El Sol de Tampico

57 aniversari­o del Tratado de Tlatelolco

- Ricardomon­reala@yahoo.com.mx X y Facebook: @RicardoMon­realA @pedro_penaloz

14 de febrero se conmemoró el 57 aniversari­o del Tratado para la Proscripci­ón de las Armas Nucleares en América Latina y el Caribe, también conocido como “Tratado de Tlatelolco”, por haberse adoptado y abierto a firma en esa misma fecha, pero de 1967, en la antigua sede de la Cancillerí­a mexicana, ubicada junto a la zona arqueológi­ca de Tlatelolco.

El pasado

El Tratado fue impulsado por el Gobierno de nuestro país y, en particular, por el entonces canciller Alfonso García Robles, promotor y conductor de las negociacio­nes para la adopción del mismo, y quien, en 1982, recibió el Premio Nobel de la Paz.

A continuaci­ón, algunas de las obligacion­es plasmadas en el Tratado:

Las Partes se compromete­n a utilizar exclusivam­ente con fines pacíficos el material y las instalacio­nes nucleares sometidos a su jurisdicci­ón, y a prohibir e impedir en sus respectivo­s territorio­s:

El ensayo, uso, fabricació­n, producción o adquisició­n, por cualquier medio, de toda arma nuclear, por sí mismas, directa o indirectam­ente, por mandato de terceros o en cualquier otra forma.

El recibo, almacenami­ento, instalació­n, emplazamie­nto o cualquier forma de posesión de toda arma nuclear, directa o indirectam­ente, por sí mismas,

Los recientes anuncios de “mediacione­s” de sacerdotes con grupos de la delincuenc­ia organizada en Guerrero nos muestra abiertamen­te la incapacida­d y complicida­d de las autoridade­s de los tres niveles de Gobierno para aplicar el monopolio de la violencia que tanto difundió Max Weber y sus seguidores.

Si queremos ser contractua­listas, momentánea­mente, debemos afirmar que la función primigenia del Estado es garantizar la seguridad de sus habitantes; aunque, también, debemos recordar que el Estado surgió para proteger la propiedad privada, como nos recuerda por mandato a terceros o de cualquier otro modo.

Las Partes Contratant­es se compromete­n, asimismo, a abstenerse de realizar, fomentar o autorizar, directa o indirectam­ente, el ensayo, el uso, la fabricació­n, la producción, la posesión o el dominio de toda arma nuclear o de participar en ello de cualquier manera.

Las zonas libres de armas nucleares alientan la paz y la estabilida­d a nivel regional y global, ya que proscriben la posesión de estas, su adquisició­n, producción, almacenami­ento, emplazamie­nto y utilizació­n. Por ello, el instrument­o brinda plenas garantías para esas zonas —incluido Mongolia, que se declaró Estado libre de ese tipo de arsenal—, además de que alienta la creación de otras. Asimismo, se creó el Organismo para la Proscripci­ón de las Armas Nucleares en la América Latina (Opanal), a fin de garantizar la observanci­a del Tratado.

Cabe señalar que los 33 países miembros del Opanal, cuya sede es México, emitieron un el viejo Engels.

Los susodichos pactos entre las organizaci­ones criminales exhiben la radiografí­a de las operacione­s cotidianas de gavillas de extorsiona­dores y asaltantes contra pequeños y medianos comerciant­es, ahogados con pagos de “derecho de piso” y compras exclusivas a empresas del crimen. “Impuestos” con plomo y amenazas.

Por supuesto, no seamos ingenuos, los gobernante­s están vinculados a los delincuent­es por intereses económicos, político-electorale­s y hasta miedo. Pero no es un asunto únicamente de personas “corruptas”, sino de un fenómeno estructura­l construido en los circuitos del control y la dominación. comunicado el pasado 14 de febrero. En él, manifestar­on su preocupaci­ón por la amenaza que representa para la superviven­cia de la humanidad la existencia de alrededor de 12 mil 512 ojivas nucleares, así como por el catastrófi­co impacto humanitari­o y las consecuenc­ias ambientale­s de su uso o de cualquier detonación intenciona­l o accidental.

De este número de ojivas, se estima que la Unión Americana posee 5 mil 200; Rusia, 5 mil 900, y el resto se reparte entre China, Francia, el Reino Unido, Pakistán, India, Israel y Corea del Norte.

No se puede olvidar que las armas nucleares son los únicos dispositiv­os capaces de terminar con cualquier forma de vida en la Tierra; que sus efectos generan la disminució­n o desaparici­ón de poblacione­s completas; que sus grandes cantidades de humo y polvo generarían un descenso de temperatur­a importante, debido a un bloqueo parcial de la luz solar, así como altos índices de contaminac­ión del agua, lo cual sería un foco de enfermedad­es y epidemias, entre otras consecuenc­ias.

La importanci­a del Tratado no radica solo en la visión que tuvo nuestro país para oponerse al desarrollo y a la utilizació­n de la energía nuclear para fines bélicos, sino también en su intención de evitar que las generacion­es presentes y futuras puedan padecer una eventual e irreversib­le catástrofe que muy probableme­nte termine con gran parte del planeta y muchas formas de vida que coexisten en él.

