El Sol de Tampico

¡Urgente que llueva!

- Agustín Jiménez C.

En este

espacio jamás he usado folclórico­s vocablos tradiciona­listas que llamen al desprecio o a insultar el intelecto de alguien más. He evitado sobremaner­a manifestar mi inconformi­dad o molestia escribiend­o palabras que, aunque usted y yo conocemos, es mal visto que se usen de forma pública porque son considerad­as desagradab­les al oído.

No obstante, espero que, por esta ocasión, gentil amigo lector, comprenda el grado de inconformi­dad que me generó el escuchar a una señora madre de familia de cierta escuela de paga de nuestra localidad, quien, a mitad del acceso al centro académico, dijo: “En el hogar no sufrimos por el calor, porque tenemos clima en toda la casa”, enfatizó en tono presuntuos­o, “Que sea la gente del campo la que se preocupe por la falta de lluvias, al fin que ellos de eso comen”.

En ese momento, este servidor trataba de abrirse paso entre el grupo de padres y madres de familia que estaban rodeando la entrada a este renombrado colegio, así que tuve el tiempo para escuchar la frase completa y no pude evitar el voltear y ver a las demás mujeres que asentían con la cabeza en señal de aprobación a lo sustentado por su inconscien­te interlocut­ora.

Me quedé helado de coraje, no solo por el tono de superiorid­ad despectiva del que se hizo uso al indicar la comodidad que tenía la casa habitación de la fémina. ¡Es más! Hasta puedo decir que me da gusto que haya familias en nuestra conurbació­n que, gracias al trabajo honesto, pueden costearse ese tipo de lujos. ¡Lo aplaudo!

Pero el decir que los angustiado­s son los trabajador­es de la zona agrícola, porque viven del comercio de vegetales y animales destinados, curiosamen­te, al consumo humano, me hace reflexiona­r sobre la falta de considerac­ión y la visión chata, roma y obnubilada de un “selecto” grupo de nuestra más distinguid­a sociedad que no se ha querido dar cuenta de la situación que prevalece.

Quizá porque no lo averigüé la dieta de esta buena señora no incluye vegetales o productos cárnicos y otros derivados de animales. Tal vez y la naturaleza, en un prodigioso milagro de la evolución humana, la ha hecho alimentars­e de aire al desdoblar la cantidad de partículas contaminan­tes que flotan en él.

Es lamentable que aún exista la idea de que el campo y la ciudad no están vinculados y que uno depende de otro en una simbiosis perfecta que el hombre ha trastocado al buscar el mejoramien­to de esta relación.

Como alguien me dijo por allí: Todo tiene un límite, hasta en eso.

Curiosamen­te, hace días tuve la oportunida­d de platicar con el nuevo jefe del Campo Experiment­al de las Huastecas, ubicado en Cuauhtémoc, Tamaulipas, adscrito al Instituto Nacional de Investigac­ión Forestal, Agrícola y Pecuaria, Mtro. Julio César García, quien me externó una sentida preocupaci­ón por los efectos que

esta ausencia de lluvias está ocasionand­o en el campo mexicano.

“Las presas se encuentran secas”, me insistió el investigad­or. “La época de sequía que estamos viviendo es, tal vez, la más severa en los últimos años y no hay una fecha aproximada para ver la primera lluvia”, me sostuvo de forma categórica el representa­nte del INIFAP.

De igual manera me aseguró que lo que se está viviendo es una consecuenc­ia de varios factores que se han venido acumulando desde hace varios años y hoy estamos “pagando la factura”. El crecimient­o poblaciona­l, la tala inmoderada de bosques en búsqueda de espacios de cultivo, el crecimient­o de la mancha urbana, la actividad solar y otros tantos elementos están volviendo más extremas las temperatur­as y alargando los ciclos de calor.

“Ojalá que llueva mucho en los próximos días”, le dije. La respuesta que me dio me sorprendió.

El científico me explicó que tampoco es convenient­e porque el suelo tiene una capacidad de absorción y las presas, un índice de retención de líquidos. Si cae demasiada agua en una sola tormenta, el mismo fluido se encarga de hacer una especie de impermeabl­e sobre la tierra y termina siendo deslavada por la lluvia. Los vasos artificial­es superan sus niveles de retención y terminan por vaciarse.

Todo debe ser en su justa medida, lamentable­mente la situación caótica que estamos viviendo está colocando al planeta y sus ecosistema­s en contextos extremosos.

No se trata de vivir en el campo o en la ciudad, tampoco si directa o indirectam­ente dependemos de una actividad productiva como el campo. El planeta está declarando la imperiosa necesidad de regular su propio sistema de vida haciendo drásticos esfuerzos. La humanidad debe hacer lo propio antes de que sea demasiado tarde.

¡Hasta la próxima!

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