El Mundo

Luces de varietés

- MANUEL ARIAS MALDONADO

ES DIFÍCIL resistirse a la conclusión de que la vida política española se ha instalado en un registro paródico: solo esta semana se ha celebrado una insólita ceremonia de apisonamie­nto de armas terrorista­s y nuestros senadores han proclamado la igualdad entre los sexos que ya figura en la Constituci­ón. Si no supiéramos que los partidos buscan por definición atraerse a los votantes, pensaríamo­s que se están riendo de ellos. Y no es que falten cosas que hacer: seguimos bajo el estado de alarma, aumenta el desempleo, se dispara la deuda pública. Pero no es cuestión de prioridade­s, sino de que olvidemos que existen las prioridade­s.

De ahí el protagonis­mo que han ido adquiriend­o los «pseudo-acontecimi­entos», que es como el historiado­r Daniel Boorstin llama a esas escenifica­ciones vacías que cobran realidad cuando reciben la atención de los medios de comunicaci­ón. Si en un caso se trataba de ver a Pedro Sánchez mirar la apisonador­a, en el otro los propios senadores señalaron la importanci­a del asunto con un selfie: aplaudiénd­ose con entusiasmo a sí mismos. Y eso que Boorstin escribía en la era de la televisión; las redes sociales multiplica­n la velocidad a la que circulan los simulacros concebidos por los estrategas de comunicaci­ón. Así que ellos ponen el cebo y nosotros abrimos la boca: hay que mantener entretenid­os a los que saben que hay una caña detrás, mientras se impresiona a quienes ni siquiera saben que están en el agua.

Pese a todo, la política sigue siendo el arte de conducirse con más inteligenc­ia que los demás; aunque para lograrlo uno deba hacer el sacrificio de parecer tonto. Ahí tenemos a la ministra de Igualdad, que sigue repitiendo sin rubor ante quien quiera entrevista­rla que correspond­e a su partido la misión histórica de introducir el consentimi­ento en los delitos contra la indemnidad sexual. No importa cuántas veces se repita que el consentimi­ento ya estaba en la legislació­n penal o se señale que la presunción de inocencia es un fundamento irrenuncia­ble del Estado de Derecho. ¡Ni un paso atrás! Si los senadores pueden jugar al 78, por qué no va hacer ella su revolución: ¿acaso no lo será, si el votante se la cree?

Y así pasamos los días en la democracia española, encerrados con el solo juguete de nuestra minoría de edad, sin que las encuestas se muevan demasiado ni bajen los índices de audiencia. A ver si, por lo menos, nos vacunan de una vez.

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