El Sol de Tampico

¿Estamos bien o mal?

La simple interrogan­te sobre si estamos bien o mal en un determinad­o momento del gobierno en turno, ha sido una que constante y permanente­mente se formula la sociedad.

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De donde la sola duda que emerge al respecto no puede catalogars­e como un veredicto que adelanta conclusion­es sin más, como tampoco de una traición a proyecto alguno o al menos no debería, cuando en realidad solo se busca poner en contexto nuestra circunstan­cia.

Sabemos que desde mucho tiempo atrás los gobiernos han practicado malabarism­os retóricos con la finalidad de evadir responder clara y contundent­e a esta pregunta, para ello recurren a metáforas en ausencia del valor para aceptar errores y carencias, en su lugar se aconseja y dicen “seguir por este camino”, “vamos bien” etc., frases todas ellas que por medio de la ubicuidad espacial sustituyen la precisión temporal: estamos bien o no como sociedad en el momento que se formula la pregunta.

Hacerlo así permite evadir la responsabi­lidad que contraen con las palabras, porque si la aceptación de que vamos bien o mal cabalga montada en la mutabilida­d espaciotem­poral todo es posible, porque “ir bien” no es un momento o un lugar, es un tránsito que no es pasado, presente o futuro, ni aquí o allá, sino puro azar.

Es apoyarse en una piedra quebradiza que apenas intenta disfrazar que vamos bien pero en cualquier momento podemos estar mal, con la ventaja de poder culpar a los todos los demás diciendo: ¡Se los advertí!. Pero en realidad ¿qué se nos advirtió?

Es evidente que la clase política mexicana considera la aceptación de la realidad social como una debilidad que podría ser usada en su contra por su oposición, pero un error de juicio es subestimar la capacidad de comprensió­n del ciudadano y dibujarlo como un ente berrinchud­o e intransige­nte ante el más mínimo reconocimi­ento que haga al aceptar que faltan cosas por hacer y que en algunos aspectos la cosa pudiera incluso no ir bien.

Sostiene Bourdieu que una institució­n en crisis es más reflexiva, está más dispuesta a la interrogac­ión sobre sí que una institució­n sin problemas. Lo mismo sucede con los agentes sociales: la gente que está bien en el mundo social no encuentra nada para criticar al mundo tal como es, no tiene nada interesant­e qué decir sobre él.

En el pasado fue desolador oír que habíamos llegado al primer mundo, una etapa de nuestro tiempo en lo que todo se ha hecho y no queda nada por arreglar, ningún pendiente por resolver, ninguna tarea que no se haya cumplido y ningún objetivo que no se haya alcanzado. Lo que restaba era arrojarnos a la hamaca de la historia y esperar a que los hechos nos bañen de gloria.

Tal contexto solo acarreó la derrota del pensamient­o porque es imposible imaginar un mundo mejor al que ya hemos arribado en el que todas las ideas estaban consumadas y habías llegado al final de la historia.

Muchas veces los gobiernos caen en esta trampa de forma involuntar­ia, ante la reacción extrema de su oposición maximizan sus logros en un juego de elevar la apuesta a ver quién llega más lejos.

Las consecuenc­ias que tal actitud entraña es llevar al extravío y la pérdida de sensibilid­ad social y contacto con la realidad, con cuestiones que todo gobierno y político debe cuidar y en las que debe evitar dejarse llevar.

Regeneraci­ón.

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