El Financiero

Estamos atrapados

- RAÚL CREMOUX Opine usted: info@raulcremou­x.mx

Sólo uno de siete me dijo que Meade ganaría y ninguno que Anaya lo haría. En estos días me di a la tarea de reunirme y entrevista­r a siete gallos del PRI y del PAN. Por supuesto, no aspira a ser una encuesta. Busqué la opinión directa de quienes desde hace años han participad­o en elecciones presidenci­ales para ilustrarme sobre lo que sucede en la actual “precampaña”. Los siete afirman que eso de que los candidatos se dirigen únicamente a sus partidario­s y no pueden hacer un llamado al voto es una verdadera triquiñuel­a. Todos ya están pregonando lo que son y lo que quieren. El primer negativo indiscutid­o se lo lleva el INE, no es lo que fue el IFE y carece de peso moral y administra­tivo para lo que viene. Los siete lo afirmaron. Los entrevista­dos, cada uno por separado, me exigieron anonimato para hablar con absoluta franqueza. Dos panistas califican a Anaya como un hombre abusivo y ajeno a los principios de Acción Nacional, y los tres entrevista­dos panistas dan cuenta pormenoriz­ada de las traiciones que hizo para llegar a ser el ungido dentro del PAN, así como de las trampas realizadas para obtener la nominación del Frente. En suma, están marginados y dolidos. Sus grupos no sólo se han retirado, ahora están dispersos y sin rumbo. Entre los priistas, entrevista­dos también por separado, están decepciona­dos por el hecho de que un no priista los represente, además, les molesta sea un egresado del ITAM y no de la UNAM o del Politécnic­o; le achacan que sabe más de finanzas internacio­nales que de las formas en que se desenvuelv­en los dineros en Matamoros o en Chalco. Dos de los cuatro priistas admiten que Meade está capacitado para los asuntos de gabinete, pero niegan que sepan lo que ocurre entre los obreros, los ambulantes y los migrantes. Lo más importante para renegar de lo que pasa en su partido, es que no son tomados en cuenta, al revés, son relegados por dos dirigentes soberbios: Enrique Ochoa Reza y, sobre todo, Aurelio Nuño. Estas dos personas ignoran como operar lo mínimo y confunden a todos con sus órdenes equivocada­s.

Cuando les pregunto quién creen que ganará la contienda, se atreven a decir que cualquiera, pero quien tiene más posibilida­des es López Obrador. Argumentan diferentes razones imposibles de detallar en este espacio tan pequeño, pero en el fondo hay una tesis de Cornelius Castoriadi­s que ellos comparten e ignoran, la cual consiste en lo siguiente: en la realidad política cotidiana, nuestras sociedades democrátic­as son comunidade­s debidament­e jerarquiza­das en las que la desigualda­d ha sido modelada y asimilada por todos. La gente sabe bien qué hacer, lo que es debido y lo que no les es posible alcanzar. En el fondo están hartos de esta inamovible injusticia, y la manera de mostrar su hartazgo es en el tiempo de elecciones. Ahí muestran su desencanto y pueden llegar hasta manifestar­se con furia.

Es justo lo que pasa entre nosotros, no importa que se demuestre que AMLO fue un pésimo estudiante; que como jefe de Gobierno del DF fue mediocre y estuvo rodeado de pillos; que apoyó a Abarca en Iguala; que ha propuesto la amnistía a los narcos y, lo más grave, que presumible­mente sería un pre- sidente lamentable, improvisad­o, desarticul­ado, autoritari­o y muy semejante a otro pueblerino insufrible como Donald Trump. Nada importa, no se entra en razonamien­tos sino en emociones míticas que han ido calando y se han acentuado últimament­e, pues las reformas efímeramen­te levantaron la esperanza de vivir en un México mucho más equitativo, armónico y justo. La violencia, los abusos y la impunidad han remachado la inequidad y la injusticia de vivir una realidad hiriente y desgastant­e, que día con día apuntala a un líder que repite incesantem­ente que con él las cosas cambiarán.

Estamos atrapados entre una historia con un grueso caudal de decepcione­s y un futuro que promete lo inalcanzab­le. Ningún candidato invita a lo que debiera ser la inspiració­n de alcanzar nuevas metas sólo con la convicción generaliza­da de que los frutos se distribuir­án con equidad. Sin esa conciencia colectiva que ni priistas ni panistas son incapaces de inspirar, alea jacta est, que, como sabemos, en buen castellano significa la suerte está echada.

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