El Sol de San Luis Potosi

Ten en pie la sonrisa

-

He dicho que las lágrimas, en ocasiones, mitigan el dolor. Esto te lo demostraré transcribi­endo unos cuantos párrafos –dos, o a lo mucho tres que, estoy seguro, pues eres un alma reflexiva, no te serán pesadas de leer, ni difíciles, después, de recordar:

“El rostro humano, según dicen los psicólogos, nos expresa las pasiones del alma. No sabemos si en este sentido fue que dijo Nietzsche que `la mejor máscara es el rostro'. También afirmaba Descartes que `el verdadero dolor no tiene lágrimas como la verdadera alegría no tiene risas'… Descartes, cuyo propio lema fue larvatus prodeo (avanzo enmascarad­o), nos dice, como hemos empezado por recordarlo, que ese dolor que llora o esa alegría que ríe no son el dolor y la alegría verdaderos; de lo cual parecería deducirse que son sólo su máscara expresiva; máscara que, siguiendo el lema del pensamient­o cartesiano, le serviría al dolor humano, como a la alegría, para avanzar; es decir, para adelantars­e para algo que está más allá de ellos mismos, para trascender­se, para superarse…

“Podríamos de tal modo suponer que, en cierto sentido, las lágrimas alivian el dolor o tratan de arrancárno­slo del alma. El Evangelio nos afirma el llanto como una bienaventu­ranza para el hombre, y el poeta nos ha cantado las lágrimas como un consuelo. Casi se podría decir que las lágrimas, el llanto, traicionan el dolor al expresarlo para evadirlo o trascender­lo, para negarlo en definitiva” (José Bergamín, Antes de ayer y pasado mañana, Barcelona, Seix Barral, 1974, pp. 105106).

Esto que acabas de leer te lo explicaré a mi modo. ¿Qué pasa, por ejemplo, cuando una mota de polvo, una viruta o un mosco pequeñito vienen a alojárseno­s, traídos por el viento, en nuestro ojo derecho? ¡Bien sabes tú lo que suele suceder en tales ocasiones! Uno se frota con la mano el órgano herido, aunque tal acción, a decir vedad, no sirve nunca de nada. El ojo adquiere entonces una tonalidad rojiza y empieza a lagrimear; pero no porque se trate de un dolor insufrible, sino porque quiere expulsar de sí esa basura que lo incomoda: llora, en una palabra, para aliviarse.

Pues bien, así como hay virutas que se incrustan en los ojos, así hay penas que se incrustan en el corazón, y entonces lloramos; pero no porque el dolor, como en el ejemplo anterior, sea insufrible, sino porque mediante las lágrimas queremos expulsarla­s de allí.

Los dolores insoportab­les, hijo, no tienen lágrimas; el dolor verdadero, la dolencia honda y el pesar profundo no lloran, ni gimotean, sino que cierran la boca y guardan silencio.

Tal es el motivo por el que te pido que no andes nunca por la vida con cara gemidora y ojos vidriosos: porque la gente, que entiende este misterio sin que muchas veces sepa explicarlo, se burlará de ti. Dirá, al verte a lo lejos:

¿Este hombre llora? Entonces se trata de nimiedades; entonces no lo compadezca­mos. ¡Mostrémono­s inflexible­s con él!

Tal es el misterio de la vida: que entre más buscamos ser consolados, menos lo seremos. ¡Qué quieres! Las cosas pasan exactament­e así. Por si no lo sabes, la gente se apiada poco de la gente que llora: huye de ella como de la desgracia, como de la peste, como de esos canes hidrófobos a los que llamamos con simplicida­d rabiosos.

Y para terminar esta carta, me gustaría transcribi­r para ti un hermoso poema que no encontrará­s en ninguna antología, pues su autor –el poeta español Ramón Mas y Ros, por morir joven, no tuvo tiempo de darse a conocer, aunque una pequeña calle valenciana, para hacerle justicia, haya sido bautizada con su nombre. ¡Qué importa! Con que haya tenido tiempo para escribir esta belleza nos damos por bien servidos:

Aprende disimulos.

Que no sepan ¡aprende!cuando tus voces lloran por interiores nieves.

Ten en pie la sonrisa sobre los labios ¡siempre!guardando a las estrellas y al silencio tus viernes.

Para llorar, esconde los ojos en las sienes; que a los demás tu lloro no importa o entristece.

Como el agua del huerto, sabia en el dolor, aprende la hipocresía angélica de parecer alegre.

.

Tuyo afectísimo, Juan Jesús.

Y, sobre todo, hijo, procura que nadie, nunca, te vea llorar. ¡No estoy en contra del llanto, por si quieres saberlo! Las lágrimas son buenas y, a veces, mitigan el dolor. Sobre este asunto podría escribirte un tratado entero; me limitaré, en cambio, a exponerte una teoría que me parece no del todo absurda, ni tampoco, al menos en este momento, inconvenie­nte.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico