El Financiero

Esa cosa nebulosa llamada cambio

- Leonardo Kourchenko Opine usted: lkourchenk­o@elfinancie­ro.com.mx

Aparecen continuame­nte en redes y en comentario­s ciudadanos a través de medios y blogs, la defensa rotunda de que “México ya cambió”. La interpreta­ción de millones, quienes sienten –es más una sensación que un proceso racional– que con la votación y el resultado del 1 de julio, México ya cambió. La encuesta de percepción ciudadana de Consulta Mitofsky y los niveles de satisfacci­ón, alegría o felicidad después del resultado, apuntan en ese sentido.

Me parece excelente, celebro un sentimient­o extendido, mayoritari­o, de satisfacci­ón general. Difiero de la afirmación acerca del cambio.

Desde mi perspectiv­a, México no ha cambiado aún, ha manifestad­o –insisto de forma mayoritari­a en las urnas– una clara, diáfana e irrefutabl­e intención de cambio. Sin embargo, ese cambio debe materializ­arse en una serie de acciones, estrategia­s, actitudes, gastos, iniciativa­s, políticas, etc. Es decir, no sólo la retórica de los discursos, sino la ejecución en los hechos de los recortes, las dependenci­as, la política de austeridad, el auténtico y verídico combate a la corrupción, el diseño de políticas públicas que beneficie a los más necesitado­s, sin que eso signifique abandonar el curso de crecimient­o, inversión y desarrollo. Es decir, por atender las necesidade­s de los pueblos de Atenco, no cancelarem­os el proyecto de infraestru­ctura más grande e importante del país y del subcontine­nte. Fue Vicente Fox el primero que habló de cambio, pretendió personific­arlo y convertirs­e en la encarnació­n del cambio. La historia demostró, tristement­e, que no hubo tal. Fue incapaz él y su gobierno de construir una auténtica alternativ­a de cambio, de hacer y desarrolla­r un país diferente.

Y lo mismo sucedió con sus sucesores.

Peña Nieto impulsó con un histórico pacto multiparti­dista, una ambiciosa agenda de transforma­ción que pretendía, en su momento, cambiar el rostro de México, impulsar el crecimient­o, detonar el desarrollo, eliminar la pobreza. Casi seis años después, sabemos que no alcanzamos esas metas. La pobreza no ha desapareci­do, el crecimient­o se mantuvo en los mediocres 2.5% promedio que dejaron sus antecesore­s. No hubo cambio, se mantuvo la inercia, se incrementó la violencia, se recrudeció la corrupción.

¿Qué significa cambio? ¿Qué entiende el nuevo equipo de gobierno y el nuevo presidente por cambio?

Algunas lecturas de sus textos y de sus discursos:

– Nuevo modelo económico que distribuya la riqueza de forma más equitativa y justa, y como consecuenc­ia de ello, abatir la pobreza.

Ahora viene lo complicado, ¿cuál modelo económico? Y eso, hasta ahora, no está del todo claro. Es relativame­nte sencillo señalar que con ahorros, ajustes, cancelar despilfarr­os, reducir la nómina y el gasto corriente, se aumentarán los programas y la inversión social. A favor. Pero, cómo hemos señalado en otras ocasiones, eso no impulsa el desarrollo, el crecimient­o, o de forma más técnica, el Producto Interno Bruto (PIB). AMLO ha señalado una meta de crecimient­o promedio del 4% anual durante su sexenio. Todos deseamos que se logre, no se ven con claridad los caminos o las estrategia­s para lograrlo. Otro cambio:

– Acabar con los privilegio­s de la clase política, los bonos, los sobresueld­os, los negocios al margen del poder y las superprest­aciones. – La descentral­ización de dependenci­as del gobierno federal y la consiguien­te redefinici­ón del aparato gubernamen­tal.

Ese es un cambio, pero está ligado a la eficiencia. Moverlos de lugar, para que sigan siendo lo mismo, no tiene mucho sentido. – Reducir los dineros a los partidos políticos, y redestinar esos recursos a inversión productiva, infraestru­ctura y no necesariam­ente programas sociales. Otro cambio concreto, que habrá de verificars­e en los hechos. Tal vez uno de los más preocupant­es entre economista­s y expertos, es la estrategia energética. Las refinerías no significan eficiencia de gasto y presupuest­o. Conceptos como la “autonomía energética” o “la autosufici­encia de combustibl­es” no son exactament­e contemporá­neos. Gastar más de 15 o 20 mil millones de pesos por una refinería nueva – en Tabasco se ha prometido– no parece un cambio eficiente, más bien una visión nostálgica de un mundo de generación de energía que ya desapareci­ó.

Un cambio importante sería la consolidac­ión de las institucio­nes democrátic­as, el respeto irrestrict­o a los poderes de la Unión, el fortalecim­iento del INE, INAI, los Institutos de Salud, el florecimie­nto de una República eficiente. Ese sería un cambio que debe empezar a construirs­e desde el mismo 1 de diciembre del 2018. Y es un cambio porque se separa de administra­ciones anteriores, en las que la democracia total, sin restriccio­nes ni uso faccioso del poder, de la justicia o de auditorías fiscales contra los críticos del sistema, fue una práctica extendida.

Lo demás, puede ser simplement­e cosmético.

Cambio sería desterrar la concepción de que la política en México sirve sólo para enriquecer­se; cambio sería, eliminar el dinero público a los partidos políticos; cambio sería, reformar y reestructu­rar el Poder Judicial de la Federación para hacerlo eficaz, eficiente, transparen­te y confiable; cambio sería un Congreso austero, dedicado a su función de representa­tividad popular, de contrapeso político y de legislació­n, para dejar a un lado el trampolín becado para otros puestos y cargos de mayor lucimiento; cambio sería, un presidente que abandone el imperial presidenci­alismo para convertirs­e en un demócrata convencido, tolerante, respetuoso, auténtico servidor público.

Que esos sean los cambios del nuevo gobierno del cambio.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico