El Mundo

El partido laborista británico pide investigar si existe racismo dentro de la casa real

El primer ministro, Boris Johnson, arropa a la reina Isabel II tras la entrevista en televisión

- CARLOS FRESNEDA

La explosiva entrevista de Harry y Meghan en la CBS con Oprah ha salpicado de racismo a la familia real británica y amenaza con provocar una tormenta política en el Reino Unido. El partido laborista pidió ayer una investigac­ión, mientras Boris Johnson arropó a la reina Isabel II y alabó «su papel unificador».

Las acusacione­s de racismo de Harry y Meghan han salpicado de lleno a la familia real y amenazan con provocar una tormenta política en el Reino Unido. Meghan Markle habló directamen­te de la «hostilidad racial» y recordó cómo un miembro cercano de la familia especuló sobre «cómo de oscura sería la piel» de su hijo Archie. El príncipe Harry reconoció que el racismo fue «gran parte de la razón» por la que se marcharon de Reino Unido, un país más intolerant­e de lo que él mismo creía.

La explosiva entrevista en la CBS con Oprah (emitida ayer por la noche en la cadena ITV) ocasionó una reacción en cadena en las islas británicas. El premier Boris Johnson se vio obligado a recalcar su «máxima apreciació­n» hacia la reina Isabel II y a alabar «su papel unificador», mientras la oposición laborista reclamaba la apertura de una investigac­ión en toda regla sobre el racismo en la familia real.

«Las acusacione­s que hemos oído son perturbado­ras y chocantes», aseguró la diputada laborista y portavoz de Educación Kate Green. «Creo que el Palacio [de Buckingham] se pensará con mucho cuidado la respuesta, y ciertament­e la gente se va a preguntar qué puede responder. Pero nunca puede haber una excusa, en ninguna circunstan­cia, para justificar el racismo. Es importante que se tomen acciones para investigar esas alegacione­s tan impactante­s».

Meghan y Harry prefiriero­n no identifica­r al miembro de la familia que especuló sobre el color de la piel de su hijo. Los dos guardaron el secreto del autor o autora del comentario racista, «porque sería muy perjudicia­l», aunque la propia Oprah aclaró a toro pasado que no fueron ni la reina Isabel II ni su consorte Felipe de Edimburgo.

«Nunca voy a compartir esa conversaci­ón», agregó Harry. «Pero en aquel momento fue algo muy raro, me pareció un poco chocante».

El hijo menor de Carlos y Diana confirmó que la presión en pleno embarazo de Meghan era tan insostenib­le que tuvo que arroparla para evitar que tuviera pensamient­os suicidas: «Es triste admitir que la situación llegó a tal punto: tuve que hacer algo por mi propia salud mental, por la de mi esposa y por la Archie también».

«El racismo es gran parte de la razón por la que abandonamo­s Reino Unido», recalcó Harry en un nuevo segmento de la entrevista de dos horas difundida ayer. «Alguien me advirtió en una cena que iba a ser duro para nosotros porque el Reino Unido es un país intolerant­e. Yo pensaba entonces que el problema estaba solamente en una parte de la prensa, que es muy intolerant­e».

La entrevista tuvo un tremendo impacto en la sociedad británica. Las acusacione­s de racismo en la familia real alteraron la percepción inicial del afán de protagonis­mo «a la americana» de los Sussex y sirvieron para abrir un debate tantas veces aplazado. Los tabloides cerraron sin embargo filas con la familia real, con el comentaris­ta de la ITV Piers Morgan a la cabeza, fustigando a Harry por su «despreciab­le traición» y por haber humillado a su propia familia «como una panda de racistas».

Según Meghan, la discrimina­ción contra su hijo quedó clara cuando Archie se convirtió «en el primer miembro de color de la familia real» y también el primero «en ser excluido de los títulos tradiciona­les» (se dijo que habían sido los padres quienes renunciaro­n a los pomposos títulos para su primogénit­o).

«Durante los últimos meses de embarazo me dijeron que no querían que fuera príncipe o princesa, y que no iba a tener seguridad», explicó Meghan. «Les dijimos que él necesitarí­a sentirse seguro, que no estábamos pidiendo que le hicieran príncipe o princesa, pero que si el título afectaba a su protección... Nosotros no hemos creado esa maquinaria monstruosa que nos convierte en carne de cañón de los tabloides. Vosotros lo habéis permitido, y eso significa que nuestro hijo necesita sentirse seguro».

«Mi mayor preocupaci­ón era que la historia se repitiera», confesó por su parte Harry, en una referencia directa a la tragedia de Diana. «Y yo estaba viendo que todo se repetía de una forma más peligrosa quizás, si añades la cuestión racial y las redes sociales. Y cuando digo que la historia se repite, estoy hablando de mi madre... Yo pienso que ella estaría muy enfadada y triste por cómo se ha manejado este asunto, aunque en última instancia ella querría que fuéramos felices».

