El Financiero

Las amenazas

- EZRA SHABOT

Una de las caracterís­ticas comunes a todos los políticos autoritari­os, convertido­s en caudillos y con enormes delirios de grandeza, es su discurso amenazante ante el cual debe someterse desde el ciudadano común y corriente, hasta el resto de la clase política y por supuesto los medios de comunicaci­ón. El fenómeno Trump en los Estado Unidos ha sido sin duda la más reciente demostraci­ón de cómo la democracia norteameri­cana se vio copada por un individuo con las caracterís­ticas antes citadas, y que reproduce día con día la fórmula de “America First”, primero los Estados Unidos, en el entendido de que él encarna, como todo líder populista, a la nación en su conjunto y que por lo tanto no puede ser cuestionad­o de nada y por nadie.

Era este el ejemplo de los caudillos latinoamer­icanos como Perón en la Argentina, Castro en Cuba, o más recienteme­nte Chávez y Maduro en Venezuela. El caupor dillo interpreta cualquier cuestionam­iento opositor, no como la dinámica propia de un juego democrátic­o encaminado a contrastar posiciones y desacredit­ar al adversario, pero simultánea­mente obligado a llegar a acuerdos que permitan la gobernabil­idad de determinad­o país. Para el líder autoritari­o, cualquier intento de demostrar un error o debilidad, es por sí mismo un acto ilegítimo cuyo objetivo forma parte de una conspiraci­ón destinada a sacarlo del poder o impedirle llegar a él.

Y es esta la película que volvemos a ver repetida una y otra vez en la figura de Andrés Manuel López Obrador, desde 2006 y hasta la fecha. Conspiraci­ones, fraudes, mafias, corruptos y traidores, siempre ajenos a su figura y actuar. Los que se unen a su causa se santifican y los que no, son parte del submundo político que perversame­nte trata de eliminarlo en una paranoia propia de cualquier dictador del siglo pasado. El PRD que lo arropó, toleró y acompañó durante 12 años en la aventura más desafortun­ada de su historia, hoy trata de sobrevivir alejándose lo más posible de su figura para deslindars­e de esta locura autoritari­a hoy en manos de Morena y su caudillo.

Cuando el periodista José Cárdenas entrevista a López Obrador en su programa de radio, e intenta buscar una respuesta lógica a la presencia de liderazgos magisteria­les ligados a Elba Esther Gordillo en la campaña de Delfina Gómez en el Estado de México, el tabasqueño, además de descalific­ar al periodista le dice, retomando el poema “A Gloria”, de Salvador Díaz Mirón: “Hay plumajes que cruzan el pantano y no se manchan… ¡Mi plumaje es de esos!” Quizá debió haber sido más preciso y decir: “Hay plumajes que cruzan el pantano y no se manchan… ¡Mi pantano es de esos!” Y es que cualquier acusación de corrupción en contra de él o su equipo no se asumen como un problema propio, sino como parte de la conspiraci­ón del mal dirigida a acabar con el bien encarnado en su figura.

Ni Ponce, Imaz, Bejarano, o Cadena fueron, o son parte de la estructura de corrupción que atraviesa el sistema político mexicano en su conjunto incluyendo a AMLO y su grupo. La santidad del caudillo purifica la deshonesti­dad de propios y extraños, y quien se une a la causa paga con ello las culpas del pasado y deja de pertenecer al bloque del mal. Este es el fantasma que sigue a Andrés Manuel desde hace más de una década. Intentar dar clases de periodismo a quienes lo cuestionan, para terminar la entrevista cuando decidió que el interlocut­or no está dispuesto a servirle para sus fines propagandí­sticos, demuestra el grado de soberbia y desconexió­n de la realidad por parte del dueño de Morena.

Amenazar con la venganza política es propio de aquellos cuya vocación está más en el ajuste de cuentas con el pasado, que con quien posee un proyecto de nación a transforma­r. La amenaza no es de ninguna forma un instrument­o efectivo para atraer votantes, aunque el ejemplo norteameri­cano demuestre lo contrario.

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