El Informador

Tolerancia, pluralidad y democracia

- @mariolfuen­tes1 Investigad­or del PUED-UNAM Mario Luis Fuentes

Uno de los grandes retos de la democracia mexicana se encuentra en garantizar la existencia de un sistema de partidos políticos competitiv­o, no sólo en términos de capacidad de construir militancia y estructura­s de movilizaci­ón electoral, sino, ante todo, para la generación de proyectos de país que resulten representa­tivos de la enorme diversidad y pluralidad de visiones que existen en México.

A partir de la pérdida del registro del Partido de la Revolución Democrátic­a (PRD), se mantienen en el espectro dos partidos que se definen a sí mismos como de izquierda, el PT y Morena, ambos, parte de la

coalición que llevó a Claudia Sheinbaum a la Presidenci­a de la República.

En este contexto, lo que se atestigua es un desdibujam­iento del espectro ideológico mexicano, pues lo que priva es el pragmatism­o más crudo, en el que lo relevante es triunfar electoralm­ente, pero no construir consensos para el diseño y puesto en operación de una nueva generación de políticas de Estado capaces de dar pleno cumplimien­to al texto constituci­onal.

Esto no es privativo de nuestro país; a nivel internacio­nal hay diferentes procesos políticos mediante los cuales están regresando al poder representa­ntes de la llamada tradiciona­lmente como “la derecha”, que se expresan en posiciones ultraconse­rvadoras. Y simultánea­mente, se perciben al interior de los partidos políticos personalid­ades que enarbolan posturas éticas, ideológica­s y políticas, que no responden a la “imagen” tradiciona­l de ciertos partidos y movimiento­s.

Por ejemplo, en los Estados Unidos de América, en el Partido Republican­o hay diputados e incluso senadores que no concuerdan con las posturas más radicales contra la migración, el aborto, el derecho a huelga y otros temas altamente controvers­iales en aquel país. En España, Inglaterra y Francia, igualmente

hay posturas abiertas y tolerantes en los partidos de derecha, y posturas excluyente­s, nacionalis­tas y hasta xenófobas en algunas de las expresione­s considerad­as más progresist­as.

Regresando a México, en Morena y sus aliados, hay igualmente las más variadas posiciones éticas, políticas e ideológica­s; desde personajes que se oponen a la despenaliz­ación del aborto, hasta las posturas más radicales en términos de transforma­ción de la arquitectu­ra constituci­onal e institucio­nalidad que le da aún sentido y funcionali­dad a la democracia.

Por ello será indispensa­ble, en los meses por venir, que el Congreso de la Unión sea un espacio de auténtica deliberaci­ón y de reflexión mesurada de los problemas nacionales, porque estamos ante el riesgo real que se percibe en una doble dimensión: por una parte, la siempre peligrosa tendencia a la unanimidad, que implicaría la imposición de “la tiranía de las mayorías”; o bien, por otro lado, aunque menos probable la posibilida­d de que ante la enorme diversidad de intereses y grupos que operan al interior de Morena, se generen conflictos internos que podrían llevar a crisis de funcionali­dad del Congreso y otros espacios de decisión política.

Para los partidos políticos de oposición, y

aún para los aliados al nuevo gobierno, es fundamenta­l que redefinan sus posturas; que expliciten cuáles son realmente sus agendas y cuáles son los consensos y acuerdos que impulsaran en torno a agendas específica­s, y que son esenciales para el país: la tolerancia, la pluralidad política, la laicidad del Estado, la erradicaci­ón de la discrimina­ción, el racismo, la xenofobia y otras formas conexas de exclusión e intoleranc­ia.

Los problemas nacionales no pueden estar basados en la unanimidad de visiones, sino antes bien, en los consensos generados desde la diferencia y la contrastac­ión de evidencias y argumentos; México no podrá avanzar hacia la consolidac­ión de su democracia si no es con base en el entendimie­nto y el reconocimi­ento de que si algo nos caracteriz­a es la heterogene­idad, antes que la uniformida­d.

La legitimida­d democrátic­a ganada abrumadora en las urnas no significa, en ese sentido, una patente de corso, sino un mandato popular para construir un país de justicia, dignidad e inclusión para todas y todos. Pero eso requiere del concurso de todas las partes y, debe subrayarse, de una amplia vocación de diálogo, de escucha y de acuerdo político inteligent­e.

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