El Mundo

El mundo como jungla

- FERNANDO ZAMORA @fernandovz­amora FOTOGRAFÍA NETFLIX

Adú (disponible en Netflix) contrasta imágenes que producen una experienci­a fílmica, si no excelente, cuando menos muy buena. Son tres historias. La primera inicia con un grupo de migrantes que trata de cruzar la frontera en Melilla. Uno de ellos se enreda en el alambre de púas, se le abre el vientre, sus compañeros tratan de ayudarlo, pero el hombre cae muerto. ¿Qué harán los policías involucrad­os? La segunda imagen es una jungla. Su belleza contrasta con “el jardín europeo”. Adú, protagonis­ta de esta historia, tiene seis años y es testigo, sin querer, del asesinato de un elefante. Los traficante­s de marfil, para desgracia de Adú, se han dado cuenta de que fueron observados. ¿Qué sucederá con un niño cuya vida corre peligro por asistir a un acto criminal? La tercera historia es pesadísima. Un español relacionad­o vagamente con los traficante­s de marfil pasa problemas tratando de conectar con su hija. Y es por esto por lo que, a pesar de sus excelentes escenas, Adú no es excelente. Con todo y que arrasó en los Goya. Hay un desbalance muy grande en las tres historias, sobre todo por la actuación del niño. La del español y su hija están puestas ahí como para apelar a un grupo de espectador­es que de todos modos no se va a identifica­r con la causa de los migrantes. En cuanto a los soldados metidos en apuros a causa de la marea humana en que murió un hombre, ha sido puesta por Salvador Calvo, el director, para no dar la impresión de que está queriendo hacer política en favor de los migrantes. Los guardias fronterizo­s también tienen sus problemas y su humanidad. Esta parece ser la moraleja que tampoco va a convencer ni a quienes quieren cerrar las fronteras de Europa ni a quien piensa que migrar es un derecho para personas como Adú, cuya vida corre peligro en su pueblo natal.

La realidad es que Calvo no consigue entretejer sus historias para balancear la tragedia de la migración y contrastar­la con la vida cotidiana de los agentes fronterizo­s y la desgracia de tener una hija adolescent­e. Pero es muy buena la historia de Adú, el pequeño migrante que deja su vida atrás. Y no porque Europa sea un jardín y lo suyo una jungla. En cierto sentido Adú muestra que tiene razón Josep Borrell, alto representa­nte de la Unión Europea, cuando

Calvo no consigue entretejer sus historias para balancear la tragedia de la migración

advierte que Europa es un jardín y el resto del mundo es una jungla. Pero la jungla no es lo que imagina Borrell. Hay en ella pueblos en que niños como Adú pueden andar en bicicleta y hablar con los elefantes. Son los europeos quienes hicieron de esta jungla un infierno.

En el trayecto a Melilla, Adú se hace amigo de otro personaje adorable: un muchacho que se prostituye con europeos de modo que la jungla africana lo es en el sentido que le da Borrell a causa de ese mismo jardín que, todos saben, ha sido regado con la sangre de un imperialis­mo rapaz. Si Calvo se hubiese dado permiso de que la historia de Adú ocupase toda la película, en vez de tratar de producir una historia coral como Traffic de Steven Soderbergh, hubiésemos disfrutado más de la actuación de este niño y sus amigos. La realidad de Adú, hay que decir, cada vez tiene menos popularida­d en Europa. Están hartos de migrantes africanos. El reto de Calvo era grande: volverse un Dickens capaz de hacer que gente como Borrell descendier­a del parnaso de su propia condescend­encia para ver que más allá de su jardín están Adú y su hermana, su madre y un amigo que se prostituye para comer. Seres humanos que viven en la jungla que produjo el imperio español.

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Adú. Dirección: Salvador Calvo. España, 2020.

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