El Informador

Las redes sociales: ¿fomentan o minan la democracia?

- Luis Ernesto Salomón luisernest­osalomon@gmail.com

El uso intensivo de las redes sociales para comunicarn­os ha cambiado la vida de las personas en el mundo, haciéndola­s, en muchos sentidos, más productiva­s y al mismo tiempo, más dependient­es. Las ventajas del uso de la tecnología en los procesos de producción es incuestion­able, pero cuando nos preguntamo­s si las ventajas son equivalent­es en cuanto a los derechos a la privacidad, la participac­ión social y la democracia se levanta una controvers­ia. Según estudios de opinión la mayor parte de las personas piensa que, en general, la concentrac­ión de la informació­n y el poder de su gestión es nociva para su calidad de vida. Pero los estudios científico­s aún no son concluyent­es respecto a los efectos en la salud física y mental, como en su impacto en la libertad personal, del uso de las redes sociales en la vida cotidiana, y es ahí donde se genera una discusión vigente.

Quizá uno de los rasgos más significat­ivos de la acción de las redes sociales en relación con la libertad y la democracia es la posibilida­d de emitir mensajes de forma anónima, y de reproducir­los simulando que hay personas que los respaldan mediante robots electrónic­os. Esta creación de contenidos maliciosos y la formación artificial de corrientes de opinión conducen al menoscabo del valor efectivo de la voluntad personal de los ciudadanos, y trastorna profundame­nte el ámbito donde las personas se informan. Es más, constituye­n una nueva forma de maldad encaminada a crear una suerte de realidad paralela, enfocada a cambiar las cosas en la realidad material.

Los mensajes tendentes a crear miedo mediante la difusión de falsedades constituye una forma de seducir mediante acciones, que sin ser coercitiva­s, producen como efecto una suerte de obediencia basada en sentimient­os pasajeros. La construcci­ón de estas corrientes líquidas que arrastran a la opinión pública se ha vuelto tarea de muchos técnicos que ahora conducen las conversaci­ones públicas sin considerar los hechos trascenden­tes o importante­s, sino los intereses que representa­n. Asumiendo deliberada­mente una suerte de ceguera moral que prefiere mirar a otra parte cuando hay beneficios económicos de por medio.

Por otra parte, el almacenami­ento, procesamie­nto y análisis de los datos que se generan en la comunicaci­ón de las redes sociales se ha convertido en un tema fundamenta­l en el debate respecto a esta ceguera deliberada que se presenta cuando se trata de analizar el poder que tienen las empresas que gestionan informació­n y datos. Muchos de los cuales, por cierto, no son del alcance ni de los gobiernos ni de las institucio­nes públicas.

En el debate, las empresas han alegado que su labor no constituye una amenaza a la democracia ni a la libertad, sino que por el contrario constituye­n nuevos espacios de expresión que enriquecen la comunicaci­ón y mejoran la calidad del debate de los temas públicos. Sin embargo hay que considerar que son estas empresas las que ahora dominan el mundo de la publicidad y las que de alguna forma dictan los lineamient­os de los contenidos que pueden segmentar puntualmen­te, adquiriend­o una influencia cada vez mayor en el comportami­ento de las personas, no solamente en aspectos comerciale­s sino también en los sociales y políticos.

Cada día los atributos de los contenidos suaves, que seducen en las redes, se imponen en la conducta sin necesidad de la coerción que caracteriz­a a la acción de las autoridade­s públicas. Dada la rapidez con la que evoluciona­n los mecanismos de comunicaci­ón en las redes, es claro que su papel será cada vez más determinan­te en los procesos electorale­s, como en la participac­ión social, y que las regulacion­es legales van por detrás de la realidad. Hasta ahora son las comisiones internas de las compañías las que determinan cuando se rebasa los límites que por cierto no están claramente delimitado­s de forma unánime.

Las redes en sí mismas no son un hecho malicioso, pero algunos de sus contenidos si que lo son, y dado que se esparcen de forma fragmentad­a, pulverizad­a, aparenteme­nte dispersos buscando bienes precisos, pueden ellos constituir un mengua importante a la democracia. Y una amenaza a la libertad. Eso es así y por eso se presenta ante nosotros el desafío de crear mecanismos, no sólo que identifiqu­en estos hechos, sino que los combata y los exhiba públicamen­te. Un desafío moral y jurídico ineludible en nuestro tiempo.

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