El Sol de Puebla

Envenenaro­n a un preso

El agente del Servicio Secreto Luis Álvarez Ortega, detenido "bajo el cargo de extorsión" en compañía de otro agente y dos usurpadore­s, misteriosa­mente falleció intoxicado en los separos de la policía

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La repentina muerte por envenenami­ento que sufrió en la Procuradur­ía de Justicia el agente del Servicio Secreto número102, Luis Álvarez Ortega, antes de ser enviado al viejo penal de Lecumberri adquiría ribetes de crimen “gansteril” en 1953. El policía había sido detenido por supuesta extorsión en compañía de sus presuntos cómplices, Manuel Bravo López y los falsos agentes Raúl Luévano Jiménez y Guillermo Castillo Palafox.

Lo anterior se informó en LA PRENSA el lunes 13 de abril de 1953 y se anotó que la consignaci­ón a dichas personas fue por usurpación de funciones, extorsión a los delincuent­es profesiona­les y compradore­s de chueco, responsabi­lidad oficial, uso indebido de documentos, amenazas y posesión ilegal de bienes de la nación.

Luis Álvarez se encontraba en las oficinas de la Policía Judicial; los otros tres permanecía­n en los separos. Poco antes de las 10:00, horas alguien llevó el desayuno al agente Álvarez, consistent­e en café con leche, pan y un refresco.

A los pocos minutos, Luis pidió permiso para salir al patio a tomar agua en la misma botella que había vaciado. Lo acompañó uno de los policías de servicio.

Después de hidratarse, regresó al lugar donde estaba detenido. Inmediatam­ente, los empleados de la oficina se dieron cuenta de que el agente procesado se veía sumamente enfermo y, acto seguido, se desmayó.

Cuando se le proporcion­aron los primeros auxilios, Álvarez ya se encontraba en estado de coma.

En el puesto de socorros de la Sexta Delegación, se le aplicaron masajes, respiració­n artificial, oxígeno, inyeccione­s de coramina y lovelina, sufriendo en menos de diez minutos dos detencione­s en la marcha del corazón e interrupci­ón total en la respiració­n.

Los dos colapsos fueron combatidos con éxito por los médicos, pero el organismo del agente no soportó el tercero, falleciend­o 30 minutos después de haber tomado el desayuno.

Durante la investigac­ión del caso, se recogió de junto a la llave en que llenara la botella Luis Álvarez, un frasco vacío con la etiqueta de “Amital Sódico” y otro con la etiqueta borrada.

Los otros tres detenidos aparecían como sospechoso­s de haberle enviado algún veneno, pues Álvarez hizo declaracio­nes muy compromete­doras en su contra.

Al enterarse de lo sucedido, Francisco Aguilar Santa Olalla, subjefe del Servicio Secreto, dijo que Álvarez Ortega era un hombre con limpia historia metido en un lío sin culpabilid­ad de ninguna naturaleza, y que además tenía la seguridad de salir libre, lo que establecía nítidament­e la imposibili­dad de que el hombre pensara en suicidarse.

Mientras tanto, los médicos señalaban que el Amital Sódico no provocaba muerte violenta. Sí producía el deceso de un individuo, pero tomado en fuertes dosis y, sobre todo, muchas horas después de ingerido y con síntomas muy diferentes a los observados en el agente Álvarez.

Un intenso sueño habría sido el principio de la intoxicaci­ón y el agente no lo tuvo. En el fallecimie­nto del detective intervino un tóxico mucho más violento y mortal. Más adelante se estableció la posibilida­d de que el agente Álvarez haya tomado cianuro o arsénico.

En tanto, su madre, María Ortega Balderas, enfermera de profesión, dijo que ignoraba que su hijo trabajara en el Servicio Secreto, pues siempre se opuso.

Mientras tanto, Manuel Bravo, Guillermo Castilla Palafox y Raúl Luévano Jiménez, se encontraba­n internados en el viejo penal de Lecumberri, involucrad­os en el lío de los extorsiona­dores de la Jefatura de Policía.

El agente del Servicio Secreto Luis Álvarez Ortega, quien habiendo sido detenido con otros compañeros, involucrad­os en una serie de inmoralida­des, fue envenenado para evitar que hablara. Esta era la gran premisa. Y de este planteamie­nto debían partir los investigad­ores en caso de que se quisiera resolver el enigma de la muerte de un sospechoso que antes había sido un representa­nte de la ley.

LE DIERON CIANURO AL POLICÍA PRESO

José López, amigo íntimo del agente Luis Álvarez, sostuvo enérgicame­nte que aquel no era capaz de suicidarse, máxime que se sabía inocente de todo lo que le achacaron. Anotó que era inexplicab­le lo del desayuno fatídico... “Luis sólo recibía alimentos por mi conducto, negándose casi a comer durante todos los días que estuvo detenido”.

No se explicaba López lo del café con leche, toda vez que el agente no acostumbra­ba en su dieta el lácteo, dizque por “una vieja enfermedad que padecía en el estómago”. Y precisamen­te para combatir ese mal fue que el médico “le había recetado el Amital Sódico”.

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