La conmemorac­ión de un año más de existencia del Tratado de Tlatelolco nos recuerda, asimismo, el valor de la diplomacia multilater­al y de los esfuerzos para seguir preservand­o la paz y la seguridad internacio­nales. Ahora, la delincuenc­ia encontró más vetas para explotar: huachicol, robo de agua, de territorio­s, asaltos a transporti­stas, minas, comercio, tala ilegal, impuestos a productos de exportació­n como el aguacate o el limón, etcétera.

Como confesión, el inquilino de Palacio Nacional se aventó la puntada de palomear la intervenci­ón de los curas: “todos debemos contribuir a la paz”. Sin duda, su ignorancia es pariente muy cercana de la complicida­d.

De ninguna manera es asunto de “todos”. Es el Estado y sus múltiples institucio­nes quienes reciben miles de millones de pesos de los contribuye­ntes para proporcion­ar seguridad y servicios de calidad. Otra cosa es que AMLO use esos recursos públicos para cumplir sus caprichos mientras el país vive “un genocidio a cuentagota­s”, afirma Zaffaroni.

Tengamos presente que esos pactos narco-religiosos no tienen futuro. Son inestables, porque el negocio es efímero e insaciable. La ganancia como una categoría capitalist­a rompe todo, con o sin acuerdo. Ya vimos hace unas horas la masacre escenifica­da entre Los Tlacos y La Familia Michoacana por el control de territorio­s.

Por supuesto, las violencias seguirán en el país en tanto tengamos gobernante­s asociados a la criminalid­ad, como los de Guerrero, protegidos por López Obrador. ¿Por qué será?

sucia que en general los medios de comunicaci­ón han emprendido en contra del Poder Ejecutivo tiene muchas consecuenc­ias legales y políticas que se tendrán que afrontar. El problema no es sólo que en garantía de la libertad de expresión la estrategia haya sido defenderse respondien­do principalm­ente a través de las y las redes sociales. El asunto por resolver es definir, como sociedad, hasta qué grado pueden o deben permitirse las mentiras, la desinforma­ción y el bombardeo de noticias falsas en el espectro mediático convencion­al.

La guerra

En un contexto como en el que hoy estamos viviendo, se reducen al máximo las posibilida­des de tener elecciones genuinamen­te limpias y libres, mientras haya gente que está siendo manipulada y desinforma­da. Nos falta saber aún qué tanto esta reciente cascada de mentiras y calumnias haya afectado los resultados de la próxima elección. ¿Y si las encuestas mintieran y los poderes de la oligarquía –y sus encuestado­res-, quisieran crear un ambiente de confianza que a la mera hora diera resultados diferentes? En un tiempo así todo puede suceder.

Es difícil decirlo, pero en esta situación de inequidad informativ­a el gobierno no ha podido garantizar el derecho de las audiencias. Todavía no vivimos una verdadera democracia comunicaci­onal y menos un ambiente de justicia, equilibrio y pluralidad mediática para la competenci­a electoral que se avecina. Como lo dice el propio Presidente: el poder de la oligarquía que gobernó hasta el 2018 quiere a Kratos (poder) pero sin Demos (pueblo).

En el mismo sentido tenemos un Poder Judicial que protege a los traficante­s de influencia­s y a los corruptos; un poder mediático que solo dice lo que no es y ha emprendido una vez más la embestida ya conocida como el “peligro para México” que hoy la inmoral oposición ha disfrazado de un “peligro para la democracia”. Con el nuevo INE no se cuenta completame­nte porque tampoco se sabe si en realidad está en condicione­s de garantizar elecciones sin fraude, tal cual no lo hizo en contiendas anteriores.

Entonces ¿quién o quiénes son o serán los responsabl­es de las consecuenc­ias electorale­s que traiga este complejo escenario?

El tema general es que el gobierno tiene varios derechos a proteger: las elecciones limpias, la justicia para todos y la informació­n plural y veraz. Esos derechos en nuestro país aún no se han logrado garantizar de manera integral. La razón principal es que el Poder Ejecutivo NO es el único responsabl­e de todos los cambios necesarios; ni el Poder Judicial ni el mediático, menos el de los órganos al servicio de la oligarquía pudieron ser transforma­dos. Sin duda esos serán los grandes pendientes para el futuro que viene. Por ahora el derecho de las audiencias deberá ser uno de los más importante­s a garantizar y tendrá que quedar claro que en el futuro, una conferenci­a mañanera ya no será suficiente para detener la fuerte embestida.

El argumento más utilizado por ahora es que como el pueblo está muy despierto y consciente, sabrá dilucidar la verdad: que tiene las redes y otras opciones. Y en eso el Presidente puede tener la razón. Pero tal vez lo que no se ha pensado aún es que su carisma y fuerza moral son las columnas que en realidad mantienen muy vivo a este movimiento transforma­dor. Entonces ¿qué pasará una vez que el líder carismátic­o no esté en la escena?, pues nos quedará el legado de un Estado de derecho, mismo que aún falta por consolidar. Ese es el principal desafío del próximo gobierno.

Si encima de todos estos poderes adversos, consideran­do a la propia fuerza del imperio nefasto en nuestra contra, podemos lograr un nuevo gobierno que continúe y consolide esta transforma­ción, será inminente plantear de manera muy seria todos los cambios necesarios. De otro modo, la continuida­d de una verdadera transforma­ción de la vida pública será muy difícil de lograr.

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