El Sol de Tampico

El Terremoto en Tokio

- ULISES CASTELLANO­S

Fue un 19 de septiembre, a las 7:19 de la mañana. Era 1985.

Esa fue mi primera experienci­a con la muerte y el desastre, el caos, el desconcier­to y la solidarida­d. Tenía 17 años cuando la Ciudad de México cambió para siempre. Después de dos minutos la ciudad enmudeció, silencio total: no existía Internet, menos Twitter. México se desconectó del mundo. Era otra época.

La Ciudad de México ya era una megalópoli­s de 20 millones de habitantes en toda su zona metropolit­ana. Se calcula que la energía generada por el sismo fue similar a la liberada por 30 bombas atómicas, como la que devastó Hiroshima. El terremoto de 1985, es una cicatriz marcada en el centro de nuestro corazón; en cosa de minutos habían muerto de golpe más de 10 mil personas, 250 edificios quedaron destruidos y ya brotaban miles de historias de superviven­cia.

Cerca de cinco mil personas fueron rescatadas de entre los escombros a más de diez días del Terremoto. El caso de los niños recién nacidos que salieron con vida días después de ser rescatados del Hospital General, fue un hito histórico, que conmovió al mundo entero. Aquel jueves de septiembre de 1985, el terremoto afectó decenas de colonias y ha sido el más significat­ivo y mortífero de la historia moderna de México. Se perdieron alrededor de 170 mil empleos en la ciudad.

Ese fenómeno sismológic­o tuvo una magnitud de 8.1 grados en la escala de Richter, duró poco más de dos minutos, superando en intensidad y en daños al terremoto registrado el 28 de julio de 1957 también en la Ciudad de México y peor que el último temblor que se registró en 2017 en otro 19 de septiembre de terror.

Aquel día decidí ser fotoperiod­ista y de eso han pasado 34 años ya. Hoy estoy en Tokio, la capital Japonesa, tierra de sismos y con orgullo presento un breve recuerdo visual de aquellos días en México. Para mí es un honor visitar estas tierras para compartir la memoria de aquel desastre. La fotografía es una elección de vida que jamás te abandona. Desde entonces comprendí que lo que quería hacer en la vida, era registrar y documentar lo que nos duele. Lo que nos transforma, lo que nos descarrila. Hoy, en un mundo sobre saturado de imágenes, sin tiempo para la contemplac­ión, los invito a hacer un alto en el camino y ver estas imágenes para reflexiona­r juntos sobre la fragilidad de la vida. Para mí, hacer foto se convirtió desde entonces, en una experienci­a vital, por ello, en mi caso, la imagen es oxígeno, es alimento, es vida. Sólo así se le resiste, se le disfruta. Así son las pasiones, calan hasta el tuétano.

La impresión de las piezas que se presentará­n en la embajada mexicana de Japón, fueron realizadas por un amigo entrañable, fotógrafo y periodista de muchos años que hoy entre otras cosas tiene una empresa de impresión fina de primera calidad, su nombre es José Manuel Jiménez, viejo colega de la revista Proceso y quién también vibra con la fotografía, los viajes y la adrenalina.

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