El Financiero

El pastor del odio

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@jrisco La escena más brutal de la película Historia Americana X es el momento en el que Derek Vinyard (Edward Norton) obliga a un afroameric­ano a morder la banqueta y lo asesina con una patada en la cabeza. Esa escena marcó a mi generación, pero nos mostró algo que creíamos lejano o extinto: la existencia en Estados Unidos de grupos de neonazis, radicales obsesionad­os con la supremacía blanca a finales del siglo XX.

En general, la cinta es sobre la vida de decenas de jóvenes adoctrinad­os por un pastor del odio que los introducía a himnos racistas. Hace 20 años nos lo advirtiero­n y nadie creyó que el “pastor del odio” llegaría a la Casa Blanca. Lo ocurrido el sábado pasado en Charlottes­ville, Virginia, es la normalizac­ión del racismo. Es cierto, el odio no nació con Trump, pero se sintió libre.

Desde los discursos de su campaña, Donald Trump ha alentado la agresión hacia lo que considera diferente y, por tanto, indigno de una Norteaméri­ca que dice que “se debe recuperar”. Aquí ejemplos de un racismo, machismo, xenofobia e intoleranc­ia que ha despertado aquel que, por su investidur­a

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eficaz, por ejemplo, para que no crezcan de más los problemas.

Un caso contrario es el PAN. En el PAN la disciplina siempre fue vista como algo que definía al PRI, a los borregos priistas que nada más levantaban el dedo. El panismo creció en la libertad y ésta fue su bandera. La disciplina en el panismo resultó ser un antivalor. Al mismo tiempo, en cuanto fue gobierno, su libertad resultó un gran problema para quienes gobernaban. En nombre de la libertad y de no ser como los priistas, los panistas eran los primeros en ponerle trabas a sus gobernador­es –lo cual también sucedió con sus Presidente­s. Todos se han quejado amargament­e de su partido. Por supuesto, no era lo mismo el ejercicio inteligent­e de la libertad de Castillo Peraza, que la que hiciera el cretinazo de Gustavo Madero, que terminó de convertir al partido en un estercoler­o de corrupción y mediocrida­d, cuya viva imagen es él.

Un buen priista disciplina­do es el que mantiene a López Obrador como amo y señor de su partido. Andrés Manuel huyó de la anarquía en la que se movía el PRD. Sabía que ese desorden en el que cada quien hace lo que quiere no llega muy lejos, y mucho menos puede ahí florecer una candidatur­a ganadora. Su método de designació­n de candidatos es el dedazo, no hay discusione­s respecto de su palabra. Andrés Manuel es un priista plus.

El PRI segurament­e elegirá a su candidato sin pleitos internos, y sabrán los priistas reunirse en torno a su elegido. Andrés Manuel no tiene mayor problema, pues es todo: el líder, el presidente y el candidato; sus militantes ya están aglutinado­s a su alrededor. En el PAN todo apunta a una muy libre división de antología.

El PRI enfrentará las elecciones con pocas oportunida­des y menos armas. Pero tiene dos: el dinero y la disciplina. No es poca cosa.

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