Gonzalo Celorio indaga en lo oculto
El director de la Academia Mexicana de la Lengua presenta Los apóstatas, el cierre de su trilogía familiar
Escribir para olvidar. Es la sentencia de Gonzalo Celorio (Cd. México, 1948) cada vez que hurga en la memoria y da rienda suelta a la imaginación para construir una historia. La historia de su familia. La suya propia que lleva a la literatura para jamás volver a recordar. “Cada vez que publico una novela siento que hay una liberación”, ataja el ensayista, novelista y crítico.
Ese respiro de alivio sintió cuando, después de seis años de investigación y escritura, concluyó la novela
(Tusquets, 2020), la última entrega de la trilogía sobre su familia que inició con
(2006) y
(2014), dedicadas a su madre y padre, respectivamente.
Esta novela es sobre sus hermanos Miguel y Eduardo. El primero, fungió como tutor cuando su padre murió. El segundo, dos años más grande que el escritor, fue con quien compartió la recámara, la ropa, los zapatos, los libros y los amigos. Y si bien entre ambos hay 20 años de diferencia, coincidieron en elegir una vida religiosa para al final renunciar a ella.
Escribir sobre sus hermanos, explica Celorio en entrevista, no es sólo una catarsis personal, sino un pretexto para hablar de la revolución de Nicaragua donde participó Eduardo, tal como lo hizo en las dos novelas anteriores que refirió a la revolución cubana y a la mexicana.
“No me interesa tanto escribir sobre mi familia si no fuera por el hecho de que estos personajes tienen una representación mayor que la estrictamente familiar y sus historias pueden ser narradas como cualquier otra. Lo de la familia es totalmente circunstancial; escribí la historia de la familia materna porque me interesaba el tema de Cuba, porque pertenezco a una generación que apoyó el proceso de la revolución cubana y el movimiento del 68 que no se podría entender sin esa revolución”, precisa el también director de la Academia Mexicana de la Lengua.
NOVELAR PARA REVELAR
En el proceso de escritura, la novela se convirtió en una revelación de secretos. Se refiere a la violación de que fue víctima su hermano Eduardo por parte del padre de su mejor amigo. Suceso que el niño
Sin pena ni gloria guardó para sí en una personalidad introvertida. Y mientras el autor escarbaba en su memoria para tejer el relato, fue descubriendo verdades inimaginables para él mismo.
No era la intención de inicio, afirma el novelista, pero mientras escribía fragmentos de la vida de su hermano y daba coherencia al relato se percató que faltaban eslabones de esa misteriosa cadena. Entonces volvía a su hermano para, a través de una comunicación epistolar, reactivar su memoria. Y como dice el dicho: “El que busca, encuentra.”
El también autor de (1991) afirma que nunca dudó en contar la historia completa de su hermano; pero ello lo llevó a un conflicto moral: “Yo ya había escrito la novela, pero la escritura me fue revelando una serie de secretos y facetas que yo no sabía cómo escribirlos, me puso en una situación muy difícil porque la escritura implicaba herir la susceptibilidad de algunas personas, denunciar a otras y esto significó un conflicto moral y la única manera que yo tenía de resolver ese conflicto era escribiendo la historia del proceso de la escritura de la novela que me parece es una historia tan o más dramática que la novela misma”, añade.
Así, contiene dos historias en una. La de Miguel y Eduardo, y la de cómo Gonzalo Celorio investigó en documentos, cartas, fotografías, entrevistas y más para descubrir esa vida oculta. Y en el fondo, también hablar sobre la religión, la revolución nicaragüense y el México convulso de los años 50 y 60.