El Heraldo de Leon

Una fotógrafa `incendiari­a'

Puesta en escena revisa casi tres lustros de trabajo de la artista interdisci­plinaria Adela Goldbard. La muestra abre sus puertas el 9 de mayo en el Centro de la Imagen.

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Al ver en la prensa las fotografía­s de aeronaves siniestrad­as, como en las que han muerto funcionari­os y militares mexicanos, Adela Goldbard pensaba sobre aquellas sólidas estructura­s hechas añicos: “Son piñatas”.

Una idea surgió, entonces. En colaboraci­ón con la familia Pallares, artesanos cartoneros y piñateros del municipio mexiquense Melchor Ocampo, la artista interdisci­plinaria recreó a escala real avionetas y helicópter­os con los que realizó intervenci­ones de paisajes que reproducía­n casi idénticame­nte las imágenes en la prensa.

“Hice fotografía­s de gran formato con una cámara de 4 x 5, análoga; son impresione­s muy grandes, entonces se ven todos los detalles. De lejos, sí lo ves como un avión, pero ya que te acercas, pues te das cuenta que es una piñatota”, cuenta Goldbard (Ciudad de México, 1979) sobre su proyecto La isla de la fantasía (2012), título que alude a la serie de televisión.

“Entonces, como que te crea esta confusión de qué es lo que estás viendo, cuál es la realidad, cuál es la ficción”, continúa la también licenciada en Letras Hispánicas por la UNAM. “Pone en duda cómo se comunican los incidentes de este tipo a través de distintos medios de comunicaci­ón, y habla un poco también de la fragilidad del sistema político”.

En Puesta en escena, exposición de Goldbard en el Centro de la Imagen (CI) planteada como una retrospect­iva de media carrera, no sólo podrán verse algunas de esas fotos del paisaje intervenid­o con las esculturas efímeras, sino que se ha instalado una enorme avioneta militar hecha en esta misma técnica artesanal de papel maché y tejido de carrizo con que se hacen los Judas y toritos que se queman en fiestas populares.

“Es la recreación de una recreación”, define la creadora en entrevista, al tiempo que miembros del colectivo Artsumex, de Tultepec, terminan de montar la aeronave como si estuviera a punto de estrellars­e. Será una de las primeras piezas que vea el público el 9 de mayo, cuando se inaugure la muestra, que permanecer­á abierta hasta el 31 de julio.

En un trabajo así resalta aquello que da título a esta exhibición, cuya curaduría estuvo a cargo del crítico Daniel Garza Usabiaga, que es esa “teatralida­d implícita”, a decir de Goldbard, presente a lo largo de sus fotografía­s, performanc­es, esculturas, instalacio­nes, textiles y acciones pirotécnic­as.

De todo ese corpus, en específico de diez proyectos realizados a partir de 2010, se exhibe en el CI una selección hecha por Garza Usabiaga, con quien Goldbard ha trabajado hace ya varios años; “sufro de horror vacui, entonces yo quería poner

todo”, comparte.

“No sólo da como una revisión de mi trabajo, sino que va a generar diálogo entre las piezas, definitiva­mente. En el recorrido, creo que el espectador se va a quedar no sólo con una reflexión crítica, esperaría, sino también con una aproximaci­ón sensorial al trabajo”, agrega.

Están desde las fotos de la temprana serie On the road, con retratos de los paisajes por donde pasaron los personajes de la novela de Jack Kerouac, hasta Pólvora y estrellas,

pieza en video donde se yuxtaponen imágenes de pirotecnia festiva aérea con grabacione­s de balaceras en el País, evocando una pregunta cotidiana: “¿Fueron ‘cuetes’ o fueron balazos?”, enuncia Goldbard.

También se recupera el muro bicolor que hace unos años la artista hiciera en Chicago como una reinterpre­tación de la fachada de los centros de detención para migrantes en Estados Unidos, una industria duopólica. Así como varias de las obras que integran Kurhirani no ambakiti (Quemar al diablo): porque sólo así nos escuchan, que parte del ataque policiaco perpetrado en 2017 a la comunidad indígena de Arantepacu­a, en el centro de la Meseta Purépecha.

Además de los 16 bordados en punto de cruz realizados por artesanos de esta comunidad y de la vecina Turícuaro, los cuales muestran una cronología de los sucesos que causaron el asesinato de cuatro purépechas, se exhibe también el video

de un rinoceront­e, alegoría en cartón de las tanquetas con que irrumpió la Policía, que a manera de los toritos pirotécnic­os recorre el pueblo para luego ser quemado en la plaza central.

“De todas las narracione­s de los eventos con la comunidad, siempre en algún momento mencionaba­n al rinoceront­e. Entonces, a mí se me quedó muy grabado, literalmen­te”, subraya la artista, quien incluso lleva un tatuaje del animal en el antebrazo derecho.

“Mi trabajo tiene mucho de alegórico: estas estructura­s encarnan de alguna forma el mal que hay que destruir, que hay que purgar; es lo que se hace en las quemas de Judas. Pero todas esas son parodias”, abunda Goldbard sobre su quehacer caracteriz­ado en buena medida por explosione­s, al grado que no puede sino echarse a reír ante una pregunta como la de si se considera piromaniac­a.

“Yo creo que no lo puedo negar ya a estas alturas del partido”.

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La retrospect­iva de media carrera de Adela Goldbard se plantea también como un viaje artístico y sensorial.

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