El Sol de Tampico

Doroteo Herebia Medina, In Memoriam

- Juan José González Mejía EL CUMPLEAÑOS DEL PERRO

Me enteré por mis contactos de Facebook (tus sobrinos, hijos de tu hermana Cristina) que acabas de morir. No puedes imaginarte el impacto que la noticia me ocasionó. Me dolió mucho tu partida porque desde que me fui de Tampico, hace veinte años, nunca volví a verte. En mi niñez tú fuiste mi amigo entrañable. Aunque nuestra mirada estaba fija en distintas porciones de cielo, lo cierto es que veíamos el mismo cielo. Doroteo, Tello, mi recuerdo en este momento tiene la estatura que teníamos a los nueve, diez y doce años.

Te acuerdas cuando nos contabas historias que sobrepasab­an tu edad? ¿Te acuerdas cuando jugábamos en el patio todos los juegos imaginable­s por el ímpetu de nuestros primeros años? Tello, tenías en tus palabras un extraño fuego que no sé por qué no ardió más y mejor con el tiempo en tu edad adulta.

Tello, la calle Monterrey (en la colonia Campbell) fue el territorio expropiado por nuestras andanzas infantiles: las escondidas, los partidos de beis, de fut, los encantados, el burro, la roña.

Tello, Doroteo Herebia Medina, bebiste (al igual que yo) del tarro de la pobreza. Tu abuelita, doña Esperanza Martínez –matriarca de la Monterrey y mi madre, Leonor Mejía, fueron nuestros abrigos y cordones umbilicale­s desde que tengo memoria. Ellas se dieron por ti, por tus hermanos (Víctor, Cristina, Roberto y Jesús) y por los míos (Ana Bertha, Úrsula y Raúl). La dignidad con la que llevaron sus limitacion­es económicas merecerían algo mejor que lo que pudimos darles en vida.

Mis recuerdos de infancia se me agolpan porque son muchos. Un amigo es, con el tiempo, un testigo privilegia­do de esa etapa de nuestra vida. Y tú fuiste un testigo mío, como yo de ti. Recuerdo una tarde que, sentados en la banqueta a la entrada del edificio (creo que se llamaba Basáñez, en la calle Tancol), me dijiste que nunca te gustaría irte de la colonia, del barrio. Verdad buena, Tello, porque uno siempre será de donde viene, de donde se acuña o se forja. La vida no sólo es física sino también es memoria.

Tú eras diestro como carnicero. Yo apenas pude coger un cuchillo y rebanar un pedazo de bistec. Mi herramient­a fue la pluma. Y con ella te escribo desde otra ciudad, Xalapa, a muchos kilómetros de distancia pero muy cerca del recuerdo.

Te casaste, hasta donde supe, tuviste tres hijas (disculpa el disparate de la cifra) e ignoro el resto de tus días.

Tello, quizá tú ya ni te volviste a acordar de mí. Lo que me importa es que lo que hayas hecho estuviera a la altura de lo que deseabas. Siempre que me acuerdo del barrio te recuerdo con tus ocurrencia­s, tus historias a veces algo exageradas pero, sobre todo, con la mirada del niño que tuvo que lidiar con una infancia dura, espinosa, que fue mi vecino y que vivía en una casa de madera que actualment­e no existe porque fueron construido­s unos horribles condominio­s.

Tello, Doroteo, amigo de mi infancia, te abrazo con el más abrazo más cálido y sincero desde esta edad que tengo hasta los años felices que pasamos cuando éramos niños en la calle Monterrey, en la colonia Campbell de nuestro amado Tampico…

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