Hechos viejos
EL PÁRRAFO personalmente exaltante del informe Pisa, según anota el diario El País, dice así: «La capacidad de diferenciar entre lo que es un dato y una opinión se reduce significativamente: menos de uno de cada diez estudiantes de la Ocde (el 8,7%) ‘dominan tareas de lectura complejas como distinguir entre un hecho y una opinión cuando leen temas con los que no están familiarizados’». Traduciéndolo mejor: solo uno de cada diez estudiantes sabe distinguir entre hechos y opiniones. La cifra es de tal brutalidad que los diarios deberían parar máquinas. Pero, por lo que observo, el mundo sigue andando. Intelectualmente, el dato es dramático; pero en términos de salud pública es una tragedia. Porque muy pronto estos jóvenes llegarán a las urnas y votarán a los nacionalistas.
En los comentarios que leo, a propósito del dato, se desliza una crítica a la vida digital. La dificultad en la distinción entre hechos y opiniones provendría de un ecosistema donde hechos y opiniones viven en franca promiscuidad. Es cierto que la información ha dejado de organizarse al modo clásico.
En los viejos periódicos de referencia la distinción entre hechos y opiniones era apreciable incluso sin necesidad de leer los textos: bastaba con mirarlos y determinar por la presencia de letra cursiva o redonda si se trataba de la narración de una opinión o de un hecho. Estos refinamientos dan risa en el cavernícola magma digital. Pero, aun así, tengo mis dudas de que quepa adjudicar a la digitalización la confusión de géneros, donde género es género y no sexo. No tengo más remedio que pedirle a la señora Arendt que relate de nuevo su Viaje a Alemania. Pocos años después de acabada la guerra algunos alemanes le discutían que Hitler hubiera invadido Checoslovaquia. Y le decían que había sido precisamente a la inversa. Ella a su vez, ya con las manos en la cabeza, insistía en convencerles. Hasta que aquellos antiguos nazis, súbitamente alzados de la cama en socialdemócratas, zanjaban la discusión espetándole: «Pues mire, señora Arendt, eso será su opinión».
El nazismo puede ser sucintamente descrito como una confusión extrema y asesina entre hechos y opiniones. Así pues, lo que quizá no había en aquella Alemania era el informe Pisa. Hay un modo perversamente historicista de enfrentarse al presente, que consiste en echar la culpa a todo recién llegado de algunos problemas capitales. Cuando la actitud razonable debería ser la de tratar de aprovechar las virtudes del recién llegado –en este caso, la formidable potencia informativa de la digitalización– para afrontar las viejas desgracias colectivas. Las mentiras sobre los invasores, desde luego. Pero, sobre todo, las invasiones.