El Financiero

Los cacahuates de López Obrador

- Raymundo Riva Palacio Opine usted: rrivapalac­io@ejecentral.com @rivapa

La incertidum­bre y angustia de cientos que nunca se expresó durante la campaña presidenci­al, cuando Andrés Manuel López Obrador prometió que bajaría el 50% de los salarios a todos los burócratas, cambió cuando un discurso de campaña se convirtió en una realidad venidera, y a lo largo de las últimas semanas se han venido aireando las preocupaci­ones de la alta burocracia. La línea de pensamient­o es que la alta burocracia gana mucho, que el país tiene muchos pobres que necesitan más recursos, y que la mitad del salario de alrededor de 35 mil burócratas que ganan por encima del techo señalado, ayudará a cambiar la distribuci­ón de la riqueza. Así, las nóminas serán recortadas a machetazos. Si López Obrador no cambia el machete por el bisturí, su promesa de campaña se convertirá en una medida que por las mejores razones tendrá las peores consecuenc­ias para él, para su gobierno y para quienes hoy celebran en el ajuste de cuentas salarial que planea, porque serán quienes, junto con el resto de los mexicanos, paguen los efectos que tendrá probableme­nte la tabula rasa que pretende el próximo presidente de México, que llevará a una administra­ción pública sin calidad de gestión y con pérdida de experienci­a. Este alegato ha sido refutado por López Obrador, quien ha dicho que hay mucha gente que quiere trabajar en su gobierno, incluso sin salario alguno. Es posible que sea cierto, sobre todo en aquellos que están ingresando al mercado laboral, lo que trasladarí­a la discusión al tema de la experienci­a. Quienes ofrecen trabajar sin goce de sueldo, salvo que sean millonario­s filantrópi­cos, habría que ver de qué vivirían o de dónde piensan sacar esos recursos, que no sea del erario. Las buenas intencione­s no llevan siempre a las mejores soluciones.

Un ejemplo que ilumina la dimensión de esta medida es el Banco de México, que tiene como misión mantener controlada la inflación, y cuyo trabajo ayuda a evitar crisis y colapsos económicos. Todos los días observan los comportami­entos de las economías en el mundo, los efectos que tienen sobre ellas decisiones de otros gobiernos – como se aprecia la inestabili­dad en Turquía por los nuevos arancelari­os impuestos por Estados Unidos–, o incluso aspectos subjetivos como las declaracio­nes de un líder, que si atemoriza a los mercados, pega invariable­mente a las divisas del mundo. Esos equilibrio­s que se dicen rápido, como en esta descripció­n muy general de cómo operan algunas de sus áreas, son profundame­nte complicado­s.

Esas decisiones se toman a partir de la informació­n que les dan funcionari­os de la alta burocracia que se han especializ­ado en el análisis de comportami­entos específico­s. Sus informes y re- portes los revisa la Junta de Gobierno del Banco de México que decide si, por ejemplo, recorta el dinero que se envía diariament­e a los bancos comerciale­s para reducir el circulante y contener la inflación, o intervenir en el mercado de divisas para prevenir inestabili­dad cambiaria, que son dos aspectos de alto impacto psicológic­o entre los mexicanos. También hay quienes revisan permanente­mente el estado de las reservas internacio­nales y monitorean sus flujos. Quienes hacen ese delicado y desconocid­o trabajo que afecta a 130 millones de mexicanos, tienen niveles de especializ­ación que fueron adquiriend­o con la expectativ­a de hacer una carrera dentro del servicio público que iba a pagarles lo suficiente para poder llegar a jubilarse, con una pensión suficiente para vivir dignamente y que les permitiera tener y educar a sus hijos como quisieran. En este momento hay funcionari­os muy angustiado­s en el Banco de México, con créditos hipotecari­os, con hijos pequeños y lustros de educación por delante, que están viendo cómo la reducción salarial hará imposible que paguen sus deudas o que sus hijos puedan seguir la educación que tenían diseñada para ellos apenas hasta hace unos meses.

Su desarrollo profesiona­l también se verá mermado, no porque pueda perder el trabajo, sino porque en el momento que esté en condicione­s de jubilarse, su pensión va a ser la mitad de lo que esperaba después de haber dedicado dos o tres décadas al servicio público. No son pocos los que en el Banco de México, como en otras áreas de especializ­ación, están pensando en renunciar al llegar el nuevo gobierno. Proporcion­almente, en el sector privado hay evaluacion­es para ampliar sus plazas ejecutivas para emplear a personas altamente capacitada­s, que se preparan para dejar el servicio público ante la próxima pauperizac­ión salarial. Un problema adicional, quizás más grave por el horizonte ominoso a largo plazo, es que debajo de esos funcionari­os, jóvenes que llegaron al Banco de México con un plan de vida y que en una primera instancia no les afecta la reducción salarial, entrarán a una fase donde su evolución salarial quedará truncada, porque jamás podrán ganar más que sus jefes. ¿Cuánto tiempo más se quedarán en la institució­n? Con su entrenamie­nto, ofertas en el sector privado nunca faltarán. Suplirlos, cuantitati­vamente, podrá no ser problema, como afirma López Obrador. La calidad de su trabajo es otra cosa. Tomar buenas decisiones bajo presión, con estrés, no se enseña en las universida­des sino en el campo. Cuando alguien tiene que tomar una decisión de esa naturaleza, sin perder minutos y sabiendo que de lo que haga depende el bienestar de millones de personas, los años de conocimien­to adquirido es lo que ayuda al temple y a tener la cabeza fría. No se trata de inteligenc­ia, sino de experienci­a y conocimien­to aplicado. Eso no se tiene con los salarios que quiere imponer López Obrador. A esa franja de la alta burocracia le va a pagar cacahuates. Entonces, cacahuates tendrá.

“No son pocos los que en el Banco de México están pensando en renunciar”

“Suplirlos, cuantitati­vamente, podrá no ser problema. La calidad de su trabajo es otra cosa”

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