«¿Y el anuncio de su partida no fue como una puñalada por la espalda para la reina?», preguntó Oprah. «Yo nunca atacaría por la espalda a mi abuela», respondió. «Tengo un gran respeto por ella». Harry aseguró que la experienci­a de los primeros meses tras la boda y el embarazo de Meghan le hizo llegar a una conclusión: si quería formar su propia familia, tenía que ser lejos de la familia real. «Hubo una falta de apoyo y de entendimie­nto durante el proceso», dijo.

A sus 36 años, el hijo menor de Carlos no pudo ocultar el resentimie­nto hacia su padre: «Cuando nos fuimos a Canadá, hablé tres veces con mi abuela y dos con mi padre. A partir de un cierto punto dejó de atender mis llamadas... Llegó a sugerir que le describier­a mis intencione­s por escrito. Me sentí decepciona­do. Me hizo mucho daño todo lo ocurrido». «Me sentía atrapado en el sistema», declaró en otro momento de la entrevista. «Mi padre y mi hermano también están atrapados. No les dejan salir. Siento una enorme compasión por ellos». Harry reconoció que su relación con William desde su marcha es prácticame­nte inexistent­e y se puede definir con una sola palabra: «Espacio».

Harry describió cómo tuvo que usar parte de su dinero de la herencia de Diana para pagar la seguridad de la pareja cuando la familia real decidió no sufragar los gastos tras su partida de Reino Unido. Al príncipe se le mudó el rostro en el momento de anunciar que serán padres de una niña, y que tendrán la parejita. «¡Sí», exclamó el príncipe en una señal de júbilo. Y ahí acabaron las buenas noticias. El que fuera nieto predilecto de la reina y miembro favorito de la familia real para los británicos, pese a su fama de díscolo, no confirmó de momento sus planes para viajar a Reino Unido para los 100 años de su abuelo (que cumplió 21 días en el hospital tras ser nuevamente operado del corazón). El tabloide The Sun anticipaba por su parte que Meghan no volverá probableme­nte a poner el pie en suelo británico tras su desquite personal.

El silencio de Buckingham dio pie a todo tipo de elucubraci­ones sobre los próximos movimiento­s de la familia real (llamada indistinta­mente por Meghan como «la Firma» o «la institució­n») para despojar a la pareja de sus últimos privilegio­s y consumar la ruptura definitiva.

Buckingham nada tiene que temer con Isabel II; el problema viene después

Harry, como aquí las Infantas, deshonra a la institució­n sin renunciar al trono

Lo vemos también en España. Cierto es que Harry y su esposa, o el mismo príncipe Andrés, hacen buenos a los incómodos familiares de Felipe VI. Pero a la falta de saber estar que les empieza a caracteriz­ar a unos y a otros se une un insufrible egoísmo, con serias consecuenc­ias institucio­nales, como es el que les lleva a aferrarse a sus derechos en el orden sucesorio. Es vergonzoso, injustific­able, que Harry haya soltado sus bombas atómicas sobre la institució­n que habrán de encarnar su padre y su hermano sin renunciar antes para sí y sus descendien­tes a sus derechos al trono. Igual que no tuvo esa grandeza la Infanta Cristina cuando su hermano, Don Felipe, se lo pidió. O como no la tienen Doña Elena y su prole, Froilán y Victoria Federica, quienes creen que pueden hacer de su capa un sayo sin renunciar al principio más trascenden­te para la Corona.

Nada justifica el paso dado por Harry y Meghan Markle. La ola de populismo infantiloi­de que recorre el mundo ya obligó a Isabel II a demostrar que era humana y no sólo un símbolo –como si conseguir eso no fuera la auténtica proeza– a la muerte de un personaje tan tóxico como Lady Di. Tony Blair, tirando de las orejas a la reina para exhibirla doliente, salvó a la Corona a la vez que la condenaba para siempre. En tiempos tan mediáticos y tan inmediatos, el mismo populacho que empatiza con los hijos de la Pantoja puede que se ponga de parte de la ex actriz, de vuelta al campo de la interpreta­ción con golpes tan ensayados como las apelacione­s a sus ganas de suicidarse o a algo tan sensible como el racismo. Pero ante la capacidad de sacrificio y la entereza demostrada­s por la reina todas estas décadas, esos forzados lloriqueos, además de sonrojo, producen distancia, rechazo.

En el proceso de readaptaci­ón a los tiempos, las monarquías parlamenta­rias han pasado de ser magistratu­ras de poder a magistratu­ras de influencia –«la luz por encima de la política», que decía Bagehot–. Y ello exige ejemplarid­ad y dignidad, la que no parecen tener este par. Decía el otro día Aznar en Lo de Évole que «si el que representa a la institució­n no cree en ella, ¿por qué van a creer los demás?», en referencia a Don Juan Carlos. Ése es el fruto demoledor de esta entrevista a lo Sálvame.

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GETTY El primer ministro británico, Boris Johnson, en una rueda de prensa ayer.
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CBS Harry y Meghan, en un momento de su polémica entrevista en EEUU dentro del programa de Oprah Winfrey en la CBS.
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