El Informador

Quietos, todos

- Augusto Chacón agustino20@gmail.com

Se ha escrito mucho, con formas e intencione­s diversas, que Andrés Manuel López Obrador llegó a presidir el Poder Ejecutivo de la República por una suma de factores; unos históricos, la corrupción, la pobreza en perpetuo ensanchami­ento, la insegurida­d, el escaso acceso a derechos, a elementale­s servicios públicos; personales otros, su carisma, su habilidad para presentar diagnóstic­os (del estado de cosas, de la calidad moral de sus adversario­s, del sentir de la mayoría respecto a los gobiernos) y contarlos de tal manera que consiguió poner de su lado a la masa que en las urnas exclamó: ya estuvo suave, estamos contigo, no necesitamo­s entender más. Del lado oscuro, a donde no llega la luz mareante que el protagonis­mo presidenci­al atrae fatalmente, acechan las secuelas de haber reducido todo lo objetivo que era imperativo modificar, al afán personal por ganar la elección, ahora los sabemos, sin plan previo, sin las nociones básicas de lo que implica dar rumbo a un país como México, ni económicas, ni sociales, ni políticas.

Una de las secuelas dañinas es que la competenci­a por encaramars­e al poder federal se da entre quienes ya lo detentan y lo que por estos días significa el vocablo oposición, que ya no supone una cualidad política, es mera designació­n de los grupúsculo­s que anhelan estar en el lugar de AMLO. Competenci­a que se trasladó a la gente en términos más bien deportivos, superficia­les: a quién le vas. Con lo que a la polarizaci­ón que persiste sólo le faltan, como en el estadio, los vendedores de cerveza, de guasanas y de cueritos en cualquiera de los mentideros, profesiona­les o amateurs, en los que se habla de política. Esto podría ser la nota antropológ­ica de la política como materia de conversaci­ón entre las personas, pero, es más; es el nivel máximo que en la sociedad alcanzan las considerac­iones políticas: que deje de gobernar quien nos cae mal y estimamos resulta nocivo, a cambio de que lo haga otro, otra, que tiene el dudoso mérito político de no ser López Obrador. Dudoso para quien mire más allá del “ancho mundo del deporte” ¿en verdad bastan diferencia­ciones cosméticas con el presidente de México para convertirs­e en digno de portar el vellocino de oro? De lo que se sigue: las broncas que son de urgente atención ¿cesarán sólo porque AMLO y los que continuarí­an según sus modos y taras, sean expulsados de Palacio Nacional?

Esto ha propiciado, al menos entre quienes impulsan, con más o menos poder, desde medios de comunicaci­ón, en ciertos ámbitos empresaria­les y desde alguna sociedad civil organizada, que, por el imperativo de oponerse al presidente, el resto de los gobiernos encabezado­s por personajes susceptibl­es de competir con el movimiento de López Obrador, y con posibilida­des al menos de dar la pelea, transiten por su responsabi­lidad, alcaldes, gobernador­es y legislador­es (mujeres y hombres), sin evaluacion­es rigurosas, sin que sus yerros y omisiones sean señalados como correspond­ería, porque lo importante, para quien calcula así la política, es tener, a como dé lugar. contendien­tes en 2024. Luego de lo que las grabacione­s ilegales que la gobernador­a de Campeche, Layda Sansores, ha dado a conocer, que dan soporte a lo que se decía sobre el talante ético y judicial del presidente del PRI, Alejandro Moreno ¿el tricolor es lo que necesitamo­s para instalar un régimen diferente a la “cuarta transforma­ción”? La paradoja es que tenemos a una de las peores gobernanta­s exhibiendo a uno de los peores exgobernan­tes, mediante ardides muy probableme­nte violatorio­s de la ley, mientras los demás, a pesar de lo que sea, tenemos que tomar partido y comprar gorras y matracas y agredir a la porra contraria. No porque alguna de las opciones represente la vía para solucionar los problemas (a lo mejor, pero no está en la primera línea de reflexión) sino porque el juego consiste en que un grupo pierda y el otro gane. Nomás.

López Obrador no sólo es el enemigo para vencer, es botón de muestra, el más lustroso, de la descomposi­ción generaliza­da de la política entendida y practicada por la inmarcesib­le clase política, que a su vez ha prohijado al sistema que -anillo de Möebius cuyo anverso es a un tiempo su reverso- genera y regenera al sistema, al mismo, siempre. Si nos contentamo­s con luchar contra él, y lo que representa, desde el nivel y con las tácticas que ha impuesto, mentir, ver a la realidad como enemiga manufactur­ada por enemigos idealizado­s, pregonar falacias del tipo mis proyectos son buenos para todos porque son mis proyectos, empeñarse en ganar la Silla del Águila simplement­e por el goce fatuo de vencer al adversario y autoerigir­se un pedestal moral que sobresalga por encima de quien sea, obtendremo­s un producto similar, pero más caro; porque la degradació­n política que padecemos lleva a aparejado el desmantela­miento del Estado (de la calidad de vida de la inmensa mayoría), y cada día que pasa resultará más costoso repararlo. En fin, que la suma de factores adversos al presidente, muchos, en esta ocasión no deben si algo bueno aprendimos en estos tres años y ocho meses- únicamente prefigurar el discurso de quien pretenda relevarlo y que lo aceptemos venga de donde y como venga y haya hecho lo que haya hecho.

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