Luces de varietés
ES DIFÍCIL resistirse a la conclusión de que la vida política española se ha instalado en un registro paródico: solo esta semana se ha celebrado una insólita ceremonia de apisonamiento de armas terroristas y nuestros senadores han proclamado la igualdad entre los sexos que ya figura en la Constitución. Si no supiéramos que los partidos buscan por definición atraerse a los votantes, pensaríamos que se están riendo de ellos. Y no es que falten cosas que hacer: seguimos bajo el estado de alarma, aumenta el desempleo, se dispara la deuda pública. Pero no es cuestión de prioridades, sino de que olvidemos que existen las prioridades.
De ahí el protagonismo que han ido adquiriendo los «pseudo-acontecimientos», que es como el historiador Daniel Boorstin llama a esas escenificaciones vacías que cobran realidad cuando reciben la atención de los medios de comunicación. Si en un caso se trataba de ver a Pedro Sánchez mirar la apisonadora, en el otro los propios senadores señalaron la importancia del asunto con un selfie: aplaudiéndose con entusiasmo a sí mismos. Y eso que Boorstin escribía en la era de la televisión; las redes sociales multiplican la velocidad a la que circulan los simulacros concebidos por los estrategas de comunicación. Así que ellos ponen el cebo y nosotros abrimos la boca: hay que mantener entretenidos a los que saben que hay una caña detrás, mientras se impresiona a quienes ni siquiera saben que están en el agua.
Pese a todo, la política sigue siendo el arte de conducirse con más inteligencia que los demás; aunque para lograrlo uno deba hacer el sacrificio de parecer tonto. Ahí tenemos a la ministra de Igualdad, que sigue repitiendo sin rubor ante quien quiera entrevistarla que corresponde a su partido la misión histórica de introducir el consentimiento en los delitos contra la indemnidad sexual. No importa cuántas veces se repita que el consentimiento ya estaba en la legislación penal o se señale que la presunción de inocencia es un fundamento irrenunciable del Estado de Derecho. ¡Ni un paso atrás! Si los senadores pueden jugar al 78, por qué no va hacer ella su revolución: ¿acaso no lo será, si el votante se la cree?
Y así pasamos los días en la democracia española, encerrados con el solo juguete de nuestra minoría de edad, sin que las encuestas se muevan demasiado ni bajen los índices de audiencia. A ver si, por lo menos, nos vacunan de una vez.