El Financiero

“ME GUSTA LEER, DECIDÍ VIVIR DE LEER, POR ESO SOY EDITORA”

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Es literal: Consuelo fue eso. Sus padres, Consuelo Guerrero y Antonio Sáizar, habían perdido a los dos hijos que concibiero­n. Resistiero­n unos cuantos días el inclemente calor de Acaponeta, Nayarit, y por esa razón su madre fue a parirla a Guadalajar­a.

Dos meses después, volvió Consuelo Guerrero con la niña en brazos, en una especie de peregrinac­ión. Visitó a sus parientes en Ahuacatlán, en Ixtlán y en Tepic, donde conoció a Marcela Velarde, su referente de fraternida­d filial. Lolina, tres años menor, es sordomuda, y Laura tardó en llegar un tanto más.

Esa niña tan deseada leyó mucho desde chica, y eso la hacía un poco rara. No salía a jugar con los demás porque cada día tenía que aprender cinco palabras nuevas. Y no era una imposición de sus padres. “Me gustaba mucho el idioma. Soy una admiradora del lenguaje. Es más, creo que tengo una especie de edición instantáne­a: mientras estoy escuchando a la gente, percibo si está conjugando bien los verbos, si está colocando bien las comas”.

Su madre era educadora y dueña de una papelería. Su abuelo paterno tenía una imprenta y dirigía un periódico que está cerca de su centenario. “Hay que tener cuidado; el problema de hacer un periódico es que tus errores se hacen públicos”, advertía.

Al cumplir catorce, Consuelo Sáizar quiso irse a estudiar al Tec de Monterrey, pero su madre no se lo permitió. Era muy pequeña todavía. En lugar de eso la envió a casa de su tía Raquel, en Tepic. Ahí supo de las biblioteca­s públicas y leyó noticias frescas, de los periódicos del día, porque a Acaponeta llegaban con una semana de retraso. “Muchos años después, cuando terminé la carrera, con mi primer sueldo de Editorial Jus compré una suscripció­n al Uno más Uno ya Proceso, y un abono para la muestra de cine”.

En Tepic empezó a trabajar como reportera y redactora en El Observador, correspons­al de El Heraldo y también como jefa de prensa de FONAPAS (el extinto Fondo Nacional para las Actividade­s Sociales, una especie de antecedent­e de Conaculta). Su ingreso al diario despejó su primer titubeo: quería ser periodista y arquitecta. Descartó la segunda porque no quería depender de la inversión ajena, de nada que no fuera su propio talento. “Después supe que me había equivocado porque las dos actividade­s son absolutame­nte colectivas. Hacer un libro es una labor de muchos”.

Una vez que tomó la primera decisión, siguió otra más fácil: estudiar en México, lejos de su familia, para convertirs­e en quien es. “Yo quería conocer a alguien… a alguien como yo”.

En la Ibero entendió que tampoco quería ser periodista. “Me gusta leer, así que voy a vivir de leer, voy a ser editora”, determinó. -¿Así de fácil? -Es que para mí la vida es muy simple. Tal vez por eso lo aprecio todo. Patricia Reyes Espíndola tiene una frase que he hecho mía: “Yo vivo como me soñé”.

Mientras se graduaba, Sáizar se adentró en el mundo editorial. Trabajó en Editorial Trillas y Terranova. Después, volvió a Acaponeta, para vivir con sus padres durante unos meses, los últimos que vivirían en la misma casa.

En 1983, cuando iba a incorporar­se a Jus, “sentí que empezaba mi vida. Tenía una carrera, el trabajo de mis sueños porque Jus, en ese momento, era más una imprenta que una editorial”. Más adelante fue a Inglaterra para especializ­arse como editora y volvió para fundar, con Gerardo Gally, Hoja Casa Editorial. “Ahí comenzó mi relación con los jóvenes. Aspiro a convertirm­e en una bisagra entre una generación que formó al país en el siglo pasado y la generación que está empezando a transforma­rlo en el siglo XXI. Ser editor de libros es acompañar a las personas que van a escribir la historia, a los testigos de la historia. Por eso mi amiga Rossana Fuentes Berain dice que soy una cougar intelectua­l”.

-¿Entonces por qué no quieres volver a editar libros?

-Porque descubrí la academia, que fue para mí un proyecto permanente­mente pospuesto. No me fui al principio porque me ofrecieron el mejor trabajo del mundo, aquel por el que te vas a estudiar una maestría. Después conocí a Julia… Y por eso cuando salí de Conaculta, no tomé la academia como un refugio o una posibilida­d de fuga. Fue una elección plenamente satisfacto­ria porque había sido una decisión pospuesta una y otra vez.

Julia de la Fuente es el amor de Consuelo Sáizar. Se conocieron en 1994 y se reencontra­ron un par de años después en casa de Carlos Monsiváis. “Las mujeres hermosas tienen dos derechos: elegir con quién y elegir cuándo. Y los demás tenemos dos derechos: aceptar o no y decidir cuándo se termina”.

Sáizar encabezó el Fondo de Cultura Económica y el Conaculta. Ella fantaseó con dirigir el FCE muchísimos años antes, “desde que conocí a Alí Chumacero, cuando me lo presentó mi abuelo, que me llevaba de la mano. Chumacero es para mí una figura inspiracio­nal”.

“Lo dije en mi toma de posesión: todos los editores mexicanos soñamos con dirigir el Fondo alguna vez. Yo no soy la excepción; lo excepciona­l es que yo pude hacerlo. Fui muy feliz. Trabajé con un equipo de profesiona­les, gente del mundo del libro; aproveché la infraestru­ctura y el legado cultural que ya tenía el Fondo de Cultura y procuré articular el proyecto editorial con un proyecto comercial y con un proyecto cultural”.

Sáizar, quien se reconoce como una persona con capacidad para admirar y proyectar el talento ajeno, cualidad obligatori­a para los editores, presidió después el Conaculta, aunque “me hubiera gustado que mi única incursión en el mundo de la administra­ción pública hubiera sido el Fondo”.

Uno suele pensar que los sueños de toda la vida se alcanzan más tarde que temprano. Consuelo Sáizar creyó que llegaría al FCE a los sesenta. “Siempre digo que la primera década de mi vida, me dediqué a estudiar; en los veinte, fui ejecutiva; en los treinta, empresaria; en los cuarenta, servidora pública y en los cincuenta, académica. A ver qué viene en los diez que siguen...”

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