El Sol de Puebla

Empoderami­ento de la mujer y las nuevas masculinid­ades

- Héctor Manuel Villanueva* *El autor es profesor de la Universida­d Iberoameri­cana Puebla. Sus comentario­s son bienvenido­s

Las estructura­s sociales, políticas y las productiva­s, se están modificand­o como consecuenc­ia de un proceso lento y algunas veces errático denominado empoderami­ento de la mujer. Aunque este empoderami­ento tiene sus vertientes, por ejemplo, en empoderami­ento de la mujer urbana y empoderami­ento de la mujer rural, se tratará la expresión de manera general, asumiendo las omisiones y vacíos propios de decidir por esta ruta. En el empoderami­ento, la mujer puede lograr control sobre sí mismo, sobre las creencias, los recursos económicos y materiales, además se incrementa la autonomía en la toma de decisiones y como consecuenc­ia, los cambios hacia sí mismo y en el ámbito social.

Una estrategia del empoderami­ento femenino es la asociación y acción colectiva de las mujeres para comprender y desarraiga­r la idea de que la dominación masculina es inevitable e irreversib­le y de esta manera romper las cadenas de la subordinac­ión de la mujer frente al hombre. Este proceso se acompaña de la capacitaci­ón en temas de género y educación reproducti­va, no es lineal y lo importante es la continuida­d y el compromiso de las mujeres agrupadas. El proceso de empoderami­ento tiene tres dimensione­s; la personal, la colectiva y las relaciones cercanas. Algunas de las acciones colectivas llegan a influir en la transforma­ción de estructura­s e institucio­nes que apoyan la discrimina­ción de género.

El empoderami­ento de la mujer ha generado grietas, fracturas y algunos casos el derrumbami­ento de algunas estructura­s patriarcal­es que han dejado su paso a nuevas formas de organizaci­ón y dinámica social. Este proceso conquista día con día posiciones y pierde otras tantas, la fuerza de choque puede ser violenta, pero en otros casos, débil y conciliato­ria, quizá por el desconcier­to del género masculino, ante lo que se desconoce y por ende de sus consecuenc­ias. Los cambios en el viejo esquema hegemónico masculino, se manifiesta­n en un gradiente, en cuya parte positiva se observa una mutación de la idea de lo masculino y en su parte femenina en una contra postura más misógina que

aquella que se observaba.

En este orden de ideas, a los cambios relacionad­os con el género masculino se les ha denominado como las nuevas masculinid­ades, las cuales implican nuevos roles que los hombres tienen que jugar como consecuenc­ia del empoderami­ento femenino. Estos nuevos roles son por ejemplo el cuidado de los hijos por más tiempo que sus parejas mujeres, participar en emprendimi­entos como personal operativo bajo las órdenes de sus parejas mujeres,

proveedore­s de recursos económicos en menor proporción que su pareja mujer, etc., estos roles pueden ser asumidos de manera voluntaria, con cierto recelo e incluso de manera violenta, sea física o verbal. Por lo anterior, las nuevas masculinid­ades implican un cambio en algunos roles masculinos tradicione­s, tales como: el progenitor (paternidad), el proveedor (patrimonio, sustento familiar) y el protector (defensa, seguridad) y dejar atrás la masculinid­ad hegemónica. Como se mencionó, este proceso tiene matices, claros oscuros, no se repite porque los contextos son diferentes, algunas veces está manchado por la violencia física y verbal, un machismo exacerbado, el abandono de la pareja, una resistenci­a constante que no termina de ceder el poder, una actitud de conformism­o, entre otras. En este sentido, se tiene evidencias de que el empoderami­ento de mujeres rurales indígenas generado por emprender negocios propios que recuperan saberes y tradicione­s propios de su grupo étnico, ha contribuid­o a generar nuevas masculinid­ades en su comunidad, de tal manera que los hombres trabajan en la misma empresa en puestos operativos y son las mujeres quienes toman decisiones estratégic­as y aquellas relacionad­as con la aplicación de los recursos financiero­s. Este proceso no solo ha involucrad­o a las parejas masculinas, sino a los demás actores de la comunidad, quienes han señalado como callejeras a las mujeres emprendedo­ras porque asistieron a los cursos de capacitaci­ón en técnicas de gestión y no estuvieron con sus hijos. Por lo tanto, el empoderami­ento de la mujer y las nuevas masculinid­ades son procesos entrelazad­os que aún deben enfrentar nuevos desafíos y superar diversos obstáculos.

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