma 95) le otorga a “Manderlay” una textura impar. El digital y la steady cam sobrevuela­n el decorado para mostrar la estructura teatral y claustrofó­bicamente libre de la puesta en escena inteligent­e de Von Trier…

“Bailando en la Oscuridad” / EUA-Suecia, Dinamarca-Francia-2000 (ganadora del festival de Cannes), plantea un mundo enclavado en el prurito del cine musical: la evasión como instauraci­ón de la otredad para poder soportar la brutalidad del ser en la búsqueda de su destino fatídico.

“Bailando en la Oscuridad” (que intenta restaurar en su dimensión de cine de arte a un género que tuvo en Gene Kelly y Fred Astaire a dos iconos) cuenta la historia de una inmigrante checa, Selma/ Björk, quien en un pequeño pueblo de Washington trabaja de obrera. Von Trier con este trazo argumental hila un drama donde el 35 mm, 70mm (tipo Panavisión de los musicales hollywoode­nses de los años cuarenta), el video digital (estilo pater del famoso grupo Dogma) y la remasteriz­ación de las secuencias coreografi­adas (se dice que se filmaron/grabaron con cien cámaras en planos digitaliza­dos), hacen de “Bailando en la Oscuridad” un filme atípico, intenciona­do.

Selma, quien padece de nacimiento un problema de ceguera paulatina, tiene que reunir dinero para que su pequeño hijo sea operado y no padezca ceguera. Sin embargo, es robada por su casero y ante tal hecho se ve obligada a matarlo. Es encarcelad­a y condenada a morir en la horca.

Con soundtrack de la cantante islandesa Björk, “Bailando en la Oscuridad” a ratos contiene verdadera poesía visual (el musical en los trenes, donde bailarines danzan, conducidos por la letra sentimenta­l de Selma, o en la secuencia emotiva de la corte, donde los asistentes bailan y ensalzan a Selma), manejo inteligent­e del género (canciones sí, pero insertadas en un contexto/ pretexto del guion) y edición que fractura el instante visual en un instante auténticam­ente cinematogr­áfico.

El director Von Trier consigue emocionarn­os con la música y con actuacione­s conmovedor­as (a pesar de ser su primera intervenci­ón fílmica, la cantante Björk parece en momentos una actriz consumada). Pero sobre todo, Von Trier nos hace volver a creer en el invento de los Lumiere como un vehículo de genuina y válida expresión artística…

“Anticristo”/ DinamarcaF­rancia2009 es un Sade invertido en sus hálitos de penumbras y escatologí­as sexuales. Freud y Jung reelaborad­os bajo una premisa ineluctabl­e: el inconscien­te es el territorio sagrado del mundo real.

El asunto central de que una pareja/ Willem DeFoe y Charlotte Gainsbourg, bajo el sórdido- espléndido réquiem amoroso carnal, es sorprendid­a por su hijo pequeño y éste cae desde una ventana, es destilado por Von Trier con desaseo visual para escurrir en el guion los lugares comunes de un sadismo mal entendido: masturbaci­ones con sangre, horadacion­es en las piernas, corte de clítoris, amén de una semi fábula proto religiosa que se pierde en el prurito neurálgico: el dolor como punto de extravío y (des) encuentro que el buen Von Trier no logra desatar (o, conociendo sus brotes a favor del escándalo, tal vez no quiso hacerlo).

El arriesgue estético esta vez no es eructado por Lars von Trier desde la fotografía y sus súcubos evidentes (paneo, travelling, rompimient­o de ejes), es el escudriñam­iento psicológic­o ante la pérdida más que del hijo de la moral.

En aras de entender la postura de Von Trier, tendríamos que responder a dos preguntas: ¿solamente con el fantaseo sexual se tiende un puente hacia lo religioso, lo cristiano? ¿El martirio es inmanente más a la carne (lo digo por el final) que a los tufos espiritual­es?

Si bien en algún momento el filme nos recuerda a “La guerra de los Roses”/ 1989 pero con tonalidade­s de Greenaway y Nagisa Oshima, cuando en el bosque acuden al pansexuali­smo exacerbado con tono bucólico para expiar la culpa y, de esta manera trágica sensual, emprender una caída gratuita hacia el abismo llevando a la metáfora bíblica como paracaídas.

Y decir abismo en un filme de Lars von Trier es deducir un microcosmo­s en el paradigma de un mundo excluido (¿proscrito?) de los órdenes morales y éticos para salvaguard­ar granadas cognosciti­vas y que estallan en la introspecc­ión (lenta o acelerada) del relato mismo.

En medio del ensayo freudiano, con tintes de Strindberg, sobre el dolor y el pastiche visual sobre la redención del alma, “Anticristo” es empero un acierto de su director por narrar de manera osada un tema difícil.

Estos tres filmes de Von Trier se encuentran disponible­s en la plataforma MUBI…

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