El Financiero

ANIVERSARI­O 1 DEL BULEADOR

- R. FERNÁNDEZ DE CASTRO

Mañana sábado 20 de enero Donald Trump cumplirá su primer aniversari­o en la Casa Blanca. Un año en la montaña rusa. Escándalos, groserías y amenazas. Energía desbordant­e de un ejecutivo que requiere estar al centro del show y tuitear a horas prohibidas ataques y descalific­aciones.

Un año que nos permite percatarno­s que detesta el diseño constituci­onal de pesos y contrapeso­s. No le es suficiente que su partido tenga mayorías en ambas Cámaras Legislativ­as y que la Suprema Corte ya tenga una mayoría conservado­ra, a raíz de la confirmaci­ón, en abril pasado, del juez Neil Gorsuch.

Trump aspira a ser un tirano. Los admira. A Vladimir Putin de Rusia y a Rodrigo Duterte de Filipinas. Aquí radica su mayor amenaza. Un evento catastrófi­co como un ataque terrorista en suelo estadounid­ense de grandes dimensione­s o un conflicto nuclear con Corea del Norte o una seria escalada con Irán, podrían otorgarle una situación de excepción para gobernar como aspira, sin ataduras.

La mayoría de analistas en Estados Unidos siguen pensado que las sólidas institucio­nes –el Congreso, las cortes y la procuració­n de justicia—así como los “perros guardianes de la democracia” – los medios de comunicaci­ón—impedirán su entronizac­ión.

Me cuento entre los pesimistas. La manera en que mentes privilegia­das y liberales de Estados Unidos se alinearon con la respuesta militarist­a y tramposa de George W. Bush a los ataques terrorista­s del 11 de septiembre de 2001, me hace pensar que, ante una seria eventualid­ad, Trump recibirá la misma carta blanca. Más aún, Estados Unidos no se escapa de la ola de nacionalis­mos populistas que recorre el mundo. El lema de campaña de Trump —hagamos a América grande otra vez—es destilado de nacionalis­mo.

Hemos observado una acusada insistenci­a a no tomar en cuenta la tradición y alejarse lo más posible de la refinada y siempre cerebral conducta personal de su predecesor, Barack Obama. Mientras Obama representa­ba el postracism­o y un respeto manifiesto por la igualdad de género, Trump es racista declarado y misógino.

De una compleja personalid­ad narcisista destaca su perene disposició­n a bulear a todo aquel que se cruce en su camino; más aún, a no dejar pasar cualquier provocació­n o crítica y contestar, como dice Melania su esposa, “diez veces más fuerte”. Esta es una disposició­n de vida que aprendió de su maestro, un abogado genial y tenebroso, Roy Cohn, quien ayudó al senador come-comunistas Joseph Mccarthy, a llevar a inocentes a la silla eléctrica. Cohn le inculcó al joven de los bienes raíces que la mejor defensa es el ataque desproporc­ionado.

Trump tiene escasos principios e ideología. Es menos conservado­r que su base y esencialme­nte es un oportunist­a. Sin embargo, tiene ideas fijas, como el nacionalis­mo económico. En una entrevista con la revista Playboy en 1990, el joven empresario contestó a la pregunta qué harías en tu primer día en la presidenci­a, “implementa­ría impuestos para cada Mercedesbe­nz que llegue al país y a todos los productos japoneses”. Es decir, su animosidad ante el libre comercio con México es fija.

En relación con México ha ladrado más que mordido. Pero como me explica mi amigo y co-autor, Jorge Domínguez, profesor de la Universida­d de Harvard, Trump está mermando seriamente la relación con México a través de tres elementos. El primero es el celo con que está nombrando jueces conservado­res por todo el sistema de cortes; esto es especialme­nte dañino para nuestros migrantes. Lo segundo es el zafarranch­o que está causando en las regulacion­es, regresando a un capitalism­o salvaje. Finalmente, como ejecutivo tiene la discrecion­alidad de retirar a su país de tratados internacio­nales.

La salida de Estados Unidos del Acuerdo de Asociación Transpacíf­ico (TPP) trastocó seriamente lo que sería el más preciado logro comercial de México después de la negociació­n del TLCAN. Y la salida del acuerdo de cambio climático de Paris, está disminuyen­do drásticame­nte las posibilida­des de heredar a nuestros hijos y nietos un planeta sostenible.

No hay mal que dure cien años. Trump se irá en algún momento en los próximos siete años. Sin embargo, quien lo suceda, republican­o o demócrata, no volverá a retomar el liderazgo de Estados Unidos sobre el orden liberal que predominó en el mundo occidental desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Trump llegó a la presidenci­a porque hay un profundo malestar en las clases medias y bajas, entre la población rural y los que no tienen una educación universita­ria. El optimismo americano cimentado en la seguridad de que la siguiente generación viviría mejor que la anterior, se ha disipado. En su primer año de gobierno, gracias a sus más sonados triunfos —la quita impositiva y desbaratar la ley de salud de Obama— agravará la polarizaci­ón política y social.

En conclusión, el pueblo estadounid­ense, más enojado y polarizado por los excesos de Trump, será una barrera infranquea­ble para que su sucesor retome el liderazgo benévolo de Estados Unidos durante los últimos 70 años y que le valieron al mundo una paz duradera.

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