La final del mundo
Más allá de las tremendas postales de la tribuna, de la ciudad de Buenos Aires empapada de nervio, de nostalgia, de alegría, de pasión. Más allá de La Bombonera, el Monumental y las canchas obsoletas llenas de historia y aficionados más devotos a los futbolistas, a los colores de la playera, del equipo del barrio que a los santos de las iglesias, los dioses de las religiones. Más allá de quedarnos sólo con las hinchadas cantando, bailando y apoyando o el inútil debate de si es mejor el Real Madrid vs Barcelona que el River vs Boca; la reflexión sensata al tremendo partido que se vivió el domingo (debo aceptar que es una de las mejores finales que he visto en mi vida de cualquier liga en el mundo) es que la razón por la que los argentinos, brasileños, uruguayos y ahora colombianos y hasta chilenos están más cercanos a permanecer en el futbol europeo compitiendo en las mejores ligas y dándole el nivel necesario a la Champions es gracias a la Copa Libertadores. Ahí el amor, el orgullo a la camiseta, sin importar las adversidades o los potreros, forjan el carácter de los sudamericanos para ser los héroes constantes que demanda el gran circo del futbol en el viejo continente.
No salgamos con la sobrades de que en México tenemos una mejor Liga, más competitiva y estructurada con más recursos y con el argumento de que Benedetto fue un petardo en América o Izquierdoz no tenía nivel para Europa, cuando gracias a ese torneo se convierten en la principal apuesta de los europeos por la madurez que genera la batalla continental. Urge volver a competir en ese entorno, con ese sentimiento. Sólo así podremos seguir forjando futbolistas con temperamento. De mí se acuerdan, cuántos de estos futbolistas en esta final y hasta los semifinalistas terminarán jugando la Champions League del próximo año.